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Reportaje:

Sade con música de Jane Birkin

Acaba el Festival Escena Contemporánea con un montaje multimedia sobre el lúbrico marqués

No me negarán que la cosa tenía su punto. El marqués de Sade de visita en una Abadía (el teatro) en el centro de Madrid. Si esto no es el colmo de la perversión, que venga Gallardón y lo vea.

Con Sade, de rerum naturae llegó el sábado por la noche a su fin el ciclo que el Festival Escena Contemporánea ha dedicado a las "artes experimentales sonoras", que este año se ha centrado en el mundo femenino. Le precedió en el escenario la mexicana Montserrat Palacios, protagonista única de un espectáculo único, Coser y cantar. Ella, y una máquina de coser marca Singer.

Acompañada por el runrún de la tricotosa, Cristina se remonta a las canciones que alumbraron las veladas familiares de su niñez. La mexicana se pasea por el escenario como en el salón de su casa, y de eso precisamente se trata. Recrear la normalidad del hogar allá donde el decimonónico piano ha dejado su lugar a la máquina de coser. Agita las cajas de alfileres a modo de sonajeros, incluso parece disfrutar con algo muy parecido a un orgasmo mientras pasa el hilo por el ojo de la aguja. En algún momento reparte acelgas por el escenario, gesto que, sin duda, está cargado de un significado que este cronista desconoce, en su ignorancia.

En el espectáculo hay sexo y sangre, penes y úteros abiertos cual flor

Y cose. Porque, hay que decirlo, al tiempo que canta, reparte acelgas y agita alfileres está cosiendo, y ahí no hay trampa ni cartón. Y con lo que ha cosido se confecciona una túnica que utiliza a modo de pantalla en la apoteosis con la que termina su espectáculo. Palacios se despide del respetable envuelta en un halo de luz. Tras ella, llegarían las tinieblas y, con ellas, Donatien Alphonse François de Sade. Su nombre lo dice todo.

Arranca Sade, de rerum naturae y suena Je t'aime... moi non plus, versión sádica del single homónimo con Jane Birkin cantando a cámara lenta, que podía ser ella o Lee Marvin y no hubiéramos notado la diferencia. La catalana Cristina Casanova es la madre y la principal responsable, aunque no la única, de un espectáculo pluridisciplinar en el que se reúnen la palabra, la música, las imágenes y la electrónica.

En el espectáculo se transforma la palabra incendiaria en sonidos, en música y en imagen proyectada sobre una gran pantalla. Sexo y sangre, penes tamaño John Holmes, úteros abiertos cual flor, penumbras y claroscuros... Sade, de rerum naturae dibuja un mundo lúbrico de pesadilla del que resulta difícil sustraerse. El espectáculo impacta.

Por el lado sentimental, significa el regreso de Pelayo Fernández a la ciudad que le vio nacer musicalmente. De su maleta saca algunos discos de Bach, cantos gregorianos, Herbie Hancock, Keith Jarrett... Consigue que todo suene a cualquier cosa menos a Bach o a Jarrett. El apego del jazzista por la low technology pone el justo contraste a un espectáculo dominado por la alta tecnología y la palabra del protagonista del asunto. El filósofo despreciado por los filósofos; el revolucionario a quien la Revolución llevó hasta los pies del cadalso. Aunque al final todo quedara en agua de borrajas y el susodicho resultara no ser otra cosa que un esteta que más actuó de palabra que de obra. Y eso es, precisamente, lo que queda de Sade, de rerum naturae: la palabra.

El espectáculo <i>Sade, de rerum naturae,</i> que cerró el sábado el Festival Escena Contemporánea.
El espectáculo Sade, de rerum naturae, que cerró el sábado el Festival Escena Contemporánea.SAMUEL SÁNCHEZ

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