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Reportaje:INMIGRACIÓN

De vuelta a Rumania

La desconfianza sobre la situación de su país dificulta el regreso del colectivo más numeroso de inmigrantes que hay en España, pese a acumular ya 100.000 parados

La frase está escrita con tipografía llamativa. "Vrei sa te intorci in Romania? Intoarce- Te acasa" ("¿Quieres volver a Rumania? Vuelve a casa"). Aurelian Oprea la leyó hace unas semanas en un diario que se difunde entre la comunidad rumana en España. Su ánimo estaba bajo después de recibir la última paga, el 1 de noviembre. Su trabajo en un almacén de Daganzo (Madrid) había terminado, y Aurelian, nacido hace 33 años cerca de Bucarest, no tenía perspectivas de otro empleo. Así que leyó y releyó el anuncio de Teia, una empresa rumana de construcción que ofrecía trabajo y vivienda para los rumanos dispuestos a regresar a su país, con un salario no inferior a 800 euros. "Me metí en Internet y vi que es una empresa seria. No va en broma. Mi mujer me dijo: 'Vamos a probar'. Estoy esperando a que me entrevisten para ese empleo. Si me aceptan, me voy", dice en un español inseguro.

Aurelian Oprea llegó en 2002 para trabajar en la T-4 de Barajas. Ahora está en el paro y espera una oferta para volver
El 'sueño español' se ha terminado para los que llegaron atraídos por el 'boom' de la construcción
"Lo peor en Rumania es la enorme corrupción", dice Razvan, de 31 años, que no prevé volver y espera capear la crisis
Las autoridades de Bucarest calculan que una décima parte de los más de 700.000 rumanos en España regresará

Aurelian no pensaba regresar tan pronto a su patria, pero la crisis ha destruido sus proyectos como un vendaval imparable. No hace tanto, las cosas marchaban estupendamente. "Aquí se ganaba bien en 2004 y en 2005", dice nostálgico. Y en 2002, cuando llegó contratado por una firma de cubiertas metálicas para trabajar en la T-4 de Barajas. A la terminal aérea le siguieron después muchas grandes obras, aeropuertos, estaciones de ferrocarril, recintos feriales. Aurelian trabajaba y gastaba poco. Compartía un chalé con quince rumanos, y enviaba hasta 20.000 euros al año a su ex mujer y a su hijo mayor, que se habían quedado en Rumania. Como para él, el boom económico español fue una mina de oro para decenas de miles de compatriotas. Llegaron en avalancha. Si en 2000 eran los polacos -poco más de 8.000- la comunidad de Europa del Este más numerosa en España, dos años después, los rumanos se colocaban en primera posición. Las regularizaciones de 2005 y el ingreso de Rumania y Bulgaria en la UE en 2007 fueron el espaldarazo definitivo. La cifra de rumanos empadronados subió como la espuma hasta llegar a las 730.000 personas a principios de año. Y la cifra ha seguido aumentando, aunque el ritmo de entradas es ya menor. Los rumanos son hoy el colectivo extranjero más numeroso en España, por delante de marroquíes y ecuatorianos.

Procedentes de la zona de Transilvania, de los alrededores de la capital (Bucarest), del norte, del sur, del este y el oeste. Mano de obra joven -más hombres que mujeres-, reclamada por las gigantescas necesidades de una industria de la construcción en plena ebullición. Hasta la llegada de la crisis. El sueño español se ha terminado para decenas de miles de rumanos, castigados como Aurelian Oprea por el estallido de la burbuja inmobiliaria, que ha provocado ya 100.000 parados en este colectivo. Las perspectivas no son alentadoras por más que el Ministerio de Trabajo haya levantado la moratoria que les impedía gozar de los mismos derechos que los demás trabajadores comunitarios. Los pisos no se venden, las constructoras están en bancarrota o han reducido drásticamente sus plantillas, los bolsillos empiezan a vaciarse, la gente deja de consumir y de acudir a bares, restaurantes, espectáculos. "La crisis es muy chunga. Para estar así, mejor nos vamos a nuestro país", razona Aurelian con pesadumbre. Aunque España es ya parte de su biografía. Aquí conoció, hace cinco años, a su segunda mujer, Emilia, de 26, nacida en una pequeña ciudad, cerca de Transilvania. Y aquí nació hace año y medio Marcos, el hijo de la pareja, que deambula por la casa feliz.

"Hasta ahora hemos vivido bien", dice Emilia, de piel inmaculada, que habla sin acento. Ella aprendió el español a fondo, con sus verbos y sus conjugaciones, y corrige de vez en cuando los errores de su marido. Durante los primeros años, Emilia se ganó la vida trabajando como camarera. Luego, mientras estaba de baja médica, expiró su contrato, y ya no ha conseguido ninguno más. "Dejamos Madrid, que es más caro, y nos instalamos aquí", dice recorriendo con la mirada el salón del piso por el que pagan un alquiler mensual de 500 euros, en una zona agradable de Aranjuez, a unos 50 kilómetros al sur de la capital. La antigua villa real conserva el encanto de sus palacios y sus avenidas flanqueadas de plátanos invernales, pero les ofrece poco a los Oprea. En estos momentos, el anuncio de la empresa Teia es su única esperanza.

Alexandru Tudor, rumano de 20 años, está pendiente también de una oferta de trabajo para regresar a su país. Alexandru llegó a España con 14 años, acompañando a sus padres. La familia entera, padres, tías y primos, se instaló en Fraga (Huesca). Él quería estudiar, pero al terminar el bachillerato optó por independizarse. Encontró empleo en el polígono Fondo de Litera, en una empresa de alimentos precocinados. "Los fines de semana era segurata en una discoteca", cuenta. En total, ganaba unos mil euros al mes. Hasta que asomó la crisis y se quedó sin trabajo. Lleva varios meses viviendo del paro, y aunque sólo paga 280 euros por el alquiler de una habitación, el dinero no le llega. Rumania se perfila cada vez más como un destino deseado. No hace mucho, Alexandru despidió a sus tíos que volvían a la patria, y la idea del regreso no deja de rondarle la cabeza. "Allí tengo a mi abuela y a mi novia. No me voy a sentir solo".

La familia Brudan vivió un dilema parecido este verano. María, la madre, instalada en Alicante desde 2000, donde dirigía un grupo folclórico rumano, optó por regresar a su país en julio, al perder su trabajo como asistenta en una casa en la que cuidaba de dos niñas. Su hija menor, Camelia, de 23 años, que estudia violín en el conservatorio de Córdoba, cuenta los días que le quedan hasta final de curso para reunirse con ella. "En cuanto acabe me voy", cuenta por teléfono. Pero no habrá una reunificación familiar en Rumania. Su hermana mayor espera obtener cuanto antes la nacionalidad española y volver a su país sólo como turista. Camelia piensa recorrer Europa. "Quizá vaya a Berlín, con una amiga armenia, a estudiar alemán".

María, Aurelian, Alexandru, Emilia, Camelia son sólo unos pocos nombres en la larga lista de los candidatos al regreso. Pero ¿cuántos rumanos están dispuestos realmente a regresar a su país? "En la empresa hemos recibido muchas peticiones. Tenemos entrevistas con aspirantes para varios meses", dice el director de Teia en España, Nicu Dendiu. Más allá de las estimaciones, nadie aporta la cifra de los que han vuelto o se disponen a partir. Ni las autoridades de Bucarest, que han puesto en marcha programas de captación de trabajadores en colaboración con las oficinas de empleo españolas, ni las diversas asociaciones de inmigrantes rumanos en España. "Todavía no hay datos. No los habrá hasta principios de año. Pero es un movimiento que se nota, por la cantidad de gente que llama solicitando información sobre cuestiones legales relativas al regreso", dice Liviu Popa, cónsul rumano en Castellón, una de las ciudades españolas con más población de ese país eslavo (unas 41.000 personas, casi la mitad de los residentes extranjeros).

Diana Dinu, al frente de la asociación de rumanos Quórum, de Barcelona, asegura haber despedido a bastantes asociados desde el verano. "Calculamos que una décima parte de los casi 800.000 rumanos que hay en España están en fase de regreso ya", aseguraba en noviembre Petre Roman, en visita a España como alto comisionado para la emigración. A la vista del desplome de la economía española, el cálculo parece incluso escaso, dadas las malas perspectivas para 2009. "Los rumanos sienten que no van a tener muchas más oportunidades en España, es cierto". ¿No les retendrá aquí el miedo a encontrarse con una crisis peor en su país? "Nuestra situación es mejor por dos motivos. Primero, entre 2005 y 2008, la inversión extranjera llegó a los 35.000 millones de euros, y segundo, tenemos los fondos comunitarios".

Las autoridades de Bucarest pintan un panorama rosa, con índices de ocupación crecientes -200.000 nuevos empleos en 2007-, un paro del 4% y un país que se levanta con optimismo después de años de postración. Pero los inmigrantes no acaban de creerlo. Cifras oficiales sitúan el salario medio bruto en 460 euros, con una galopante inflación del 7,4%. Es decir, sueldos bajos y precios estratosféricos.

"Los precios son como los españoles o más caros, y los salarios, de miseria, pero lo peor es la enorme corrupción", se queja Razvan, de 31 años, trabajador autónomo, electricista diplomado que llegó en 2001 a España y regresó a su país este año, creyendo en las promesas de desarrollo. "Una amiga empresaria me propuso un trabajo y, como aquí la situación estaba algo floja, me fui". La obra tenía que durar cuatro meses, pero no había forma de avanzar porque los materiales se retrasaban desesperantemente. "Al final me llevó nueve meses, pero me pagaron cuatro".

Razvan no ahorra críticas al Gobierno rumano y no augura tampoco mucho éxito a la gran iniciativa de retorno. "La situación no es buena. Parte de los fondos comunitarios para infraestructuras se han perdido porque a las autoridades no les interesa hacer cosas, sólo quedarse con el dinero", explica en un español impecable. Lo aprendió de forma autodidacta. "Leyendo el diccionario. Cada día aprendía diez o quince palabras", cuenta Razvan. Sus comienzos no fueron fáciles. Llegó como turista, animado por un compatriota instalado ya en España. Luego, poco a poco, todas las piezas de su vida comenzaron a encajar. El regreso fallido a Rumania ha terminado de convencerle de que su sitio es éste. "Bucarest está asfixiada por el tráfico. Se proyectó para 200.000 coches y ahora circulan casi dos millones. Vino una comisión japonesa que propuso una solución. Ellos se hacían cargo de las reformas con dinero que prestaban a Rumania a un interés muy bajo. El Gobierno no ha aceptado la oferta", dice Razvan a modo de resumen de una situación que le aleja de su propia patria. "Prefiero España. Por cómo se vive, por la gente". Razvan y su mujer, camarera diplomada, viven de alquiler en Villanueva de la Torre, un pueblo de Guadalajara, aunque han dado ya la señal para un piso propio. Tienen amigos españoles, dominan el idioma y están totalmente aclimatados. La crisis no les asusta. "En esta época flojea el trabajo, pero si uno lo hace bien, si es honesto, la gente lo aprecia. Yo creo que saldremos adelante".

También Sorín, obrero en paro, y con una hipoteca de casi 1.300 euros mensuales, aguanta en España. "Tengo la casa, que es importante. Voy a resistir como sea", dice. Tampoco él se fía de las promesas del Gobierno rumano. Y su caso dista de ser excepcional. Basta escuchar a Viorel Bidae, presidente de la asociación de rumanos de Oropesa del Mar. "Todo lo que se cuenta es publicidad. La gente sabe que si hay crisis aquí, allí hay todavía más. Rumania está al borde de la bancarrota".

Aurelian Oprea no piensa lo mismo. Gracias a la antena parabólica que se ha instalado en casa, conoce de primera mano la situación de su país y está más tranquilo. Ya hay empresas españolas asentadas allí y muchas prefieren empleados con experiencia de trabajo en España. Emilia, su mujer, cuenta que sus dos tías han regresado a Rumania contratadas por la misma inmobiliaria para la que trabajaban aquí. Aunque ellos no se irán sin garantías. Aurelian lo explica con gesto enérgico. "Antes de marchar todo tiene que estar claro. Lo quiero todo por escrito, y firmado".

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