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me cago en mis viejos II | ficciones

TRES

Los días pasaban uno detrás de otro, enganchados, como los vagones del metro, y el de delante tiraba del de detrás. El martes se dejaba arrastrar por el lunes, el miércoles por el martes, el jueves por el miércoles... Yo iba dentro de los días, pero al mismo tiempo estaba fuera de ellos y los veía pasar conmigo dentro. Me veía pasar y me decía adiós. Mientras hacía las camas o limpiaba el polvo pensaba en la vida, en mis colegas del instituto, casi todos ahora en la universidad, y me parecía que habían pasado siglos desde el año anterior. Probé a poner la tele para sentirme menos solo, pero la gente que salía en la tele por las mañanas me daba miedo. La radio también me daba miedo. Y la música. Al final hacía las cosas en silencio, o acompañado por los ruidos de mi calavera (crac, crac, crac...).

Entonces, un día llegó mi hermana a casa con un perro pequeño, un cachorro, para el hombre invisible. Y para ti también, añadió mirándome con pena. El hombre invisible y yo observamos al animal con estupor (o sea, con una disminución de la actividad de las funciones intelectuales) y fingimos alegrarnos. Como había que bautizarlo, buscamos en Internet nombres de perros y los había a cientos, colocados por orden alfabético, casi todos de dos sílabas (Aisa, Anuz, Aska, Bian, Basai, Bena, Buna, Candy, Duna, Ela?). Ninguno nos decía nada. El hombre invisible sugirió de repente que lo llamáramos Dedo, sin explicar por qué, y el animal se quedó con Dedo (el dedo que le meten a uno por el culo, pensé yo).

Esa noche, en la cama, recordé un episodio de infancia. Tendría yo la edad del hombre invisible cuando mi vieja me regaló un pez para que me acostumbrara, dijo, a tener responsabilidades. Responsabilidades significaba darle de comer, cambiarle el agua y limpiar la pecera. A veces le salían de la tripa unos hilos negros y delgados, como intestinos, que resultaron ser mierdas. Me daba un asco de la ostia el pez de los cojones, así que una noche me levanté, fui al salón y lo saqué del agua. El bicho comenzó a agitarse sobre la mesa y en una de esas fue a caer al suelo, donde siguió botando. Continuará.

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