El lenguaje y sus mecanismos
El destino artístico de la narradora está unido al del músico Santiago Auserón
Empezó escribiendo un recuerdo: el de la pared donde su madre marcó con un lápiz su estatura el día que cumplió siete años y en la que ella empezó a señalar después los cambios de humor con una aguja clavada en el muro, y que representaban una escala anímica que denominó "calendario". "En los momentos de euforia o de tristeza la desplazaba hacia arriba o hacia abajo", cuenta Catherine François (París, 1953). Aquellas primeras líneas le animaron a salir adelante con la escritura. Descubrió entonces que sensaciones como las descritas se encontraban a flor de piel y que "un recuerdo llevaba a otro", como el del túnel que atravesaba con su grupo de amigos en la oscuridad, el diente de leche que guardó en un cajón o el misterio en torno al vigilante de la colonia donde vivía. Ese "cúmulo de intensidades" o de mapas de infancia que durante años permanecieron intactos en su cabeza configuran El árbol ausente (Demipage), el libro que reúne sus memorias infantiles a partir del descubrimiento de las palabras y los signos.
Tras más de treinta años de residencia en España piensa y escribe en francés
'El árbol ausente' reúne "el cúmulo de intensidades" de sus memorias infantiles
François rehace el camino del aprendizaje de las palabras
La urbe y los sueños son los protagonistas en 'La ciudad infinita'
Durante más de dos años la autora desarrolló un borrador cuyo objetivo era "recuperar la inocencia de la percepción de las cosas por los niños", pero utilizando el lenguaje de los adultos. A través de la escritura, François rehace hacia atrás el camino del aprendizaje de las palabras. Entre capítulo y capítulo, sorprende la complicidad de la autora con la narradora, así como escuchar a niños que hablan como "filósofos".
Su timidez llega al extremo que ni siquiera piensa que el texto se va a publicar, aunque ya tenga varios libros en el mercado. "En este caso sólo quería llegar lo más lejos posible desenredando la historia que me rondaba. Fue como andar en un túnel sin saber a dónde vas. A medida que avanzaba descubría una nueva intensidad pero sentía que se me escapaban cosas, no se puede sentir lo sentido", asegura en medio del silencio que rodea su casa de Pozuelo.
Compara la infancia y la educación con un trozo de madera que hay que esculpir. "Los niños adquieren conocimientos y se desarrollan en la infancia; madurar es abandonar cosas, ajustar las emociones y dejar a Papa Noel de lado porque para conseguir algo no basta con pedirlo".
El libro transcurre en los años sesenta, en la periferia de París, pero podría suceder en cualquier urbe, en "territorio fronterizo y salvaje". En este caso, la geometría urbana se asocia a la naturaleza. La narradora no recuerda el lugar donde vivía antes de llegar a la colonia de Campo Redondo, una antigua zona rural donde acababan de edificar y cuyo nombre tenía relación con el uso anterior de las tierras. Al parecer los campesinos dejaban pacer a su buey atado a una estaca, de modo que su recorrido delimitaba sus propiedades. A la niña que era Catherine François no le dejaron salir sola de casa hasta que aprendió a escribir la dirección correctamente, pero en cuanto salió a la calle empezó a hacer preguntas:
- Ana María, ¿tú crees que se puede amar para siempre?
- Siempre se puede amar.
- ¿No quiere decir lo mismo?
- Quiere decir que si tu novio te deja siempre puedes encontrar otro.
La niña del relato "descubre que hay nombres comunes desbordantes de sentido, como si fueran el verbo puro (amor), otros que se refieren a simples objetos, pero de dos caras (como puerta o ventana, otros que, a la inversa de los primeros, representan la negación aparentemente drástica de toda significación, oscuridad, ausencia, silencio, vacío)", sostiene su marido, el músico madrileño Santiago Auserón (Radio Futura), autor del prólogo y traductor del libro.
François no es una escritora al uso, aunque teclee a diario durante horas frente al ordenador. No sigue un esquema narrativo, sino que elabora fragmentos sueltos, escenas independientes que acaban por juntarse cerrando un círculo. Así ha sido desde que empezó a escribir. En ningún caso se plantea hacer ficción, aunque el resultado final en el caso de El árbol ausente resulte una historia que se puede seguir como un cuento en el que la narradora y su pandilla se mueven al margen de los adultos y la historia familiar. La autora no pretende contar historias, ni la suya propia ni la de los otros.
Se licenció en Filología Francesa y en 1985 comenzó a interesarse por la poesía y el pensamiento de la China antigua. Ha publicado La ciudad infinita, cuyos protagonistas son la urbe y los sueños, Caminos bajo el agua protagonizada por el río Amarillo y sus afluentes y el caudal de leyendas que nacen en sus orillas y ahora prepara una selección de retratos sobre los reyes de las cortes poéticas de Al Andalus. Tras más de treinta años de residencia en España habla un castellano más que aceptable, pero piensa y escribe en francés. Sólo una vez en tres décadas, cuando descubrió el paisaje de La Mancha sintió la necesidad de expresarse en castellano.
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