La última fuga del Trama
El cerebro era el mejor músculo de Óscar Pérez, un ex ciclista aficionado de gran fortaleza
Sin hacer ruido, Óscar Pérez se había colocado estos últimos años entre los alpinistas más sobresalientes del panorama nacional, un círculo de élite que le descubrió en 2006, cuando contra todo pronóstico se plantó junto a Álvaro Novellón en la cima del Latok III (6.949 metros), recorriendo la ruta japonesa en estilo alpino. La actividad fue premiada con el Piolet de Oro de la Federación Española; después, ambos siguieron escalando, preparándose para un nuevo encuentro con el grupo de los Latok. Éste mismo año, Óscar había escalado la mayor parte de las vías pirenaicas de dificultad, tanto en invierno como en primavera. Son muy pocos los que lo sabían.
Si se le preguntaba por una vía de especial dureza y compromiso, relativizaba la importancia de lo logrado, anteponiendo la actitud a la aptitud. De un primer vistazo, Óscar, de gran fortaleza (pasaba del 1,80 y pesaba sobre 75 kilos), no encajaba con el perfil escuálido de los escaladores. Su currículo desmentía, sin embargo, cualquier apreciación prematura. En el alpinismo, la serenidad, la fuerza de voluntad, la ambición y la determinación son mucho más importantes que el diámetro de los bíceps o de los antebrazos. El cerebro era el mejor músculo de Óscar.
Además, el Trama, como le identificaban sus amigos (nació en Tramacastilla de Tena, al pie de Peña Telera) disfrutaba de un pasado de ciclista (corrió en el prestigioso CAI amateur) que explicaba su enorme resistencia. Una lesión le apartó de las ruedas y le acercó a las montañas.
A veces combinaba ambas pasiones, como cuando en compañía de un amigo se desplazó en bicicleta por medio Pirineo y una enorme mochila en la espalda (no tenían alforjas, dijo, excusándose) escalando las vías más significativas de Ordesa o del Midi D'Ossau. Para algunos de sus amigos, la prueba de su valor residía en el hecho de que su novia procede de Bilbao, y eso, bromeaba el interesado, "infunde carácter".
Respecto a su vida de alpinista, nunca sintió la necesidad de desglosar su currículo ante el primer llegado; antes prefería escuchar y preguntar, gesto de agradecer en un universo donde el ego suele ser del tamaño de las montañas. Antes de firmar su última escapada, se pudo dar el gusto de completar un itinerario que había rechazado 25 intentos de ascensión. Seguro que le lloverán premios póstumos, galardones que hubiera recogido apurando un pitillo hecho con tabaco de liar.
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