_
_
_
_
Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La historia más triste

Marcos Ordóñez

Tremendo palo le pegaron a Betrayal, quizás la obra más popular de Pinter, cuando se estrenó en el Lyttelton en 1978, con Michael Gambon, Penelope Wilton y Daniel Massey, a las órdenes de Peter Hall. Fue recibida por la crítica como una "obra menor" (puedo entenderlo: la anterior era la impresionante No Man's Land), excesivamente "concreta" (sí, eso dijeron), y sin enigmas (aparentes). Incluso el ultraperceptivo Michael Billington escribió entonces (luego rectificó, en su biografía de Pinter) que no le interesaba lo más mínimo "una historia de cuernos entre intelectuales de Hampstead". Por supuesto, Betrayal (Traición) va mucho más allá de una historia de cuernos. Su asunto es la mentira como infección, como metástasis. Nueve escenas, secas, reconcentradas, que dibujan un desolador laberinto de traiciones. Me apostaría un chelín a que Pinter tenía en la cabeza el tono de El buen soldado, de Ford Madox Ford (originalmente llamada La historia más triste): el retrato de dos parejas aparentemente felices y hermanadas bajo cuya superficie tersa bulle una red de turbulencias, tensiones y engaños. Pinter había vivido un adulterio semejante, aunque eso es un poco lo de menos. Lo importante es cómo lo cuenta: comenzando por el final (el encuentro en un pub entre los amantes separados) y remontándose, paso a paso, hasta el origen de su relación, diez años atrás. No es una estrategia original (Kauffman y Hart patentaron el prototipo en 1934 con Merrily We Roll Along, por no hablar de El tiempo y los Conway) pero siempre te parte el alma. Robert, editor, y Jerry, agente literario, son amigos íntimos y se conocen desde la universidad. Jerry tiene un largo affair con Emma, la esposa de Robert, que dirige una galería de arte. ¿Sencillo? Ni lo sueñen. A lo largo de esas nueve escenas nos enteramos de que todos han mentido para que las aguas no salieran de su cauce, pero que no hay peor traición que la de engañarse a uno mismo. Jerry y Robert (los hombres siempre salen peor parados en las obras de Pinter) no sólo traicionaron su amistad sino sus ideales de juventud: ambos promocionan a escritores en los que no creen pero que les permiten ganar mucho dinero, como un tal Casey (Ruiz Piñuel, en la versión catalana) que, irónicamente, acabará siendo el nuevo amante de Emma. No les desvelo nada: eso se cuenta en la primera escena. Lo fascinante del texto es su gradación informativa: de qué manera logra Pinter narrar el avance de esa marea negra mostrándonos no las cumbres sino los intersticios por los que se ha escapado la pasión, a través de un diálogo que revela, por omisión, por máscara, los verdaderos sentimientos. En el justo centro de esa estructura simétrica, casi musical, brilla, como un paradigma (o una poética) la "escena de Venecia", en la que Robert descubre, por azar, el adulterio, a caballo entre Rattigan (las bromas sobre la torpeza del correo italiano, encubriendo el dolor del engaño) y Strindberg (el juego cruel del marido, que obligará a su esposa a poner las cartas, nunca mejor dicho, sobre la mesa). Betrayal se ha montado muy poco en España. A principios de los ochenta la estrenó Francisco Vidal en el Príncipe (función que no vi) y pasaron casi veinte años hasta su reposición, en catalán (Traició, 2002), un inmaculado montaje a cargo de Xavier Albertí en la sala Muntaner de Barcelona. La semana pasada llegó al Lliure, con idéntico título y dirección de Carles Alfaro, que firma también escenografía e iluminación: para mi gusto, su mejor espectáculo desde La controversia de Valladolid. Con ritmo, con tensión, con humor, con verdad. Hay un inteligente aprovechamiento de la sala grande. Al principio tienes la impresión de estar en una disco de los setenta, todo tapizado en felpa marrón, con varios niveles, y escaleritas, y asientos hundidos en el suelo, pero el dispositivo, metafóricamente laberíntico, logra crear con eficacia los diversos espacios de la acción, y permite, otra buena idea, que en los dúos esté siempre presente (lejano, en la sombra) el tercero en discordia, sea mujer, marido o amante. La traducción de Esteve Miralles es viva y fluida, con alguna expresión demasiado literal (brutally honest) pero sometida a un patrón inverosímil: la acción se ha trasladado a Barcelona mientras que los protagonistas mantienen sus nombres originales, su biografía (no conozco a ningún editor o agente catalán que haya estudiado en Oxford, como Jerry y Robert) y, lo más ridículo, cada tanto sueltan una réplica en inglés. Pese a esos escollos, Vicenta Ndongo (Emma) sirve con naturalidad y fuerza uno de los personajes más complejos de su carrera: una superviviente nata, apasionada, sensual, y con más recovecos que el oído interno. Francesc Orella está igualmente superlativo como Robert, con retranca, con muchísimo peligro, mandando desde que pisa la escena: ni un paso en falso, ni una inflexión banal o descuidada en una interpretación que hace pensar en un cruce entre Bruno Ganz y Gene Hackman. A Francesc Garrido le toca el rol más espinoso. Emma y Robert no son ningunos santitos pero desean, activamente, y Jerry es un narcisista que pasa del fuego al hielo en un pispás. Para Emma parece encarnar la locura y el arrebato, pero sólo puede mostrar su pasión al principio de la historia (o sea, al final). Parece secretamente concebido como un personaje cómico: el último en enterarse de todo. Garrido es un actor poderoso y visceral con una cierta tendencia al retortijón neurótico, y aquí Alfaro se lo ha marcado excesivamente. Aunque hace gala de un humor marciano, imprevisible y brillante, sobre todo en las escenas con Robert, incurre a ratos en una entonación sonámbula, con extraños parones en mitad de las frases, como si se autotradujera. Quizás el concepto de su interpretación esté basado en la naturaleza desmesuradamente "teatral" del personaje, y así lleva a cabo su escena de seducción, casi como Crumb jugando a Ricardo III: acaba convenciendo, pero un poco más de contención no vendría mal. Reserven entradas ya: Traició es un exitazo de público.

Lo fascinante del texto es su gradación informativa: de qué manera logra Pinter narrar el avance de esa marea negra mostrándonos los intersticios por los que se ha escapado la pasión

Traició, de Harold Pinter. Dirección: Carles Alfaro. Teatro Lliure. Barcelona. Hasta el 12 de abril. www.teatrelliure.com.

Vicenta Ndongo y Francesc Orella, en <i>Traició,</i> de Harold Pinter, con dirección de Carles Alfaro.
Vicenta Ndongo y Francesc Orella, en Traició, de Harold Pinter, con dirección de Carles Alfaro.ROS RIBAS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_