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Reportaje:

Para siempre en la Alhambra

Publicadas las cartas que Washington Irving escribió desde Granada

El escritor norteamericano Washington Irving forma parte de la Alhambra como representante de los viajeros románticos que visitaban la ciudad en una época en la que el orientalismo y el subdesarrollo de la región atraían a quienes querían dar un paso a atrás en el tiempo. Fueron cientos los viajeros alemanes, norteamericanos e ingleses que visitaron Granada y otros lugares de Andalucía. Entre ellos, el nombre de Washington Irving prevalece con fuerza.

Desde hace unos días, el escritor se ha convertido en un visitante eterno a la Alhambra. Una escultura de bronce, realizada por el artista Julio López, le recordará para siempre en el bosque del monumento. Con ello se pone el broche de oro al programa de conmemoraciones del 150 aniversario de la muerte del autor de Cuentos de la Alhambra, organizado por el organismo autónomo que gestiona el conjunto nazarí.

Un bronce inmortaliza al autor estadounidense en el conjunto nazarí

Uno de los últimos actos realizados con motivo de la onomástica ha sido la publicación de un libro titulado Cartas de la Alhambra en la colección Plural de la editorial Tinta Blanca. En el volumen, el catedrático Antonio Garnica ha reunido las 37 misivas que el escritor estadounidense envió a sus familiares y amigos desde la ciudad durante sus dos estancias. La correspondencia de Irving, traducida también por Garnica, ha sido contextualizada y relacionada con Cuentos de la Alhambra y con los diarios del viajero. Es la primera vez que las cartas granadinas del autor son traducidas desde que fueron encontradas en la Universidad de Harvard.

Fue durante su primera visita a la ciudad, entre el 9 y el 20 de marzo de 1828, cuando Irving se alojó en una pensión y conoció a Mateo Jiménez, guía de la Alhambra que había nacido en el monumento y que desde niño había escuchado las leyendas sobre cada uno de sus rincones, que el escritor fue apuntando en un cuaderno y que finalmente le sirvieron para escribir el libro que le dio fama universal. De este periodo, el libro recoge dos cartas largas y profundas que el escritor envió a Antoinette Bolviller, de quien siempre estuvo enamorado. "Miré por última vez a Granada desde el punto más alto en el camino de Padul, donde el desgraciado rey Boabdil lloró cuando se despedía para siempre de su ciudad", escribe nostálgico en una de sus misivas.

Otra carta importante fue para su jefe, Everett, para aclarar diferentes asuntos relacionados con el viaje. Por aquellos días, Irving ya era un escritor en ciernes que había concluido una biografía por encargo sobre Cristóbal Colón.

Ya en su segunda estancia, en la que pudo instalarse en las habitaciones de la Alhambra que hoy llevan su nombre, quiso indagar sobre el pasado y la historia de la ciudad. "Es una singular fortuna poder vivir en este lugar romántico e histórico que tiene tanto impacto en la imaginación de los lectores en cualquier parte del mundo", escribió desde sus habitaciones a sus hermanos, Ebenezer, Edgar, Sarah, Catherin y Peter, a quienes envió varias cartas. También recibieron noticias suyas el príncipe Dolgorouki, el pintor David Wilkie o su editor.

En opinión de Javier Villoria, especialista en la figura de Washington Irving, el libro tiene "algo de prohibido, porque se trata de leer la correspondencia personal de un visitante". Por otra parte, considera las cartas como "indispensables" para comprender mejor Cuentos de la Alhambra.

Para el editor de la obra, Miguel Mateo Pérez, el autor se presenta como "una persona respetuosa con la gente del lugar. Granada, en el primer tercio del siglo XIX, era una ciudad muy atrasada y pobre, e Irving sintió compasión por algunos con los que se relacionaba y correspondió a tanta generosidad recibida con sus maravillosos cuentos", concluye.

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