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Reportaje:

'Montrove', 25 años sin ninguna respuesta

En 2008, un anuncio del BOE todavía buscaba pruebas del paradero de un náufrago de este pesquero de Bueu

"Aún ayer me cansé de llorar", dice Antonia Sotelo a punto otra vez del llanto. Y cuelga de un golpe el teléfono, sin despedirse, porque la prensa le inspira desconfianza. Estos días recibe llamadas, gente que le pide que recuerde. Ella, que nunca va a olvidar, que a falta de una tumba (o un cascarón hundido en un lugar del océano) en la que poner crisantemos, lleva sobre sí la sepultura de Lito, Ángel Martínez, el marido que perdió hace 25 años a bordo del Montrove.

Las mujeres solas que dejó este pesquero, la mayoría en Bueu, han asumido el 19 de julio, el día de 1984 en que el barco partió de Las Palmas para su octava marea, como la fecha en que se quedaron viudas. Primero nadie se preocupó. La radiobaliza no había emitido señales y era normal que esta tripulación de 16 hombres no se comunicase con tierra si había buena pesca. La búsqueda, en realidad, no empezó hasta más de un mes después. Y en enero del 85 todavía había esposas que de noche afinaban el oído para escuchar el golpe seco de la puerta del coche en el que solían regresar.

"Este barco es un icono de la desgracia y la incertidumbre"
El vidente le cobró un viaje a Gabón. "Ese tipo chupó el oro y el moro"

No había aparecido nada material, ni una tabla, ni una prenda, ni una mancha de fuel irisado que les confirmase que eran viudas. Y en cambio había muchas meigas y videntes dispuestos a venderles indecencia, a contar a las familias lo que querían escuchar. A Leonor Ramil, una bruja le dijo que su marido, José Pastoriza, "estaba en una isla grande, con negros". Y a Antonia, otro adivinador, esta vez madrileño, le cobró un viaje a Gabón. De ahí le llegaban las vibraciones y quería rastrear la zona con aperos mágicos. "Aquel tipo nos chupó el oro y el moro. Cuando caímos en que era una farsa llamamos a Madrid, y su hija nos dijo que había muerto", recuerda ahora esta viuda del mar que ya es abuela poco antes de echarse a llorar y colgar.

En aquellos meses que duró el culebrón del naufragio, el siniestro de un pesquero sobre el que más se ha especulado en la prensa española, Antonia se mostraba siempre como la más enérgica de todas las viudas. Y prometía "no descansar" hasta saber la verdad. "Ahora tengo mi teoría", dice. "Lo normal es que lo embistieran. Un trasatlántico de ésos que si cuadra, de noche, hasta ni se enteran de que están abordando un pesquero". Si cabe, "el único que supo ver lo que había pasado" fue el armador principal, Luis Paz Casal, ahora ya fallecido, aunque a ellas, entonces, les molestara su actitud. En medio de los rumores que corrían (que el Montrove traficaba con armas o que había sido secuestrado por el Frente Polisario) a ellas les resultó sospechoso que el hijo de Paz decidiese a última hora no embarcarse y salvase la vida.

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José Manuel Muñiz, presidente de la Asociación Española de Titulados Náutico-Pesqueros (Aetinape), que llegó a entrevistarse con portavoces del Polisario, también está seguro de que aquello fue un accidente. "Dicen que no hacía mal tiempo, pero pudo ser un abordaje, un hundimiento súbito por desplazamiento de carga o hasta una explosión... Aquélla era una democracia incipiente, con una sensibilidad política muy escasa, había unos medios de salvamento todavía más escasos y la sociedad estaba dominada por la resignación. Se veía como algo normal que el mar se cobrase sus tributos. Y se tardó tanto en emprender la búsqueda que cualquier resto, si lo hubo, pudo ser desplazado por las corrientes a algún lugar remoto".

La falta de pruebas, el misterio, dispararon el interés mediático, pero, según Francisco Ríos, el que fue portavoz de las familias, "las autoridades españolas no hicieron nada por esclarecer lo sucedido". "El Montrove es un icono de la desgracia y la incertidumbre. Casos como éste pocos habrá habido en la historia", sigue Muñiz, "pero al menos fue un revulsivo. La pérdida de aquellas vidas sirvió para algo: en los barcos apareció la cultura de la seguridad, se organizó el salvamento, aumentaron los medios y el mar dejó de ser la ley de la selva".

Además, "se flexibilizó el sistema de ayudas a las viudas y los huérfanos", explica Muñiz. "Antes, cuando el barco era de bandera extranjera o simplemente no aparecían los cuerpos, las familias pasaban años sin percibir ninguna paga". Pero a raiz de este sonado caso "el Instituto Social de la Marina empezó a adelantarles el dinero a las viudas" antes de que consiguiesen que fuese reconocida oficialmente su viudedad. El acuerdo dejaba claro que si luego el marido aparecía, los pagos tendrían que ser devueltos.

El Ayuntamiento de Bueu extendió unos cuantos certificados de viudedad con la firma del alcalde. No tenían validez legal, pero a veces, para algunos trámites, colaban. Las mujeres del Montrove fueron, durante muchos años, náufragas en tierra. Aún el año pasado aparecía en el BOE una nota de un juzgado de Algeciras buscando testigos del paradero de Enrique Pérez Varela, otro de los fallecidos. En caso de que no los hubiese, decía el aviso, la jueza, por fin, lo daría oficialmente por muerto.

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