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Cosa de dos
Columna
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¿Enamora la vedette?

Carlos Boyero

El arranque de las casi siempre temibles noticias del mundo durante los últimos días no lo protagoniza la sangre, la angustia ni el miedo, sino la certidumbre de que lo más valioso que se puede comprar en este mundo no es Las Meninas o una vacuna contra la infelicidad sino la prodigiosa habilidad con los pies de un maniquí con cresta y gesto de prima donna airada que va a saciar esa generalizada pasión denominada fútbol.

Se supone que todos los que estamos enganchados desde la infancia a este equipo ancestralmente ganador y que lleva demasiado tiempo chapoteando en la soporífera mediocridad deberíamos sentirnos como los niños en la mañana de Reyes, chorreando gozo por la llegada del esplendoroso Mesías a nuestro deprimido hogar, enormemente agradecidos porque nos acaban de regalar el juguete más caro del mercado, porque las penurias cotidianas se van a esfumar ante el milagro permanente que nos va a regalar el Bernabéu. Pero no percibo el menor síntoma de orgasmo ante la llegada a precio surrealista del invencible mercenario portugués en ninguno de los espíritus irremediablemente blancos con los que comento el advenimiento del tal Cristiano. Es evidente que despierta lujuria en la sagrada publicidad, que venderá de todo, que los medios le veneran. Pero nada me resulta simpático o querible en este fulano tan pendiente de su espejito mágico. Su arte, aunque eficiente y estadístico, tampoco es el de Zidane. A ese señor no sólo le admirabas. También te enamoraba. Sentimiento de cumplimiento obligatorio para alguien que ha costado su escandaloso caché.

El empresario infalible ha demostrado inteligencia, buen gusto y un poderoso sentido de la realidad al rodearse en su imperial proyecto de generales tan valiosos como Valdano, Pardeza, Pellegrini y Zidane. Gente que despierta tanto respeto como esperanza. Ojalá que sepan extraer lo mejor de las vedettes, que asociemos a este equipo con la hermosura triunfante. O sea, con el Barcelona de Guardiola.

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