Dilema en la pasarela que se bifurca
Calatrava y Niemeyer brindan el espectáculo. Pero otra arquitectura, íntima y del día a día, contribuye a redibujar el paisaje constructivo del Principado en lugares como Arriondas o Grandas de Salime
Asturias tiene otro horizonte arquitectónico. Más allá de la competición abierta entre Oviedo y Avilés por levantar los vistosos proyectos de Santiago Calatrava y Óscar Niemeyer, son muchos los edificios que reparan, y redibujan, el frondoso paisaje de la región. Así, mientras en Oviedo el Palacio de Congresos Princesa Letizia ya se muestra escultural y desafiante en el solar del antiguo estadio Carlos Tartiere y en Avilés esperan tener listo el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer para 2010, en Arriondas, Rogelio Ruiz levantó una discreta pasarela de madera. El puente peatonal no sólo une un parque urbano con un jardín silvestre. Como en las mejores novelas, se bifurca para marcar el acceso a dos caminos de vida distinta. Por eso esta pasarela no es simplemente un lugar de paso. Con bancos y transparencias, es también un mirador, como apunta el arquitecto, "abierto a los montes y a los salmones", un nuevo espacio público en el que recorrer el camino más corto, aislarse o detenerse a contemplar. Con un portón de hierro y madera, la pasarela une además dos tiempos: el medieval, que evoca esa puerta, y el actual, que permite que lo sólido parezca etéreo. Así, el puente cambia con la luz. De día subraya el lugar y de noche se transforma en una línea escenográfica y luminosa en la que el suelo de cristal reciclado parece flotar.
La madera está presente en buena parte de la nueva arquitectura asturiana. La madrileña Belinda Tato construyó, con José Luis Vallejo, una vivienda-refugio en Ranón que también cuaja futuro y pasado entre cuatro paredes de acero y madera. La casa pone al día los tradicionales hórreos, pero es desmontable y reciclable. Y sólo se apoya en cuatro pilotes para no alterar, apenas, el manto verde en el que se levanta.
Cubiertas cultivadas
La preocupación por el suelo está tan presente en la nueva arquitectura de esta región que algunos proyectistas han optado por enterrar sus edificios bajo cubiertas cultivadas. Es el caso del nuevo centro deportivo de Langreo, ideado por el estudio ACXT, que habla así de recreación del paisaje y de opciones arquitectónicas más allá de las geometrías puras. Ante la ladera de la montaña, el edificio quiso evitar los cajones típicos de las grandes instalaciones deportivas. Y tomó referencias curvas y el sembrado verde del suelo.
Además de explotar el paisaje, también muchas de las últimas remodelaciones asturianas hablan de una reinterpretación de la historia, una puesta al día de su legado arquitectónico que busca nuevos usos y funciones para los edificios históricos. En el cabo Peña, por ejemplo, Jacobo Bouzada Jaureguizar levantó la cubierta del centro de interpretación de la naturaleza para formar un faro, un friso transparente que se ilumina al llegar la noche. La idea de actualizar edificios coronándolos con una cubierta de apariencia flotante y luminosa está también presente en el Colegio de Arquitectos de Oviedo. El estudio de César Ruiz-Larrea remodeló el palacete decimonónico del Marqués de Gaztañaga inyectándole una vida inesperada. Aunque fue el resultado del azar de un concurso, no parece casualidad que los dos colegios de arquitectos de la comunidad hayan apostado por actualizar el patrimonio arquitectónico con sendos proyectos firmados por Ruiz-Larrea y con un mismo espíritu: romper sin dañar. El arquitecto madrileño, de ascendencia asturiana, apostó, tanto en Oviedo como en la remodelación de un edificio del XVII en Gijón, por intervenciones radicales, más imaginativas que conservacionistas, que han limpiado los antiguos inmuebles de cualquier valor cuestionable y los han vaciado y rehecho por dentro. Sin miedo, con respeto y con ingenio, ambos colegios parecen indicar, desde sus sedes, cómo se puede actuar sobre la ciudad, la historia y el patrimonio: con celo, pero con voz propia y, desde luego, sin sumisión ciega.
En Grandas de Salime, el Centro de Interpretación Chao San Martín habla también de pasado, el del antiguo poblado romano asentado allí, desde el presente. El edificio que Joaquín Menéndez y Pablo Gamonal han levantado tiene la doble función de explicar cómo era el pueblo que habitaba el lugar hace más de 2.000 años y acoger un centro de investigación para los arqueólogos del yacimiento. A media colina, en un lugar que domina el paisaje y permite contacto visual con el yacimiento, uno se topa con el edificio, que es nuevo, pero está asentado. Los arquitectos creyeron que debía tener carácter y aspecto contemporáneo, "pero sin ser disonante con el entorno ni con la arquitectura tradicional de la zona". Por eso las formas cúbicas de su edificio están construidas con grandes muros de piedra, la cuarcita del lugar. Su apuesta es por la discreción de los cubos lisos? donde trabajan los arqueólogos? y la textura rugosa de la piedra, que forra los volúmenes que miran al valle.
Con todo, no sólo el paisaje, la tradición y la actualización del patrimonio dictan las intervenciones en Asturias. Algunos proyectos demuestran que la arquitectura osada y escultórica no es sólo cuestión de tamaño ni de grandes nombres. En Turón (Mieres), Miguel Ángel García-Pola consiguió darle a siete garajes tratamiento de pieza emblemática. El color y la inesperada geometría cilíndrica inyectan aquí nueva vida a un tipo de arquitectura de servicio que, normalmente, trabaja más para pasar inadvertida que para levantar la cabeza. Estos garajes de pueblo y de mundo dejan ver que las grandes osadías pueden estar también en los lugares y las cosas pequeñas.
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