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Crónica:música
Crónica
Texto informativo con interpretación

Madonna disfruta de su trono

La artista triunfa en Barcelona, pero no llena, antes de actuar en Madrid y Zaragoza

Imposible respirar, ni un segundo para comprobar si quien está al lado sigue ahí o ha marchado más cerca del escenario. Sin descanso. Esa parece la máxima de Madonna en su espectáculo Sticky & Sweet, que el martes por la noche atrajo triunfalmente a 45.000 personas hasta el Estadio Olímpico de Barcelona que, sin embargo, no se llenó.

Dio igual. La adhesión del público, especialmente el femenino, a esta mujer sexy, dominadora y retadora marcó una noche presidida por un apabullante despliegue de medios técnicos.

Madrid, esta noche (estadio Vicente Calderón, donde ayer quedaban todavía 15.000 entradas por vender) y Zaragoza (Recinto de la Feria), el sábado, serán nuevas piedras de toque para comprobar si el reinado de la gran diva del pop sigue vigente.

El concierto del Lluís Companys comenzó con media hora de retraso pero, en apenas quince segundos, el cansancio asociado a la espera se disipó. Una introducción musical con una proyección protagonizada por bolas desplazándose por desniveles anunció que la reina estaba a punto de aparecer. Lo hizo sentada en un trono, tocada con sombrero de copa, corpiño, levita, piernas cubiertas con malla y botas altas de cuero. Sonaba Candy shop y Madonna, sometiendo el cuerpo de sus bailarines como un sultán a sus eunucos, bailaba una coreografía que la mantenía en todo momento como epicentro.

Las pantallas, dispuestas con milimétrica precisión y con gran variedad de planos, mostraban tomas de cerca de la diva, que desembocaron en un barrido a la primera fila de espectadores cuando ésta saludó al público con un "¡Hola Barcelona!". Todo estaba previsto, pues el público, tomado por la cámara en su momento de máxima exaltación, animó al resto del estadio. El baile se descorchó con Beat goes on, pieza en la que las pantallas mostraron la aportación vocal de Kanye West mientras un coche de época impolutamente blanco servía de plataforma para la coreografía. Una locura.

Y eso que sólo habían sonado dos canciones. Tras el final de la primera parte, rematada con Human nature y Vogue, una larga versión de Into the groove abrió la segunda. Madonna iba más pícara, con una falda roja de colegiala picante. Proyecciones de graffitis de Keith Haring salpicaron las pantallas de colorido mientras el ritmo mantenía el pulso de una coreografía alocada y elástica. Tras unos espasmódicos acordes de Holiday con el estadio a punto de levitar, llegó el homenaje a Michael Jackson con una breve medley (Billie Jean, Wanna be startin' something) que sirvió para que un bailarín ejecutase el celebérrimo paso del moonwalk que permitió reenganchar el ritmo y la melodía de Holiday. Un no parar apabullante centrado en la persona de Madonna, incansable e inagotable en sus constantes evoluciones por el amplísimo escenario, asumiendo toda la responsabilidad en un espectáculo que apenas deja margen para el error.

Unos acordes de God save the queen dieron paso a Dress you up con Madonna ejerciendo de guitar hero mientras caía de rodillas con las piernas bien abiertas, como hacen los chicos malotes. La verdad es que sólo verla ya agotaba.

Pero ella, el mejor anuncio de gimnasia que puede verse en el mundo, un canto desmedido a la forma física, apenas mostró signos de cansancio. Y cuando tenía que respirar aplicaba un buen beso de tornillo a una bailarina ataviada como ella en sus primeros discos, con gasas y tules, cosa que hizo en She's not me. Luego, ya con pantaloncillo de deporte corto y lila, llegó Music y el interludio que cerraba la segunda parte del espectáculo.

La velocidad era tal, los acontecimientos se desarrollaban con tal celeridad, los efectos se solapaban de tal manera que incluso parecía un espectáculo compulsivo, casi atropellado, una subida que jamás se nivelaba, quizás pensada para correr un velo sobre las propias canciones, buena parte de las cuales tuvieron -todo hay que decirlo- escaso peso artístico.

Fue el caso de las que Madonna ofreció de su último disco, ampliamente representado, más que por canciones en sí mismas, por un estilo y un sonido que denota en exceso que la reina del pop sólo vive preocupada por no quedarse atrás.

Incluso la elegancia, finura y delicadeza mostradas en giras tan superlativas como la de Drowned tour, la última que pasó por Barcelona allá por 2001, brillaron por su ausencia. A cambio, la Ciccone decidió abrir la espita de lo atlético y lo gimnástico, dejando paso y cediendo casi todo el protagonismo a una casi enfermiza demostración de facultades físicas.

La tercera parte comenzó con algo menos de gas y una balada de corte insustancial, Madonna cantó Devil wouldn't recognize you sobre un piano dentro de una jaula que descendía de la pantalla circular situada sobre el escenario.

Sin mostrar un centímetro de piel por vez primera en el concierto, que ya llevaba una hora de trayecto, Madonna abordó Spanish lesson, para luego seguir con Miles away y La isla bonita, pieza que de nuevo subió la temperatura de la noche con un arreglo de corte zíngaro.

A todo esto, tanto en las canciones interpretadas por la diva como en los interludios ilustrados con proyecciones, se dispararon multitud de fragmentos de múltiples canciones de muchos otros artistas, una forma de construir una especie de espectáculo global en el que no falta el tributo/apropiación del legado ajeno de la música pop. Un gesto muy inteligente propio de una artista que suma a su talento determinación, visión y ambición, una ambición estratosférica.

La cuarta y última parte del show se abrió con Madonna cantando desde las pantallas: fue, quizá, una forma de decir que en un espectáculo tan atlético, coreógrafico y tecnológico el cantar o no de verdad resulta un detalle sin capital importancia. El alimento para los ojos y la celebración de las canciones más populares resultó suficiente argumento para conseguir la complacencia, sorpresa y rendición del público, que a esas alturas del show ya había capitulado.

El ritmo hiphopero del tema titulado 4 minutes marcó la pauta de lo poco que quedaba por ver, una exaltación del baile y de la alegría servida por temas como Like a prayer o Give it 2 me. Fue el remate a un espectáculo orgulloso, la autoafirmación de una mujer que lleva toda una vida deteniendo el tiempo, quizá cabalgando sobre él.

La cantante estadounidense, sexy y retadora, en un momento de su espectáculo <i>Sticky & Sweet, </i>en el Estadio Olímpico de Barcelona.
La cantante estadounidense, sexy y retadora, en un momento de su espectáculo Sticky & Sweet, en el Estadio Olímpico de Barcelona.AFP

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