_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El río grande

Los ríos, cualquiera que sea el lugar o la región en la que estén, producen una identidad compartida, sin necesidad de puentes ni obras de gran envergadura. Los ríos fueron los primeros canales de comunicación entre diferentes asentamientos. Las primeras autopistas de gente e información. Las redes fluviales han potenciado y facilitado lo que llamamos civilización. Así ha sido.

Mucho más fácil fue navegar que transitar por caminos. El agua es un conductor de culturas más viable que la tierra. Tanto es así que no hay más que ver qué conoció antes el europeo, lo que se hallaba separado por el agua del Atlántico o lo que separaba las tierras del Sáhara. Se puede decir, y es verdad, que África se conoció mucho antes que América, pero no así sus corazones. Livingstone nació mucho después de que algunos criollos americanos se hubieran independizado de las metrópolis. Y, que se sepa, las ciudades portuarias de América penetraron en tierra adentro mucho más que los pequeños fuertes establecidos en las costas africanas. El Atlántico era más grande, pero el Sáhara resultó ser más infranqueable.

Quien desee buscar cómo nacen y mueren las civilizaciones, que comience por estudiar cómo nacen y mueren los ríos. El nacimiento de la ciudad es contemporáneo a las mejoras de las técnicas de navegación. Sin el río y sin la navegación, las ciudades, que se distinguían de las aldeas por ser el lugar donde se desarrolló el arte de la escritura, nunca hubieran tenido la influencia que tuvieron más allá de sus muros. Siempre ha sido así: el río permitía ampliar sus mercados, sus recursos, sus áreas de influencia. El río ha sido en la historia la primera gran prolongación de la metrópolis. Antes el río funcionaba como funcionan hoy los trenes de cercanías: medios de comunicación que chupaban la savia de las poblaciones vecinas que, hoy como ayer, se quedaban vendidas al enorme poder de la ciudad. La proximidad de la gran ciudad ha transformado a demasiados pueblos en ciudades dormitorio.

Sin duda, pienso, son algunas de las razones para estar ilusionado con el proyecto que plantea la Junta de Andalucía para potenciar el desarrollo económico, social y cultural de la cuenca del Guadalquivir. Tanto, que me resulta imposible no pensar, aunque sea vagamente, en el papel que han tenido los ríos en la historia de la humanidad. Ahora bien, para el buen funcionamiento del proyecto es vital la implicación de los ciudadanos del territorio implicado. El resto es secundario. La inversión ahora se puede antojar colosal, pero como todas las inversiones, más pronto que tarde se antojará insuficiente. Las potencialidades del río pueden parecernos increíbles, pero luego, quizás, nos parezcan que no son tantas como pensábamos, que lo mismo resulta que no es tan turístico y su utilidad no es tanta. Ahora pensamos que hemos planificado todo, pero luego siempre surge algo que se escapó.

La gestión debe ser exquisita, sin alardes y alejando de ella intereses especulativos, tan fáciles de surgir en proyectos de esta naturaleza. Si se alejan, las críticas que afloren siempre serán menores y los descontentos también. Aunque, y lo doy por hecho, siempre saltará algún político que quiera sacar rédito de los fallos. No hay proyecto que no sufra de todo esto, pero no importa. Lo fundamental, la clave, es la participación de los ciudadanos de las comarcas directamente implicadas. No es necesario recordar que este proyecto, como cualquier otro, puede sufrir errores, no abusos, pero si sólo son errores, pueden rectificarse.

Eso sí, sin la participación de la gente de la comarca el proyecto corre el riesgo de convertirse en producto de consumo para la siempre caprichosa demanda urbanita. Si el proyecto se ha construido desde los pueblos y para los pueblos hacia las ciudades, y no desde la ciudad y para la ciudad hacia los pueblos, funcionará: el río, el Guadalquivir, será de nuevo un puente cultural, seguirá su curso natural y con su recorrido se hará más grande nuestra historia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_