_
_
_
_
me cago en mis viejos II

VEINTINUEVE

Esos dos gilipollas que veis por la calle, el uno con una pecera redonda entre los brazos y el otro con una bolsa de plástico llena de agua, y con dos peces de colores dentro, somos el hombre invisible y yo. Resulta que ayer por la noche, cuando estamos terminando de cenar, va el crío y dice que por qué no nos compramos un perro. Nos vendrá bien, dice, tener un perro si nos ataca la gripe. ¿Para comérnoslo?, digo yo. Para que nos haga recados, dice él, podemos enseñarle. Le digo que me olvide, que estoy viendo un anuncio, y se calla. Luego, en la cama, vuelve con el tema y yo vuelvo a decirle que me olvide. Pero al día siguiente, o sea, hoy, da la puta casualidad de que vamos a un cine del centro y nos ocurren dos cosas que en principio no tienen que ver, pero que al pasar una después de la otra se quedan misteriosamente asociadas. La primera es que estamos en el autobús, sentados el uno al lado del otro, cuando el hombre invisible me da con el codo y me señala a un tipo que va por la calle comiéndose a una jai. El tío es su viejo, que está en Madrid evidentemente, y ni ha llamado ni cristo que lo fundó. La segunda es que al salir del cine (una película de mierda, por cierto) pasamos casualmente por delante de una tienda de animales y nos quedamos mirando el escaparate, donde juegan un par de gatos como un par de gilipollas. Cuando llevamos un rato observándolos, el hombre invisible me mira desde las profundidades con la misma cara de confusión con la que me miraba Dedo cuando no sabía si le estaba jaleando o abroncando. ¿Qué pasa?, digo. Y él dice que por qué no compramos un perro. Yo me quedo pensando unos instantes y le digo que porque no sabemos cuidar a los perros, como ha quedado demostrado. Entonces él dice que si no lo intentamos no aprenderemos a cuidarlos nunca y yo le digo que es mejor empezar por aprender a cuidar un pez. A él le parece bien y entramos en la tienda y compramos una pareja de peces de colores, que es la que lleva el gilipollas del hombre invisible en la bolsa de plástico, mientras que el otro gilipollas, yo, sostiene la pecera. Creo que los dos estamos acojonados, pero a la vez felices de tener algo que cuidar, tócate los huevos.

Cuando estamos terminando de cenar, va el crío y dice que por qué no nos compramos un perro
Más información
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay
EDUARDO ESTRADA

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_