Taxis en las ramblas de Sarria
Los emigrados en Barcelona regresan con sus coches negros y amarillos
En el Ayuntamiento de Sarria no saben decir cuántos son, pero calculan que al menos la cuarta parte de los que emigraron de la comarca se emplearon en el taxi. "Unos en Madrid y otros en Barcelona, lo que pasa es que los de Madrid, cuando vienen, no se nota, y los catalanes dan el cante... Hay veces que esto parece las Ramblas". Basta con quedarse un rato observando cerca de un supermercado, a las horas en las que las familias acostumbran bajar de las aldeas próximas, y de Samos y de O Incio, para hacer la compra. Los taxis en amarillo y negro, que reciben al cliente con una pegatina de "benvinguts" en la puerta, atraviesan constantemente el centro reconvertidos en agosto en coches particulares.
Mientras esperaba a los clientes, mataba el rato haciendo zocas en el maletero
En ningún otro mes del año se repite este fenómeno. Porque los emigrantes también vienen por Navidad, pero suelen hacerlo en tren: "Es que hace mal tiempo y son pocos días", explica Antonio Fernández, emigrante hijo de emigrantes y esposo de emigrante que siempre trabajó en Cataluña como carpintero, y cuando allá empezó a sentirse la crisis (es decir, "hace seis años"), se hizo con una licencia de taxi y cambió radicalmente de vida. "Sí. En Barcelona estamos muchos gallegos trabajando en esto, y bastantes de nosotros nos conocemos. Somos gente de esta zona y también de O Corgo".
El de Antonio es uno de los taxis más nuevos que se ven estos días por Sarria. El más viejo está en O Incio y ya no se mueve. Es el Seat 124 de Manolo López, que hasta que se jubiló era el coche de servicio público más antiguo de Barcelona. Todo el mundo lo conocía, y había viajeros a los que "les hacía gracia", montar en una reliquia de 1976. Él mismo le hacía los arreglos, y cuando fue preciso le acopló las cinco marchas con sus manos. En el maletero llevaba madera, cepillo y formón, y "mientras esperaba al pasaje" mataba el rato haciendo yugos y zocas.
Manolo, de 69 años, regresó al lugar de Pedrouzos para cuidar a sus padres enfermos. Llevaba en Cataluña desde 1965. Ahora, porque piensa que a ellos no les hubiera gustado lo contrario, cultiva las leiras que heredó. Pero se aburre. Despotrica contra "la Administración", los gobernantes, los jueces, la policía y "la delincuencia", que no ha parado de crecer "desde que entró la Democracia con Suárez". "Estoy desagradecido de ellos total, y del catalán sólo aprendí las palabras feas", asegura, aunque a veces echa de menos el estrés: para él, lo de "siga a ese coche" no es una frase de película, y puede estar una tarde entera contando las veces que lo atracaron.
Poco a poco, las ruedas del 124 van hundiéndose en la tierra. A su lado, crecen hermosas las plantas de patata y engordan felices los cochos de la vecina. Manolo descubre su carroza negrigualda, oculta bajo un plástico negro, y enseña lo bien que restauró la chapa y la tapicería después de verse envuelto en "un tiroteo a la salida de un club de alterne". Le han puesto cuchillos al cuello, le han amenazado con jeringas y han utilizado su auto para los trapicheos.
"Últimamente, de noche, había demasiados hombres con pechos como mujeres y demasiadas mujeres metidas en la droga" haciendo la calle. Las prostitutas aprovechaban la carrera para chutarse. A veces, en lugares solitarios, le hacían parar el coche de repente, bajaban la ventanilla "y un hombre metía el brazo y les echaba un papel en el bolso".
Ahora sabe que la cosa está "todavía peor", porque recibe noticias de su hermano, Emilio, y su sobrino, Manuel, que continúan viviendo en Barcelona, trabajando también como taxistas. Parece el sino de muchos, aquí. Desde el cruce de caminos de Aira-Padrón se divisa la mayor concentración de taxistas catalanes en Galicia por kilómetro cuadrado. Un cliente del bar que inauguró Fraga junto a la rotonda cuenta que, hace unos años, los de su quinta "se ponían las botas" en agosto "con las hijas" de los del gremio. "Había una morena que estaba como una loba", evoca con nostalgia.
Echando una mirada alrededor, en Escanlar está Pepe Préstamo; en Praducelo, José y Olga Páez; en Lóuzara, Enrique; en Samos, Isidro; en Foilebar, los de la Casa do Calvillas, padre e hijo... La mayoría de los de la comarca que han tenido que buscarse la vida haciendo carreras a El Prat han vuelto a casa por vacaciones este fin de semana o lo harán la semana que viene, y en número superan con creces a los 24 taxis blancos de la villa. Otros de los que estaban allá ya se han retirado. El último en hacerlo, hace unos días, fue Arturo Incerto, de O Incio, después de echar más de 40 años en Barcelona sentado al volante. Nada más jubilarse, ha regresado a casa.
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