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Reportaje:

El berrinche de un niño

Sergio García pide perdón por culpar al campo de Augusta de su mal juego

Juan Morenilla

Cuando terminó la segunda jornada y no pasó el corte, Álvaro Quirós proclamó, enfadado, que no tenía ganas de volver al Masters. Un pecado de juventud a sus 25 años, se supone, porque seguramente su entrenador, Pepín Rivero, que habría dado media carrera por jugar en tan mítico escenario, le habrá aleccionado.

A su vez, cuando concluyó el torneo, desquiciado como de costumbre en Augusta, Sergio García volvió a escupir excusas y a culpar al course de su mal juego. "Este campo no es justo. Es demasiado complicado. Una lotería", sentenció en Golf Channel. "Entonces, ¿qué haría para corregirlo?", le preguntaron. El interrogante le sorprendió porque no tenía respuesta: "No me importa. Que hagan lo que quieran. No es mi problema".

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En el caso de García, ni pecado de juventud ni de inexperiencia: con el de este año suma once presencias en el Masters. Más bien, el berrinche que suele acompañarle al salir del torneo. Y es que no ha pasado el corte cuatro veces, las dos últimas consecutivas: 2007 y 2008.

José María Olazábal, que vive con un nudo en la espalda, era la viva imagen del sufrimiento en Augusta, donde ganó en 1994 y 1999 mientras que Severiano Ballesteros lo hizo en 1980 y 1983. La cara roja, la garganta seca, el sudor... Pero atacaba cada hoyo con una mentalidad de piedra y se despidió admitiendo su mal juego el segundo día. Miguel Ángel Jiménez, al que el tríceps daba un pinchazo cada vez que ejercía el swing, tampoco buscó excusas cuando hizo 78 golpes en la tercera ronda. Tiger Woods lo vio claro cuando no bajó del par en la segunda: "He jugado mal". Ni siquiera Kenny Perry, con dos bogeys en los dos últimos hoyos, a un milímetro de la gloria a los 48 años, buscó más culpable que él mismo por haber perdido finalmente la chaqueta verde ante el argentino Ángel Cabrera.

No así El Niño, que señaló al histórico campo como si no hubiera entendido que a Augusta no se va de camping. El recorrido se le ha cruzado de tal modo que a principios de semana, varios días antes de comenzar el torneo, ya dijo que no tenía esperanzas de pasar el corte. Él, un número tres del mundo, un golfista seguido y admirado por los aficionados y la prensa estadounidense, se rendía antes de empezar.

La pataleta sentó esta vez peor en Estados Unidos, que le recriminó su berrinche. El lunes, su manager tuvo que enviar un comunicado de disculpa. Ayer fue el propio Sergio, forzado por el tirón de orejas general, el que rectificó: "Quiero pedir perdón. Sobre todo, a los socios del Augusta National Golf Club. Terminé muy frustrado y bastante caliente y, en vez de echarle la culpa al único que se lo merecía, a mí mismo, culpé al campo. Reconozco que me pasé y nunca debí decirlo. Últimamente, no me veo al ciento por ciento y eso es bastante frustrante. Cuando trabajas, te esfuerzas, lo das todo y ves que no te salen las cosas, es difícil no desesperarse. Tal vez haya sido demasiado ansioso después de haber conseguido ser número dos. Espero haber aprendido la lección".

El Niño mantiene su cuenta pendiente con las competiciones del Grand Slam, un doctorado que se le escapó sobre todo en aquel desempate contra el irlandés Padraig Harrington en el Open Británico de 2007. Desde entonces, ha alcanzado temporalmente la condición de número dos, coincidiendo con la lesión de Woods, pero no ha dado el salto en un major. Y la culpa, como admitió ayer, no es del campo.

Sergio Garcia, la semana pasada, en el Masters, en un golpe de aproximación a la bandera.
Sergio Garcia, la semana pasada, en el Masters, en un golpe de aproximación a la bandera.AFP

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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