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Reportaje:DISPUTAS EN LA ANTIGUA CASA IMPERIAL RUSA

María Vladimirovna quiere ser zarina

La heredera del último zar pide a su país un trato similar al de la Iglesia ortodoxa, aunque la familia Romanov, dividida, no le apoya

La dama de mediana edad, más bien gruesa y de pelo negro, que cultiva un pequeño huerto en la azotea de su apartamento madrileño, lleva en cierto sentido una doble vida. Aunque nació en Madrid hace 55 años, se educó en París y Oxford, y está emparentada con la familia real británica, María Vladimirovna Romanova es rusa por los cuatro costados. Vive de acuerdo con el calendario festivo ruso, frecuenta la iglesia ortodoxa rusa, en la periferia de Madrid, y viaja casi todos los años a su país, donde es agasajada por autoridades de rango medio y por el clero local. Poca cosa, no obstante, para María Vladimirovna, jefa de la casa imperial rusa desde la muerte de su padre, Vladímir Kirílovich, en 1992, quien heredó el disputado título del abuelo de María, Kiril Vladimírovich, nieto del zar Alejandro II.

Convencida de sus derechos dinásticos, María, que abrió una cancillería de la casa imperial rusa en Moscú con web propia en 2002, acaba de pedir a las autoridades del país, en un comunicado difundido la semana pasada, un estatus oficial para la familia imperial. Algo similar a la posición de la Iglesia ortodoxa rusa, "una organización social distinta del Estado, pero que participa en todas las ceremonias oficiales y posee una cierta autoridad e influencia".

La petición podría parecer disparatada, si no fuera por las simpatías que la realeza autóctona despierta en el actual primer ministro ruso, Vladímir Putin. María Romanova consiguió en octubre pasado, tras un forcejeo legal, que el Presídium del Tribunal Supremo ruso rehabilitara al zar Nicolás II, a su esposa, la zarina Alejandra, y a sus cinco hijos, asesinados por los bolcheviques el 17 de julio de 1918, junto al médico de la familia y a tres sirvientes, en Yekaterimburgo, Rusia Central. Y desde mediados de los años noventa, los muertos de la familia reciben sepultura en la catedral de San Pedro y San Pablo, de San Petersburgo.

Pero una cosa es restituir la dignidad a los represaliados políticos y otra es pugnar por abrirse un hueco en la vida política y social del país, con las implicaciones incluso patrimoniales que algo así podría tener. ¿Qué opina la gran duquesa? Imposible preguntárselo. "Nosotros no tenemos su dirección ni su teléfono, porque sólo es colaboradora de El Rastrillo", explica una responsable de Nuevo Futuro, ONG que organiza el mercadillo madrileño del que es asidua Romanov. Tampoco el padre Andrey, a cargo de la iglesia ortodoxa rusa de Madrid, es más explícito. "Ella quiere que se la contacte a través de su cancillería", indica en buen español.

Alexandr Zakatov, director de la oficina moscovita de la gran duquesa, es el último muro de contención. En conversación telefónica, recomienda leer "lo que Su Alteza ha dicho ya al respecto en su página web". Por ejemplo, sus declaraciones a la revista Randevu de Kazajistán, del año pasado. María Vladimirovna declara en la entrevista su fe en la monarquía. "Si la casa imperial no creyera en ella sería como si la Iglesia ortodoxa no creyera en Dios", dice. Y se muestra confiada en que Rusia le otorgue con el tiempo el estatus que pide, "como han hecho todos los países civilizados con sus antiguas dinastías reinantes".

Las reivindicaciones de María Vladimirovna no alcanzan a todos los Romanov, un colectivo de, al menos, medio centenar de personas. Para la gran duquesa, la familia imperial se reduce a cuatro miembros: ella misma, su madre nonagenaria, su hijo, residente en Bruselas, y una anciana princesa que vive en Uruguay.

Pero sus parientes le pagan con la misma moneda. "Nosotros no queremos absolutamente ningún privilegio oficial", explica en conversación telefónica desde su casa en Dinamarca el príncipe Dmitri Romanovich, que preside la Fundación Romanov para Rusia, y cuyo hermano mayor, Nicolás, considerado también jefe de la dinastía, dirige la Asociación de la Familia Romanov, creada en los años noventa.

"María es sólo una princesa más", explica el príncipe Dmitri, de 83 años. Y es que, desde la abdicación y posterior asesinato del zar Nicolás II, en 1918, una agria disputa dinástica divide a los Romanov, descendientes de distintos hijos de antecesores del último zar. La batalla enfrenta a dos líneas de pretendientes a un trono que aparece bastante remoto. De un lado, la de María Vladimirovna, que desciende del zar Alejandro II. Del otro, la de Nicolás Romanovich, que parte del zar Nicolás I.

Vladimirovna niega los derechos dinásticos de los candidatos masculinos porque todos, alega, han contraído matrimonios morganáticos, es decir, se han unido a personas ajenas a la realeza. La otra rama rechaza esta objeción, y cree que el heredero, dada la complejidad de la línea sucesoria y los muchos avatares históricos, deberá ser elegido por los parientes, cuando llegue el caso.

Unos y otros tienen sus grupos de apoyo en Rusia, y alardean de contar con las simpatías de Putin. "No hace mucho tuve un encuentro muy agradable con él", cuenta el príncipe Dmitri, "y cuando viajo a Rusia, me suelen enviar un coche al aeropuerto. Pero yo no pido nada". Dmitri Romanovich fue el encargado de acompañar, en 1998, el traslado de los restos mortales de los últimos Romanov, desde el instituto forense de Yekaterimburgo, donde se hallaban, hasta la catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo donde fueron enterrados con todos los honores. En aquella ceremonia, a la que asistió el primer presidente de la Federación rusa, Borís Yeltsin, hubo una ausencia notable en las filas de los Romanov, la de la María Vladimirovna. No hace mucho explicaba, en una entrevista a una emisora de televisión rusa en inglés, que no estaba segura de la autenticidad de los restos.

Ahora, cuando los zares reposan ya en la catedral de su ciudad de residencia, y en las listas de popularidad promovidas en Internet, Nicolás II (canonizado como el resto de la familia que murió con él), ocupa uno de los primeros puestos, puede que la ofensiva de María Vladimirovna en busca de mayor protagonismo "para trabajar por el bien de la patria", acabe teniendo respuesta.

Aunque la gran duquesa no debería olvidar que el antiguo zar está acompañado en esas listas por los dos personajes que forjaron su ruina, Stalin y Lenin.

El último zar de Rusia, Nicolás II, en una imagen familiar de 1913, con la zarina Alejandra, sus cuatro hijas y su hijo
El último zar de Rusia, Nicolás II, en una imagen familiar de 1913, con la zarina Alejandra, sus cuatro hijas y su hijoAP

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