Tati Valdés, una locomotora futbolística en el Sporting
Su calidad y fuerza le valieron el apodo de La Maquinona
Una enfermedad degenerativa, que le fue consumiendo durante los últimos años, acabó a las cinco de la madrugada del sábado con Tati Valdés, uno de los futbolistas que estuvieron en el origen del mejor Sporting de la historia. No alcanzó tanta fama como Quini, Joaquín o Ferrero, pero aquella generación le debe mucho a Valdés, un centrocampista completo, fuerte físicamente y con gran calidad, hasta el punto de ganarse un apodo típicamente gijonés: La Maquinona.
Crisanto García Valdés, Tati, (Mieres, 18 de marzo de 1947) fue un futbolista precoz que, tras iniciarse en el San Pablo pasó al Caudal juvenil, donde formó línea media con otro mierense ilustre, el cantante Víctor Manuel. Pronto se separaron para triunfar en lo que mejor se les daba. Víctor Manuel se marchó a Madrid y Valdés a Gijón, donde debutaría con el primer equipo del Sporting en un partido de Segunda División frente al Indauchu, en octubre de 1965, con sólo 18 años.
Valdés creció futbolísticamente con aquel Sporting de comienzos de los setenta, que dejó de ser un equipo ascensor para instalarse entre los mejores conjuntos de la Liga. Pese a su rendimiento, algunos entrenadores le buscaron sustituto, incluso en el extranjero, lo que dio lugar a una frase con la que Valdés dejaba claro la confianza en sus posibilidades: "Ya llegará el barro".
Así era Valdés, un jugador que mejoraba con el transcurso de la temporada y que hizo de oro a cuantos extremos se ponían la camiseta del Sporting. Históricos como Megido, Morán, Churruca o Ferrero se beneficiaron durante años de los precisos envíos en largo de su compañero, que encabezaría muchas estadísticas de lo que ahora se ha dado en llamar asistencias, es decir, pases de gol.
De Tati Valdés ha quedado tanto lo sustancial, sus 15 temporadas en el Sporting con 310 partidos de Liga, como algunas anécdotas que le hicieron entrañable entre sus próximos. Y alguna que trascendió a toda España, como la de un partido televisado en directo desde El Molinón, cuando se le cayó la peluca al disputar un balón de cabeza. Desde entonces, Valdés exhibió cada domingo su calva sin complejos.
La Maquinona se paró para el fútbol en 1979, el año en que el Sporting rozó el título de Liga. Desde entonces, Valdés siguió trabajando en lo que más le gustaba, aunque durante algún tiempo también fue propietario de una librería y de un mesón en Gijón.
Se mantuvo fiel al Sporting, en ocasiones como segundo entrenador y en la última etapa como ojeador, hasta que se vio afectado por el expediente de regulación de empleo y dejó de ser uno de los asiduos de la Escuela de Fútbol de Mareo. Poco después llegaron los primeros síntomas de la enfermedad que acabó con Valdés el 14 de febrero.
Su cuerpo fue incinerado ayer, poco después del Sporting-Real Madrid, que tantas veces había protagonizado. A las 13.00 de hoy se celebrará un funeral en la iglesia del Corazón de María de Gijón.
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