La depresión de Gago
El jugador teme por su carrera tras sufrir la ira del Bernabéu en el partido contra el Xerez
"Usted hoy no salga a entrenar", le decía su técnico en Boca, Alfio Basile; "está lloviendo y se me va a resfriar".
Así cuidaba a Gago el Coco Basile en los días fríos de 2006. Entonces, el chico tenía 19 años y gozaba de la consideración de niño prodigio del fútbol argentino. Todos le cuidaban. Todos le consideraban un poeta del medio centro. Su primer admirador fue Diego Maradona, que le regaló un diamante. Un arete que nunca más se quitó. Gago no soñó con una consagración mejor. Tampoco sospechó que tres años después saldría preocupado, arrastrando las zapatillas, por un pasillo del Bernabéu. Temiendo por su carrera.
El domingo pasado, mientras los pitidos le retumbaban en los oídos, Fernando Gago debió pensar que el favor de los poderosos es cambiante. Durante tres años, el intimidante público del Bernabéu lo observó con indulgencia. De pronto, el día del partido contra el Xerez, obedeciendo a impulsos nuevos, la hinchada resolvió hacerle un juicio sumario. Nadie contempló atenuantes. Gago llevaba casi cuatro meses sin ser titular, se había pasado parte del verano lesionado, sin poder entrenarse con sus compañeros, y el día que le dieron luz verde fue para meterlo en un equipo en el que él y Lass fueron los únicos centrocampistas netos. El Xerez se aprovechó de la ventaja numérica en el medio y Gago no lo tuvo fácil. Lass cometió errores y él también. Pero esta vez el público lo estaba esperando con el machete.
"Tuve una lesión que me complicó el trabajo en la pretemporada", lamentó el jugador, cuando salió del campo. "Si fallas tres pases seguidos es lógico que te piten. La afición del Real Madrid es exigente".
Dio explicaciones a los micrófonos durante casi media hora. Se le vio afectado. Atormentado por una descarga de pensamientos desagradables. Temió que el partido que acababa de disputar marcara su carrera para siempre. Pensó en la necesidad que tenía de jugar y en las pocas oportunidades que le ofrecerían esta temporada, a juzgar por los precedentes. Conjeturó que, a este paso, si Argentina se clasificaba, Maradona no lo llevaría al Mundial.
Gago necesitaba exhibirse y la lesión de Xabi Alonso, que estará de baja hasta el próximo fin de semana, le ofreció un resquicio. Desde la llegada de Florentino Pérez a la presidencia, Gago detectó señales preocupantes. Se sintió orillado por el técnico, Manuel Pellegrini. Le dolió que, después de tres años de esfuerzo, de lucha, el club le pagara relegándolo al banquillo sin una oportunidad. Jorge Valdano, el director general, se reunió con él y le aclaró que la llegada de Alonso suponía una degradación en su jerarquía.
Cuando salió rente al Xerez, el domingo, tuvo tantas ganas de demostrar lo que valía que fue víctima de su ansiedad. Perdió el balón por primera vez y empezó a escuchar rumores. Perdió otro y sintió los pitos. Antes del descanso retrasó la pelota a Albiol y el estadio lo condenó. Miles de hinchas coincidieron en la pitada. Albiol se la devolvió y se puso tan nervioso que intentó jugar con Ramos y se la dio a un volante rival.
Si hubo una víctima del esquema que propuso Pellegrini contra el Xerez, ése fue Gago. El 4-2-4 permite a Raúl coincidir con Kaká, Cristiano y Benzema, pero penaliza a los medios. Sobre todo cuando les falta rodaje. Como a Gago.
Contra el Xerez, el mediocampista incurrió en errores que antes le pasaban por alto. A veces le dio la pelota a compañeros comprometidos y en ocasiones perdió la posición persiguiendo obsesivamente al destinatario de sus pases. Gago suele decir que esto es una rémora que arrastra de su época en Boca, cuando los compañeros que le rodeaban -Bilos, Battaglia, Schiavi, Krupoviesa, etc...- no sabían salir jugando. Contra el Xerez, sus dudas se profundizaron al ritmo de la pitada. Pero sus valores no se perdieron. Ni en los momentos de mayor angustia dejó de ofrecerse. Si hay algo que ha caracterizado a Gago desde que llegó al Madrid, en enero de 2007, ha sido su disciplina y su carácter competitivo.
Gago fue tan dócil y disciplinado que se dejó arrastrar a un terreno que no controlaba. Llegó armado de su criterio y su sentido del pase y encontró gente que le pidió que pusiera énfasis en la pelea. El ex técnico, Fabio Capello, le ordenó que priorizara la defensa. Creyó que, si quería jugar, debía jugar con la garra de Mahamadou Diarra. Más tarde, Gabriel Heinze, su mentor en el vestuario, le puso a hacer pesas y le dio lecciones de rigor táctico.
Gago nunca volvió a jugar como en Boca. Se diría que en Madrid, con o sin pitadas, ha sufrido una depresión. Como si añorase la lluvia de 2006.
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