La caza y los hijos
El permiso de armas de caza se puede obtener a los 14 años. Para muchos puede parecer una edad temprana, pero lo cierto es que muchos niños saben disparar mucho antes de los 14. Siempre que hablo de la cacería me resulta imposible no acordarme de don Manuel. Manolo era un muy buen amigo que le regaló una escopeta del 24 a mi hijo. Mi hijo, por entonces, creo que tendría 12 años. La escopeta no era una escopeta cualquiera. Era la escopeta que a él le había regalado su padre, con la que había aprendido a cazar y con la que había enseñado a cazar a su hijo. Fue un regalo de esos que uno nunca olvida.
Hace 20 años... No sé si la falta habrá prescrito ya o no... Los domingos iba con mi hijo a cazar. La primera vez que lo llevé tenía 10 años. Creo que estuvo viniendo hasta los 14, cuando empezó a preferir salir los fines de semana por ahí en lugar de venirse a Casas Viejas. Mi hijo y los de muchos amigos cazaban. Con nosotros nunca traíamos a nuestras hijas, ahora no sé por qué. Quizás porque la cacería guarda mucho de la cultura machista con la que yo y todos los de mi generación hemos crecido. Pero no lo sé. A la primogénita, le gustaba cazar desde muy pequeña, pero creo que nunca se me pasó por la cabeza llevarla de cacería. Y, a la pequeña, pues tampoco. Dice que no le gusta, pero eso decía también el varón, y mira como luego le gustó venir a cazar. Quizás esté mayor y no piense que pueda aficionar a la chica... Pero no sé, son recuerdos. Siempre que pienso en la cacería, me vienen tantas historias a la cabeza...
Una vez, a mi hijo se le escapó un tiro con la escopeta que le había regalado Manolo. El susto que pasamos los dos fue morrocotudo. También había un señor, no recuerdo quién, que se asustó mucho. No sé si volvió a cazar a Casas Viejas. Creo que no. Pero tampoco sé si fue por este accidente. Mi hijo ponía mucho cuidado, hacía justo lo que hacen todos los cazadores cuando cazan: abrir la escopeta cuando se está hablando, poner el seguro cuando se camina. Muchos no lo hacen por costumbre, claro que no, y puede que nunca se les haya escapado un tiro. Mi hijo tenía cuidado y siempre, palabra, cumplía con esas costumbres de seguridad. El hijo de Manolo y los de todos los que íbamos, también lo hacían. Además, todos los socios de la finca estaban de acuerdo en que la gente llevara a sus hijos a cazar. Supongo que alguno habría al que no le gustase la idea, pero Manolo o Juan Miguel los convencían fácilmente. Qué buenos ratos pasábamos, de verdad que sí.
No por llevar a nuestros hijos a cazar creo que haya habido más accidentes de los que normalmente hay. Pero bueno, no sé. A lo mejor me equivoco. La caza siempre ha sido una actividad lúdica normalizada por el Estado y siempre ha sido fácil saltarse las normas. Prefiero que la gente aprenda a cazar con sus hijos, cuando estos todavía tienen edad para aprender algo de sus padres. Sinceramente, la caza es una cultura que mejor se practica con gente de confianza, y qué más confianza que la de uno mismo. Los padres cada día tenemos menos oportunidades de educar a nuestros hijos. La caza es un deporte menos peligroso que el ciclismo, pero no hay demasiadas controversias sobre la edad en la que un hijo puede o no puede salir a la carretera a hacer bicicleta.
El Estado participa con sus leyes en nuestra vida. El Estado debe regular estas actividades lúdicas. La caza es un deporte regido por leyes, por normas, por costumbres y, en definitiva, por una cultura, sea machista, familiar, de señoritos, de un grupo de amigos, que el Estado tiene la obligación de administrar. No debe hacerlo desde el escándalo público, que es lo que pasa cuando las leyes se debaten desde esta sola perspectiva, la del escándalo por los accidentes. No nos escandalicemos porque los padres lleven a sus hijos de cacería. No nos escandalizamos cuando monten en bicicleta por carretera, no lo hagamos ahora porque vayan a cazar juntos. La cacería es de las pocas actividades en las que un padre puede educar a sus hijos. Cuidémosla y seamos cuidadosos.
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