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Cosa de dos
Columna
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PROGRESO

Suele pensarse en el progreso como algo más o menos lineal y más o menos inexorable. Tengo mis dudas.

Hace ahora 20 años se concedieron en España las primeras licencias de televisión privada. En poco tiempo llegaron a las pantallas innovaciones como las mamachicho, La máquina de la verdad, los telediarios de Carrascal y algo indescriptible que se llamaba Ay, qué calor. Empezó a hablarse de telebasura. Parecía que, con ese punto de partida, las cosas sólo podían mejorar. Echen un vistazo a la actual programación de sobremesa de las dos grandes cadenas privadas, Telecinco y Antena 3, y háganse una opinión sobre el progreso.

Hace 20 años, el capitalismo gozaba de un calentón sensacional. Las Bolsas de valores eran templos, triunfaban películas como Wall Street y la codicia era una virtud. Cuando llegó la crisis de principios de los noventa, aparecieron culpables como Michael Milken, un financiero y filántropo que revolucionó los mercados con los bonos basura. Milken fue condenado a diez años (cumplió dos), pero nunca dejó de ser considerado un genio de las finanzas. En la actual crisis, el rostro de la culpabilidad es el de Bernard Madoff, un tipo que se limitó a montar una inmensa pirámide de Ponzi: desde un punto de vista técnico, se trata de una estafa sólo ligeramente más sofisticada que el tocomocho.

En España, la crisis de los noventa tuvo como culpable a Mario Conde, un abogado del Estado que sabía perfectamente lo que hacía. La crisis de ahora tiene como ejemplo a los miembros del consejo de la Caja de Castilla-La Mancha, quienes aseguran que no tenían ni idea de nada y que por eso estaban allí, cobrando estipendios y dietas.

En 2006, el 58% de los trabajadores españoles decía cobrar menos de 1.100 euros brutos mensuales. Ahora, según Hacienda, las víctimas del submileurismo (después de retenciones, cotizaciones y demás) alcanzan el 63%. Eso significa que o se ha incrementado el fraude fiscal, o que los sueldos se han pauperizado, o ambas cosas. Es muy probable que sea esto último, es decir, una combinación de más fraude y peores salarios. Los ricos, eso sí, son más ricos que nunca.

Qué lujazo de progreso.

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