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OPINIÓN
Columna
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Más allá del G-20

Joaquín Estefanía

En la lucha contra el cambio climático, la reunión del G-20 que se celebrará los próximos jueves y viernes en Pittsburgh (EE UU) sólo es una etapa intermedia, emparedada por otras dos de singular importancia: a mediados del próximo mes de diciembre se celebrará en Copenhague la conferencia en la que se ha de decidir el futuro del clima, con un nuevo acuerdo que sustituya al Protocolo de Kioto. Copenhague sí que es una estación término, y el ambiente existente hasta ahora no conduce precisamente al optimismo.

Cuarenta y ocho horas antes del G-20, en Nueva York, en la ONU, los líderes de todo el mundo se concentrarán en una convención más amplia -y más representativa- que la de Pittsburgh, para tratar en exclusiva la cuestión del cambio climático. Aquí no se verán distraídos, como en Pensilvania, por los temas de la más estricta coyuntura como los planes de estímulo, la regulación de los bancos y los abusivos bonus de los ejecutivos. En la ONU no se estudiarán sólo las reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero necesarias para devolver al clima a su normalidad, sino los compromisos para movilizar los recursos financieros y tecnológicos requeridos por los países emergentes para participar en esa reducción.

En Pittsburgh no se hablará sólo de la recuperación, sino de los avances contra el cambio climático

Con las reflexiones de Nueva York, los países del G-20 (más los invitados, entre los que se encuentra España) tendrán más elementos para saber lo que se ha avanzado tras la última reunión de esa formación G, en Londres, el pasado mes de abril, en cuyo comunicado final se establecía entre los compromisos prioritarios el de "construir una recuperación inclusiva, ecológica y sostenible".

Sería muy útil que, antes de recluirse, los líderes ojeasen al menos el último Informe sobre el desarrollo mundial, del Banco Mundial (BM), dedicado al desarrollo y el cambio climático. En él se establece de modo explícito una relación directa entre ambos conceptos. Mientras que la disminución de la pobreza sigue siendo la gran prioridad, dado que una cuarta parte de la población de los países en desarrollo continúa viviendo con menos de 1,25 dólares al día (y que 1.000 millones de personas carecen de agua potable; 1.600 millones, de electricidad, y 3.000 millones, de servicios de saneamiento adecuados), el cambio climático amenaza al mundo entero.

Es improbable que el crecimiento económico, en tiempos de la Gran Recesión, sea lo suficientemente rápido y equitativo para por sí solo contrarrestar las amenazas derivadas del cambio climático, en particular si continúa el elevado nivel de intensidad del carbono y se acelera el calentamiento mundial. El BM advierte de algo sobre lo que ya habían llamado la atención los economistas más solventes: que la política climática no puede presentarse como una opción entre crecimiento y cambio climático. El G-20 debe preparar el terreno para el éxito de Copenhague y dejarse de más retóricas y del lenguaje de madera que tanta desafección produce.

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