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expediente xx | industria del ocio
Columna
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Corta de vista

Luz Sánchez-Mellado

No soy borde, soy miope. Y presumida. Así que si me cruzo contigo en un pasillo y no te saludo no es que no te hable, es que no te veo. Antes muerta que ponerme gafas. Pues sí, lo único que me faltaba para hundir más estas ojeras en las que ya se pueden plantar patatas. Podría usar lentillas. Las tolero de maravilla, ni me acuerdo de que las llevo. Tanto que aún me duelen las córneas de la sarta de pellizcos que me autopropiné tratando de quitármelas la última noche de juerga que se me ocurrió ponerme unas desechables. Me levanté al baño a las siete de la mañana y no fui capaz de averiguar si las llevaba puestas o se me habían caído entre copa y copa. Veía doble de todas formas. Al final dormí con ellas. O no. El chico de la óptica no las encontró ni vivas ni muertas al día siguiente.

De operarme ni hablamos. Lo tenía que haber pensado antes. Ahora también tengo presbicia -vista cansada, la maldición de los 40- y si te arreglan una cosa te desgracian la otra. Tanto láser para nada. Qué se va a hacer. No me va tan mal. De día, en la calle, me defiendo con mis gafas de sol graduadas, el invento del siglo. Filtran, fardan y favorecen. Tengo hasta unas viejas para bañarme en la playa sin acabar ahogada en el océano o perdida en el muestrario de toallas de la arena. El problema es entrar a cubierto. En el trabajo voy tal cual, cegata perdida. Lo tengo todo -y a todos- muy visto. Y cuando me interesa el panorama, saco mis graduadas del bolso, echo un vistazo al percal y ya me hago yo una idea general del paisaje y del paisanaje, que para enfocar siempre hay tiempo.

El caso es que no tengo tantas dioptrías, uno veinticinco de miopía y cero setenta y cinco de astigmatismo, pero lo de la agudeza visual es como el sexo: está sobrevalorada. Cuanta menos tienes, menos necesitas. Una vez te acostumbras a habitar un mundo borroso le vas encontrando el encanto al asunto. De lejos ves bultos, siluetas sensuales, figuras sinuosas. De cerca, rostros tersos y uniformes. Es como llevar un editor de Photoshop incrustado en la retina. Pero hay que tener cuidado. Como no ves, crees que no te ven. Y te desinhibes. Eres tú misma.

El año pasado me encontré a mi jefe en Conil y no le reconocí hasta que me tiró de la trabilla del tanga de Hello Kitty en una terraza. El caso es que me había llamado. A gritos. Pero como no veo, no oigo. Es el peaje de la discapacidad sensorial voluntaria en aras de la estética. Estás mona, pero no te enteras. Igual me estoy perdiendo algo, pero compensa. Total, para lo que hay que ver.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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