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Reportaje:

El mejor momento de Aranzubía

"Dicen que los porteros están un poco locos; yo me considero muy cuerdo"

Se puso entre los palos cuando tenía seis años y ahí sigue recién cumplidos los 30. Un entrenador, Joaquín Caparrós, sin fe en él le desterró de la portería al banquillo, pero Lotina le rescató para zanjar la crisis abierta en el Deportivo después de que Aouate y Munúa dejaran el fútbol y se pasaran al boxeo. Daniel Aranzubía llegó sin ruido y bajo la sospecha de una afición que veía en él un guardameta en declive. Un año después nadie duda de que es la mejor incorporación del Deportivo en los últimos años, la más determinante. "El año pasado salvó goles cantados en partidos que iban 0 a 0 y que luego ganamos. Y en esos casos se recuerda al goleador, pero no al portero", lamenta Lotina.

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Muchas veces los focos tardan en iluminar a quien corresponde. Aranzubía realizó contra el Villarreal una parada portentosa, a remate de Llorente, que hizo restregar los ojos a muchos de los presentes. Deslumbró a todos y llovieron los elogios en la cancha, en la caseta y en los medios. Incluso Vicente del Bosque reconoció que tenía apuntado su nombre para darle una nueva oportunidad en la selección, a la que no acude desde hace cinco años.

Aun así, quizás porque su carrera ha sido de picos y valles, Aranzubía destila un aura de normalidad poco habitual en los futbolistas. "Dicen que los porteros están un poco locos; yo me considero muy cuerdo". Conoce además el sacrificio: con 13 años fichó por el Athletic y dejó su hogar en Fuenmayor, a 10 kilómetros de Logroño. "Me fui a casa de una familia y los fines de semana veía a mis padres", recuerda. Una situación que pudo ser traumática, pero que tenía su parte positiva porque pocos sitios mejores para aprender el oficio de portero que la escuela de Lezama. "Había entrenado con el Madrid y me quería el Zaragoza, pero cuando supe que me iba a entrenar Iribar pensé que aquello era un sueño. No le había visto jugar, pero ya sólo el nombre dice muchas cosas", asegura Aranzubía.

Tampoco importó su lugar de nacimiento para hacerse un hueco en la casa rojiblanca. "No tengo antepasados de allí, pero no rompo la filosofía del Athletic porque quieren jugadores vascos o formados en el País Vasco y yo me formé allí". Otra cosa es que vayan a buscar talentos a Toledo o a Abegondo. "Seguramente influyó que mi apellido es vasco y la proximidad con Logroño", afirma. También, que al norte de La Rioja algunos consideren aquella tierra como propia. "Es donde guardamos el vino", espetan, medio en serio medio en broma, algunos de los vascos de la caseta deportivista.

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El caso es que Aranzubía tuvo la buena sombra de El Chopo y se forjó como un proyecto de meta de altos vuelos. A los 20 años competía al nivel de Casillas y, aunque su explosión no fue tan magna, escaló hasta la selección de la mano de Iñaki Sáez, que le dio plaza en el grupo que jugó la Eurocopa de Portugal en 2004. Pero a partir de ahí tocó el fango. "No sé quién llevó a quién, pero tuve unos malos años que coincidieron con los peores del Athletic en toda su historia", explica. Dejar Bilbao por A Coruña era una salida, pero también un reto. Quizás no tan duro como el que vivió de adolescente, pero complicado para un tipo que sólo conocía un vestuario y que llegaba a otro en el que moraban cuatro porteros más, dos de los cuales todavía estaban a ambos lados del ring. Hoy Aouate está en Mallorca, Munúa en Málaga, Fabricio en Valladolid y Manu es suplente de Aranzubía, que disfruta de su nueva vida en Galicia y que pronto tendrá una niña coruñesa. "La ciudad es ideal para pasear. Me encanta vivir en el centro. Vienen amigos de Bilbao y les hago de anfitrión, les llevo a tomar una buena mariscada, a ver la Torre de Hércules, la zona de Riazor. Hace una semana estuve en Finisterre, ya había ido, pero estaba nublado y el otro día fue perfecto".

Aranzubía vive su mejor momento en la dulce espera. Si los porteros tuvieran alma de delanteros tras aquella parada contra el Villarreal habría hecho el gesto de un bombo en la barriga, pero asume que su trabajo es quizás el más ingrato dentro de un campo de fútbol, o quizás el que da más satisfacciones íntimas. "Los porteros somos diferentes, entrenamos aparte durante mucho tiempo y tenemos que estar siempre a punto para dar el máximo rendimiento".

Y recuerda cómo el testarazo de Llorente le exigió lo mejor de sí mismo en frío, nada más comenzar la segunda parte y tras una primera en la que apenas tuvo trabajo. "Lo más complicado de ser portero es mantener la concentración para responder en esas oportunidades". Fue lo que hizo cuando Caparrós fichó al tercer portero del Cádiz para dejarle en el banquillo. "No tenía porque darme explicaciones, pero tampoco las hubiera entendido; seguí trabajando porque sabía que el fútbol me iba a dar otra oportunidad". Y fue en A Coruña.

Daniel Aranzubía, portero del Deportivo, en los campos de entrenamiento de su equipo.
Daniel Aranzubía, portero del Deportivo, en los campos de entrenamiento de su equipo.GABRIEL TIZÓN

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