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Reportaje:

Toboganes al océano de Neruda

El Instituto Cervantes expone por primera vez la colección de caracolas que el poeta compiló con obsesión durante toda su vida"

Iker Seisdedos

Espirales irisadas, conchas de intenso añil, toboganes turquesa. O en las variadas definiciones del poeta, coleccionista obsesivo y esforzado malacólogo Pablo Neruda, "pequeños países de nácar", "cereales submarinos" y "herencias inmóviles que encarceló una ola enfurecida".

La pasión por las caracolas del escritor suramericano se desborda en la curiosa muestra Amor al mar, organizada por el Instituto Cervantes y la Universidad de Chile en la sede del Instituto en la calle Alcalá (donde se puede ver hasta el 24 de enero).

Neruda (1904-1973) las reunió con obsesión durante toda su vida. Las cogía de la playa de enfrente de su casa en Isla Negra, las buscaba con enormes manuales marinos del siglo XIX en ristre en anticuarios y mercados de pulgas de Europa, las recibía como regalo de personalidades como Rafael Alberti o Mao Zedong, pero sobre todo, les dedicó cantos y odas.

En 1954 donó las 9.000 piezas que había reunido a la Universidad de Chile
El intelectual chileno las recogió en la playa enfrente de su casa, en Isla Negra
Lo mejor que coleccioné fueron mis caracoles" escribió Neruda

En 1954 donó su inmensa colección de nueve mil piezas (junto a su biblioteca de veinte mil volúmenes) a la Universidad de Chile ("o sea que las doné a todos", escribiría después). Piezas que había atesorado con fervor desde, probablemente, no mucho después de ver el mar por primera vez en 1919.

Es la primera vez que ven la luz las 400 piezas escogidas entre aquéllas que conforman la muestra, afirmó ayer la directora del Cervantes, Carmen Caffarel, con indisimulado orgullo. Con asombrosa plasticidad, las caracolas -extrañas, espeluznantes, espectaculares en su colorido y casi siempre de ecos abiertamente sexuales- evocan al Neruda de la poesía oceánica, el tipo de la sempiterna gorra de marino, el autor de Maremoto, Memorial de Isla Negra, o El gran océano, que recogió en el clásico Canto General junto a Mollusca gongorina (¿el único poema que relaciona el siglo de Oro con los gasterópodos?).

Muchos de aquellos versos salpican el recorrido, que se organiza a partir de criterios oceano-geográficos, según explicó el comisario Pedro Núñez, en dos estructuras espirales, que, en una escenografía algo obvia pero efectiva, se van recogiendo sobre sí mismas hasta desembocar en unos altavoces que escupen periódicamente desde los abismos de la memoria del poeta versos recitados por él mismo. La puesta en escena se completa con libros y manuales de su biblioteca privada, fotografías y otros materiales del Nobel de Literatura de 1971.

El conjunto también logra exhumar de la arena de la biografía de Neruda su pasión de coleccionista. "Reunía libros de todas las clases, conchas, mascarones de proa...", enumeró ayer Núñez sobre alguien que escribió "amo las cosas loca, locamente" y supo encontrar en el desorden de la acumulación la misma sabiduría que el pensador y crítico de arte Walter Benjamin. "Tocarlas, descubrir la mano de quien las tuvo antes era su pasión", explicó el comisario.

Los millones de lectores de Confieso que he vivido, esas memorias que varias décadas después conservan intacta la capacidad de impresionar a adolescentes inquietos de todo el mundo, conocen bien esta historia.

"En realidad, lo mejor que coleccioné en mi vida fueron mis caracoles", escribió en aquel libro. "Me dieron el placer de su prodigiosa estructura: la pureza lunar de una porcelana misteriosa, agregada a la multiplicidad de las formas, tácticas, góticas, funcionales. Miles de pequeñas puertas submarinas se abrieron a mi conocimiento, desde aquel día en que don Carlos de la Torre, ilustre malacólogo, me regaló los mejores ejemplares de su colección. Desde entonces y el azar de mis viajes recorrí los siete mares acechándolos y buscándolos...".

Como resulta natural, la muestra (que tras su clausura en Madrid irá a Valparaíso, con motivo del V Congreso Internacional de la Lengua Española) habla inevitablemente del Neruda viajero.

"Capaz de volver de Cuba con una maleta llena de caracolas y pedir a su mujer que vaciara la suya para meter más", contó Núñez. Tampoco se quiso dejar pasar la oportunidad de recordar ayer que esos vaivenes de la biografía de poeta también lo llevaron hasta la ciudad de Madrid, donde vivió en su famoso piso de la Casa de las Flores, en el barrio de Argüelles.

"Desde allí se veía el rostro seco de Castilla / como un océano de cuero", escribió en España en el corazón. Aquellos versos se antojaron adecuados hacia el final del recorrido. Un panel rezaba: "¿Ahí está el mar? Muy bien, que pase". Y al abandonar la sala de exposiciones para desembarcar en el centro de la ciudad acosada por un océano de obras, tráfico y densidad mesetaria, el visitante asintió involuntariamente. Muy bien. Que pase el mar.

Una mujer observa una de las piezas expuestas en la muestra <i>Amor al mar</i>.
Una mujer observa una de las piezas expuestas en la muestra Amor al mar.EFE

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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