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Columna
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La mujer de la carnicería

La señora que esperaba su turno en la carnicería no sabe que una especie de caña, la Arundo donax, de origen asiático, se está extendiendo por los cauces de nuestros riachuelos y barrancos, y es extremadamente peligrosa: consume el triple de agua que la vegetación autóctona valenciana. Hasta la Consejería de Medio Ambiente, Agua, Urbanismo y Vivienda de la Generalitat ha tenido que meter mano en el asunto por tal de atajar un aparentemente inofensivo cañar, que puede agravar nuestra tradicional falta de recursos hídricos. La señora que compraba en la carnicería hablaba, con voz pausada y serena sobre los despidos y la crisis económica; una crisis que se extendía y unos despidos que se multiplicaban en su entorno más que la invasora caña asiática en nuestros cauces fluviales. La señora que comentaba en la carnicería los avatares en torno al mayor de sus hijos, que lo habían mandado al paro en el sector cerámico, tenía un ligero acento procedente del sur peninsular, un acento que entrecruzaba con expresiones en el valenciano de La Plana en donde vive desde hace algo más de cuarenta años, cuando llegó buscando un futuro mejor para su prole.

La señora que compraba uno de estos días de la Pascua Florida vive en un barrio decente y no demasiado lujoso; tiene un pisito por donde el estadio Castalia, un distrito urbano de la capital de La Plana, junto al cauce seco del Riu Sec, adecentado ahora a su paso por la ciudad. Una zona donde se construyó mucho durante la última década y donde los precios de la vivienda han bajado entre un treinta y un cuarenta por ciento durante los últimos meses. Se pagaban al parecer 2.000 euros por metro cuadrado construido, y se vende ahora por 1.300 o 1.400 euros el metro. La señora que tenía planeado preparar un cocido sureño, con hueso de jamón incluido, contaba por decenas el número de viviendas vacías de su calle. Aunque, claro está, la mujer con pliegues en la cara y canas en el pelo no peroraba sobre el espejismo de un desarrollo rápido basado en la construcción, o sobre una prosperidad económica durante los últimos años que resultó ficticia. La señora de la carnicería administra con buen tiento su dinero, pero está claro que desconoce el hecho de que a lo que aquí sencillamente denominamos crisis, se le pone apellido más allá de nuestras fronteras, donde se habla siempre de crisis financiera; una crisis financiera que se relaciona siempre con una destartalada política bancaria y una irresponsable actuación de las entidades de crédito. Pero la señora que compraba en la carnicería ni tiene antena parabólica ni lee la prensa extranjera, aunque sabe administrar sus recursos domésticos cuando las bíblicas vacas engordan y también cuando carecen de peso.

La señora que compraba para el avío doméstico ese otro martes de la Pascua Florida, aniversario de la proclamación de una República de la que oyó hablar a hurtadillas en su niñez, es la estampa serena de una mujer, de una madre, de un ama de casa de la clase trabajadora antes, durante y, seguramente, también después de la crisis, que aquí además de financiera es la crisis del desatinado ladrillo, muy relacionado como se sabe con el azulejo y, por ende, con Castellón, con la señora y con el paro de uno de sus dos hijos. La señora, prudente como las serpientes y sencilla como las palomas, se despidió de los demás clientes de la carnicería indicando que hay que saber administrarse, que es un derecho vivir dignamente y sin precariedades, pero que en los últimos tiempos aquí todo el mundo se había dedicado al despilfarro como los ricos. Y puso fin a una atinada cháchara más propia de una sensata tertulia televisiva sobre la crisis que de la espera del turno en la carnicería.

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