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Columna
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La fiesta patriótica

Embarrados hasta la nuez adulta de nuestro cuello por las oscuras y lucrativas trapisondas de algunos de nuestros dirigentes políticos, por poco se nos pasan por alto esas fechas conmemorativas relacionadas con el pasado, el presente y, quizás, el futuro de los valencianos. En teoría deberían movernos a una mínima reflexión; en realidad, el sol otoñal empuja al vecindario a la excursión campestre, Y también en realidad, el 9 d'Octubre, más allá de los límites municipales de la ciudad de Valencia, no despierta sentimientos u origina un especial fervor patriótico. El mismo nombre que se le dio a la conmemoración de la entrada de las aguerridas huestes catalano-aragonesas en la Valencia musulmana, tiene un cierto sabor insípido como ensalada sin sal ni aceite. Pero el Día de la Comunidad es festivo, y en las comarcas norteñas del País Valenciano fueron muchos más los buscadores de setas que los asistentes a los actos más o menos patrióticos o más o menos folclóricos. No hay más cera que la que arde, que es poca.

Y no es que el 9 d'Octubre no necesite más calor o sentimiento de apego a esta patria pequeña y estrecha. No necesita a lo mejor esta maltrecha geografía, sobre todo la costera, del ardor patriótico de las grandes palabras o de una partitura nacionalista, cargada de efectismo sonoro. Las bocas calientes o las músicas con muchos ruidos, suelen por lo general enmascarar la oquedad, el vacío más que otra cosa. Es cierto que pueden influenciar y alterar el ánimo del vecindario, pero son humo o nada. No hay más que parar mientes en torno a la grandilocuencia de la política del agua, enquistada desde hace años en amplios sectores del conservadurismo valenciano; o fijarse en esos intentos de examinar en sotanita o menganita, que iba para senadora, la valencianía de sus virtudes y actuaciones. Que el Santo de Israel proteja el agua escasa valenciana, a Leire Pajín, a sus examinadores y al patriota provincialista Carlos Fabra, para que no se queme demasiado poniendo la mano en el fuego por otros patriotas de la misma índole. Pues hasta el mismísimo Tchaikovski, nacionalista musical donde los haya, dejó dicho de su patriótica partitura 1812 -orgullo de los rusos frente al invasor napoleónico-, que la había escrito sin entusiasmo y sin amor. Demasiado ruido, según el compositor.

Sin estruendo ni pompa, sin embargo, se ha echado en falta, este año como los anteriores, un calorcillo reflexivo, una pizca de entusiasmo y de aprecio por estas tierras valencianas sin vertebrar. Un coloquio o un diálogo sereno sobre qué hacemos en esta franja mediterránea que tenemos por hogar. Pero aquí siguen los cauces secos vomitando basura cuando llueve torrencialmente; se hace presente la indiferencia frente al oficialismo institucional, y se buscan setas el Día de la Comunidad.

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