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Columna
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Europenes

París. Proximidades navideñas. Un hombre aparenta no tener trabajo para no verse obligado a contarle a su mujer la clase de ocupación a la que se dedica. "Y ahora, ¿adónde vas?", le pregunta ella, cuando el hombre sale de casa por la mañana, con su abrigo raído.

-¿Adónde voy a ir? A la puerta de Fauchon, que ahí todavía dan buenas limosnas cuando salen, cargados de compras.

No es un empleo mal pagado, piensa el hombre, que ha cambiado de estación de metro para evitar posibles persecuciones -Georgette siempre fue muy celosa, al menos de soltera-, y ha pasado por delante de una ristra de auténticos mendigos, de desempleados de todas las razas, de muchachos con las manos en los bolsillos que se cagan en la Unión Europea y también de frío.

-¡Eh, tú! -el hombre se ha detenido y pregunta-. ¿De dónde eres?

Tras una corta charla, el hombre se dirige a un baño cercano seguido por uno de los muchachos.

Cuando salen, un rato después, el más joven se está abrochando la bragueta, y el otro se escurre hacia la multitud que camina bulevar abajo, confundiéndose pronto con ella.

-No te avergüences -anima al joven, un sin papeles que siempre está en ese mismo lugar-. Ser puto es más decente que ser banquero.

El otro se encoge de hombros y extrae una tarjeta del bolsillo.

-Vaya tío raro -susurra-. Cuando la tenía tiesa me ha tomado las medidas y las ha anotado en un cuaderno.

-"Pierre Dupont, medidor de penes para la Asesoría de Fabricantes de Condones de la Unión Europea" -lee el otro en la tarjeta-. ¡Qué extraña profesión!

Eso mismo opina el supuesto Pierre, por eso prefiere que su mujer le crea dignamente parado o mendigo.

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