Y ahora qué
El oficio de la política es muy cruel. Siempre tenso y, en más ocasiones de las precisas, de una violencia dialéctica extrema que, en circunstancias excepcionales, desemboca en física. No es un trabajo agradecido, pese a lo que cree mucha gente. Los dirigentes del PP valenciano llevan nueve meses comprobándolo en directo. El "ratito corto" que, con su agudeza característica, vaticinó el presidente de la Generalitat, ya resulta insoportable. Especialmente duro fue el pasado 9 d'Octubre. No resulta difícil imaginar el dolor que sintieron ese día Ricardo Costa y Francisco Camps. El primero debió pensar: "¿Para esto me enfrenté con mi hermano Juan y ayudé a que Mariano Rajoy ganase el congreso nacional del PP de Valencia? ¿Para que ahora me corte la cabeza, yo que ni tan siquiera estoy imputado?" Mientras que el segundo, situado entre los dos fuegos de la dirección de Génova y de su número dos, recibía los ucases desde Madrid sin ninguna capacidad de maniobra y los gritos y algún que otro recado de Costa. No es cómodo esto de la política.
El poder que emana del despacho presidencial del Palau de la Generalitat es cada vez menor
Muchos dirán: ellos se lo han buscado. Y es verdad. La borrachera de poder (El Bigotes dixit) fue tan inmensa, la pérdida de la percepción de la realidad tan asombrosa, y la prepotencia tan indecente que el PP valenciano se lanzó a toda clase de despropósitos. El informe de la brigada policial es esclarecedor, no sólo, que también, de los usos, modos y costumbres de unos políticos que se sentían inmunes, sino de la existencia de claros y evidentes indicios de financiación irregular del PP. El desparpajo con el que hablaban entre si Álvaro Pérez, Ricardo Costa, Yolanda García y David Serra, más la cachazuda confianza de El Bigotes con Francisco Camps han destapado una manera de hacer y entender la política alejada de los más elementales principios democráticos.
Con este panorama no es extraño que la dirección del PP en Madrid, arrastrando los pies como es habitual en Rajoy, acabara por pedir, primero, y exigir al final medidas. Ya en la rueda de prensa de María Dolores de Cospedal se advirtió como Génova dejaba a los pies de los caballos a Ricardo Costa. Ni una sola mención, ni una sola defensa, pese a que la secretaria general de los populares disponía de los documentos que acreditaban la honestidad de aquél en la adquisición del Infiniti. Ni los citó. Costa tenía que salir de la dirección regional de los populares. La decisión estaba tomada. Las palabras del vicesecretario de Comunicación, Esteban González Pons, el 9 d'Octubre, venían a meter prisa donde no había ninguna.
Camps tuvo que ceder. Muy a su pesar. Da la sensación de que el presidente sabe mejor que nadie que con esta medida no establece un cortafuegos respecto de lo que está por venir. Simplemente, ha perdido un escudo. Las preguntas de Juan Costa en el 9 d'Octubre siguen sin respuesta: quién tomó la decisión de contratar con algunas empresas de la trama Gürtel, cuál es el origen de esa contratación, quién pudo tomar las decisiones para contratar a esas empresas, de seguir trabajando con ellas y de mantenerlas. En las preguntas del ex ministro están todas las respuestas y todas apuntan a un mismo nombre: Francisco Camps. El 53% de los valencianos, según la encuesta de Metroscopia para EL PAÍS, creen que el presidente tiene bastante o mucha responsabilidad en lo que está pasando y sólo un 25% cree que dijo la verdad cuando afirmó que los trajes se los pagaba de su bolsillo. ¿Merecemos los valencianos un presidente que nos mienta? No. El sondeo revela la pérdida de confianza y el desplome en la valoración que sufre Camps como consecuencia de su participación en lo que él reduce a la consideración de "un lío".
Un "lío" que, en puridad, es una Filesa valenciana. Una financiación irregular del PP consentida y tolerada -está por ver si impulsada- desde las más altas instancias del Gobierno valenciano. Un "lío" que ha finiquitado el campismo, abierto ya en canal. El poder que emana desde el despacho presidencial del Palau de la Generalitat es cada vez menor. Los tres presidentes provinciales del PP, Carlos Fabra, Alfonso Rus y José Joaquín Ripoll, mantienen contactos frecuentes para analizar la situación política al margen de Camps. Cuando el centro se hunde, emerge la periferia. Ya pasó en la etapa de Pedro Agramunt y ahora vuelve a suceder. Ripoll recupera una presencia política más que notable. Nada se puede hacer ahora sin consultarle y nada se puede hacer contra él. Una alianza entre la emergente alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, y el presidente de la Diputación sería imbatible desde Valencia. En Alicante el viernes por la noche se brindó por la caída de Costa. Es natural, quería meter a los ripollistas en un furgón policial.
Y después de Costa, qué. Para esa pregunta no tiene respuesta ni el propio Mariano Rajoy. El futuro sigue siendo cambiante e incierto.
- El PSOE no levanta cabeza. La encuesta de Metroscopia volvió a ser un palo para los socialistas valencianos. Un año más, otro secretario general más y siguen a 20 puntos del PP. Ya se sabe que el desmoronamiento del socialismo no es exclusivo de la Comunidad Valenciana. Ocurre en toda Europa y se vería con más claridad en España si el líder del PP no fuera Mariano Rajoy. Pero aquí de lo que se trata es de hablar sobre el PSPV. Un dato del sondeo: la sociedad valenciana se sitúa cada vez más a la derecha, mientras que el PSOE se desplaza hacia la izquierda. Mala cosa para los socialistas. Otro dato que se repite constantemente en todas las encuestas realizadas por EL PAÍS desde el año 2005. José Luis Rodríguez Zapatero y sus sucesivos gobiernos son vistos como una plaga que arrasa esta tierra, pese a ser los que más dinero, vía Presupuestos Generales del Estado han invertido -datos contrastados-. Hace cinco años el 74,8% de los valencianos opinaban que la llegada de ZP al Gobierno les perjudicaba. En el sondeo de este año el 55% cree que la gestión del Gobierno es mala o muy mala para la Comunidad Valenciana. Y si se les pregunta qué partido defiende mejor los intereses de los valencianos, el 44% asegura que el PP. Opinión que comparte el 12% de los votantes socialistas.
Conclusión, el hecho de que Camps se hunda en su valoración o que el personal opine que es un mentiroso o que no tiene ningún plan para hacer frente a la crisis es irrelevante. Los valencianos se identifican con el PP, rechazan al PSOE y miran con ninguna simpatía a Zapatero. No es extraño que las políticas que más caigan en valoración sean las dos representantes valencianas en el poder de Madrid: Leire Pajín y María Teresa Fernández de la Vega.
Se lo deberían hacer mirar en Madrid antes de echarle la culpa al empedrado de Blanquerías. Zapatero tiene el mérito, aunque la crisis económica influya lo suyo, de haber llevado al PSOE a la bajura del PSPV. Ya está a 20 puntos en unas elecciones generales y pierde dos diputados. Quien inventó el eslogan de que ZP viaja todas las semanas en el BOE a la Comunidad Valenciana debería cambiar bien de oculista, bien de estrategia. O de ambas cosas a la vez.
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