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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Solo, estatuario y espectral

Manuel Rodríguez Rivero

El título corresponde a uno de los numerosos ritornelli literarios con que Javier Cercas subraya su hermoso y, desde ahora imprescindible, texto sobre el 23-F. En realidad no se trata de un ritornello más: se refiere a la imagen fundacional, la que desencadena la narración, el germen de todo lo que se desarrolla a lo largo de más de cuatrocientas páginas de lectura (para mí, que no he sido un incondicional del autor) compulsiva. Engendrado a partir de una novela fracasada a la que una realidad extremadamente compleja, volátil y novelesca desbordaba, Anatomía de un instante (Mondadori) es un apasionante ensayo que se beneficia, por un lado, de todos los recursos del relato y, por otro, de una investigación exhaustiva y mesmerizante -lo que, quizás, contribuyó a que el primer intento del autor nunca llegara a satisfacerle- llevada a cabo en todos los frentes: fuentes primarias, secundarias y entrevistas personales. Que con todos esos materiales -la inestable "realidad", sus interpretaciones contrapuestas y las herramientas de la ficción- Cercas haya conseguido componer un relato diferente acerca de algo sobre lo que todo el mundo cree saber o sospechar bastante, no me parece el menor de sus méritos. El que permanece "solo, estatuario y espectral en una desolación de escaños vacíos" es, claro, Adolfo Suárez, el héroe -junto con el general Gutiérrez Mellado ("el último espadón de la historia de España")- de esta historia repleta de villanos que parece inscrita en el ADN de la transición. El clima en que se desarrolla el drama que culmina en el hemiciclo del Congreso es el que impone una realidad política, económica y social que amenazaba con dar al traste con una jovencísima y anémica democracia lastrada de pasado autoritario. Fue esa sensación de catástrofe inminente la que provocó que, a partir de un momento dado (otoño 1980, invierno 1981), Suárez fuera percibido por todas las fuerzas e instituciones en presencia (desde el Ejército y los partidos hasta los empresarios y la Iglesia) como el objetivo a derribar, como el supremo obstáculo. Y contra él se concertaron no sólo los golpistas de toda laya (los de Pavía o los de Prim, según fueran partidarios del golpe "duro" o del "blando"), sino incluso todos aquellos demócratas que, "apurando hasta lo temerario el asedio al presidente legítimo del país", dieron alas a los golpistas y formaron parte de o propiciaron (siquiera inconscientemente) lo que Cercas denomina expresivamente "la placenta del golpe": en este sentido, ni el entonces primer partido de la oposición, ni el propio Rey (a cuya santificación mediática hemos asistido recientemente) estuvieron libres de culpa. Particular importancia en el descrédito del noqueado Suárez reviste la evidente falta de apoyo final del monarca, rastreable, por ejemplo, no sólo en las frases pronunciadas ante los que le visitaban en aquella época ("a ver si me quitáis a éste de encima. Porque con éste vamos a la ruina"), sino en el demoledor discurso navideño de 1980. Cercas -como deben hacer los buenos novelistas- ha ordenado el caos de la realidad desde su propia lectura generacional. Se puede estar de acuerdo o no con sus tesis y su punto de vista, pero nadie puede negarle oficio, ni a su relato valentía, pasión y eficacia. En otro orden de cosas -más pegadas a la prosa de la edición- no deja de llamarme la atención el peculiar modo que ha tenido el autor de festejar el cuadragésimo aniversario de Tusquets, el sello en el que se había labrado su prestigio como novelista (por supuesto, a la editorial tampoco le ha ido nada mal con sus libros). Ahora, como muchos otros escritores, se convierte en tránsfuga, y pasa del entourage del tío (Toni López Lamadrid) al del sobrino (Claudio López Lamadrid, director de Mondadori). Supongo que el ideal económico (se habla de entre 300.000 y 500.000 euros de anticipo) habrá sido de esos a los que uno (casi) no puede negarse. La vida y la señora Balcells tienen esas cosas.

Sorpresa

Vaya chasco. Como se sabe, no es infrecuente que los editores, especialmente los que publican lo que los anglófonos llaman non-fiction, engañen en los títulos de los libros con objeto de hacerlos supuestamente más atractivos o digeribles o "comerciales". Si ustedes caen en la tentación de comprarse Un deseo propio, de Inmaculada Pertusa y Nancy Vosburg (Bruguera) pensando que van a leer una -como promete el subtítulo- Antología de escritoras españolas contemporáneas, pueden llevarse una sorpresa. Lo que interesa a las dos autoras (profesoras en universidades norteamericanas y colaboradoras en el volumen colectivo Tortilleras: Hispanic and U.S. Latina Lesbian Expression, Temple University Press) es la representación en la literatura española de ese "deseo propio" de la mujer (evidentemente) que es el deseo lesbiano. Vistas así las cosas, supongo que el título o el subtítulo debieran anunciarlo más claramente, como en todo caso sí lo indica el texto de la contracubierta. En esta antología -en la que, en todo caso, están representadas algunas buenas narradoras (incluyendo, por cierto, a la propia editora del sello en que se publica)- no figuran, por tanto, muchas de las más importantes "escritoras españolas contemporáneas". Por ejemplo, Rosa Montero, de la que Alfaguara acaba de reeditar Crónica del desamor ("la gran novela de la transición", según anuncian sus paratextos), o Ana María Matute, o Cristina Fernández Cubas, o Soledad Puértolas, o Clara Sánchez, o Almudena Grandes, o Elvira Lindo, o Marta Sanz, o Lolita Bosch, o tantas otras brillantes escritoras de las cuatro generaciones de novelistas españolas en activo. Todas ellas, supongo, también con "deseos propios". Por eso, entre otras cosas, escriben.

Armas

Desde el 11-S, y junto con los temas religiosos, la guerra -su historia, sus técnicas, sus estrategas, sus métodos y armamento- está presente de modo llamativo en el conjunto de la producción editorial. En todo caso, no hay guerra buena: un elemental truismo que viene confirmado dramáticamente por historiadores y polemólogos. A hierro y fuego, de Sean McGlynn (Crítica), proporciona un erudito y muy legible compendio de las atrocidades practicadas en las guerras medievales, desmitifica la importancia de las órdenes de caballería y demuestra que el salvajismo mostrado por los contendientes -en asedios y batallas- no era el desahogo ni la explosión de enloquecidos exaltados, sino un componente fundamental de la estrategia militar. Ultima ratio regis, de Fernando Quesada Sanz (Polifemo), por su parte, explora de modo convincente y exhaustivo los intentos de control y prohibición de armas desde la Antigüedad hasta la Edad Moderna, es decir, durante la época en que su posesión era considerada importante símbolo de estatus y cifra de la libertad individual. Época no tan lejana, si se tiene en cuenta la logorrea propagandística de instituciones como la National Rifle Association (compruébenlo en www.nra.org) de Estados Unidos.

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