Conciencia de pueblo
En su segunda participación, el Villarreal da una nueva campanada en Europa tirando de sensatez y de la ambición del humilde
En medio de la cena de celebración, los jugadores aprovecharon el jolgorio para pedir tímidamente una prima doble. El presidente, Fernando Roig, sonrió y pidió más champán. Los dirigentes brindaron con los jugadores, los técnicos e incluso los 50 aficionados desplazados a Atenas, pero la cartera del presidente seguía en su sitio. El Villarreal tenía motivos para saborear la euforia: se había convertido en el primer español en ganar en el antideportivo campo del Panathinaikos (1-2), donde reinaron las bengalas y los láseres en los ojos de los jugadores visitantes; se había clasificado por segunda vez entre los ocho grandes de Europa en su segunda participación en la Champions; y lo había logrado con el buen gusto como bandera. El triunfo, además, suponía una inyección económica, de unos tres millones, que cuadrará las cuentas del club.
El club ha mantenido cinco años a Pellegrini y trata de que entre en caja lo mismo que sale
La sensatez ha presidido la gestión del Villarreal, que ha mantenido cinco años al mismo entrenador, Manuel Pellegrini, y ha tratado de que entrara en la caja lo mismo que salía. Por eso rechazó recientemente el fichaje de Oliveira, ahora en el Betis, por entender que pretendía un salario excesivo.
"El pueblecito de Champions ya está en Atenas", dijo uno de los seguidores amarillos al aterrizar en la capital griega. Los hinchas conocen de cerca a sus ídolos y éstos se saben los nombres de aquéllos. Esa conciencia de pueblo, de 50.000 habitantes, está muy presente en el club, que sabe de dónde viene y adónde va. El destino es mantenerse, con un estilo propio, entre los mejores de Europa. La primera vez, la campaña 2005-2006, en que fue semifinalista, pudo ser casualidad. La segunda, ya no. "Tenemos mejor equipo que entonces", opina el capitán, Marcos Senna. "No dependemos tanto de un jugador [en alusión a Riquelme]", añade. Con su salida, el club aprendió una lección inolvidable: los egos conviene mantenerlos bajo control.
Hay un proyecto sólido, acompañado por un entrenador notable. Pellegrini cultiva su liderazgo hasta en los mínimos detalles: la introspección como un modo de mantener la distancia prudencial con los jugadores. Sólo quedan cuatro desde que él llegó (Venta, Cazorla, Gonzalo y Senna), pero los que vinieron después han ido empapándose de su filosofía.
Roig lo tuvo claro desde el principio. Su equipo tenía que jugar bien para atraer la atención de los aficionados y del mundo. José Antonio Irulegui y Joaquín Caparrós no cumplían el perfil. Víctor Muñoz y Benito Floro no se ajustaron del todo. Hasta que llegó Pellegrini. El chileno detecta las carencias y necesidades del equipo sobre la marcha. Ante el Panathinaikos, ordenó el ataque por el flanco izquierdo, la parte más débil del cuadro griego, y, tras el descanso, sacó a Llorente. "Ha sido el gol de mi vida", dijo el delantero de Hondarribia, que se sintió, a los 29 años, un dios en la cuna de la civilización. Una carrera discreta, de grandes esfuerzos y contadas alegrías, merecía esta recompensa, su cuarto gol en esta Champions. "Estar en la élite se aprecia más cuando llegas desde abajo", recordó Llorente, una metáfora del éxito del Villarreal: la ambición de los humildes.
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