De la 'dolce vita' a la vida golfa
Hubo un tiempo en el que la dolce vita descansaba en las islas del Golfo de Nápoles. Villas, hoteles, mansiones servían de refugio para que Visconti terminara sus guiones o para que Patricia Highsmith pudiera escribir sobre la vida a pleno sol de atractivos y amorales seductores. Tom Ripley, con su elegante ambigüedad, un tipo capaz de caer bien aunque estuviera metido en juegos sucios o asesinatos. Intento imaginar a Ripley, en esta renovada vida golfa/hortera a la italiana, mirarlo como uno de los invitados a una orgía estilo Berlusconi y me parece tan difícil como confundir a Alain Delon con Gómez Bur. Los ricos y sus vidas, inmoralidades, engaños, creencias o fiestas tenían su estilo, sus escritores, sus cineastas, sus críticos, sus revistas y sus parodias.
La Europa del sur que había ganado al fascismo era una reserva exclusiva de la buena vida
De ese lado del Mediterráneo, de esa Europa del sur que había ganado al fascismo, venía una vitalidad capaz de exportar estrellas, mitos, cocina, canciones y cine. Era una reserva exclusiva de la buena vida. Highsmith, que vivió en Capri, que sigue siendo lectura necesaria si queremos entendernos aunque no nos gustemos, no fue complaciente, ni suave como un vino de Ischia, pero supo contar a los seres humanos de su tiempo "como si una araña escribiera acerca de las moscas". Han pasado cincuenta años, hemos estado en los escenarios donde los vividores de la dolce vita descansaban de no hacer nada y los mafiosos disimulaban sus armas y debemos reconocer que ni las películas ni la vida son lo que fueron. Sin nostalgia, incluso con alabanza de paisajes, lugares y gentes de ahora, desde la Italia de Berlusconi debemos reconocer que todo es mucho más zafio. Todo mucho menos dolce vita aunque aquí sigan los golfos, sus vidas y sus milagros. Creo que hasta las moscas tenían mejor estilo. O comían mierdas más cultas.
Hace unas noches, en una isla del Golfo de Nápoles tuvimos que soportar la música hortera que unos seguidores de Berlusconi en campaña de elecciones europeas y en compañía de un grupo de católicos gritones seguidores del kikoargüellismo. Una serenata que no se merecía nuestra cena, ni Europa, ni la música, ni el pasado, ni el futuro. Tropa de italianos, de europeos, poco dulces, que quizás no sepan que votar a Berlusconi es prohibir a Saramago. No confundir la vida golfa con la dolce vita. Ni la calle de la Ballesta con Vía Veneto. Nuestra golfemia, sin Fellini, no se salvaba ni aunque el pianista de un burdel de Ballesta se llamara Manuel Alejandro.
Terminamos en Nápoles, ciudad "monárquica y anárquica", española. Con fe en San Genaro y en Maradona. En compañía de un libro de Erri de Luca, el mejor de sus escritores, capaz de hacer un lugar para la felicidad de un oscuro patio de vecinos. Nocturnos y paseando en compañía de los peligros y la libertad. "De noche, la ciudad es un país civilizado".
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