El último inquilino del teatro
Si al pasar por la calle de Jovellanos, frente al teatro de la Zarzuela, eleva la vista, verá unas ventanas. Las tres últimas, las de la derecha, pertenecen a la casa de Fernando Rodríguez, el conserje del teatro. Y antes fue la casa de su padre, y antes la de su abuelo. La puerta de su piso da al salón del tercer piso del teatro. Allí vivió toda la vida, con ese gran "coso", misterio de voces y memoria, como patio de juegos. Sabe, porque sus dos hijos no quieren saber nada, que él será el último habitante de la Zarzuela.
Ahora, por convenio único, es auxiliar de servicios generales: "Estoy desaprovechado, hago mucho menos de lo que puedo", dice entre cabreado y orgulloso. Ya no es el conserje del Teatro de la Zarzuela, "ahora soy un bulto sospechoso", afirma. Desarmado ante la vida, Fernando es un hombre desgastado, adscrito a una partida eterna de cartas, donde el recuerdo es anécdota y nebulosa.
"Yo nunca veo una función, nunca. No entro a ver ni los ensayos"
"Anécdotas puedo contar muchas. Mi padre pintaba el numerito de cada asiento en las bancadas del gallinero y alguno se fue más de una vez con el número en el culo; o cuando de pequeño hacía agujeros en las puertas para ver a las cantantes desnudas. La reprimenda que me llevé... O cómo un cantante no llegó a escena y cuando fui a avisarle estaba follando en el camerino...".
Pero cuando uno indaga más se van desempolvando los ojos de este hombre cansado, con miedo de caza frente al olvido. Y vienen primero los recuerdos oficiales, el BOE de la memoria: "Yo nací en el 51. Mi abuelo murió en la guerra, en el 37, de viejo. Él fue el que realmente vivió la noche de los estrenos con los autores. La época gloriosa de mi padre fue con las temporadas de ópera, cuando venía Franco, aquello duró hasta el 82. Ponían alfombra roja, venían todos en coche, pasaban todos los cantantes de moda...".
Como un eterno personaje de Berlanga, Fernando va exponiendo su vida entre chistes gastados: "Sólo hay dos personas que viven en La Zarzuela, el Rey y yo", dice. "A los 17 años invitaba a mis amigos, ya tenía llaves de la puerta principal. Era el año 68 y era difícil meter mano. Jugábamos al escondite. Mi sitio preferido era un palco sin llave, allí cayeron muchas. He tenido bastantes aventuras, pero no por guapo o porque valiese mucho, sino por lo que yo representaba en el teatro. Antes era importante. Estaba el director, el gerente y el jefe de personal o conserje mayor, que era yo".
De la infancia, Fernando recuerda su calle, Zurita, llena de porteros y sus familias en la puerta con el botijo, y un barrio con pocos niños: "Un compañero de colegio vivía en el 23 y otro donde el Banco de Madrid. Era el hijo del conserje, pero se fue". "Ahí sigue. Se perdió la amistad por nada. Nos cruzamos y no le digo ni hola. Así es el barrio".
Si se le pregunta por La Zarzuela, es extrañamente concreto: "De niño, cuando acababa de hacer los deberes me bajaba con mi tía abuela, que se quedó viuda de un chófer de una funeraria. Estaba encargada de un baño, dando toallitas y recibiendo propina, y allá escuchábamos zarzuelas. A mi padre le gustaba mucho, tenía discos. Yo me he quedado con alguno, pero vamos... Yo nunca veo una función, nunca. No entro a ver ni los ensayos".
Al preguntarle si se tiene por hombre con falta de sensibilidad arremete contra la gente del teatro. Dice que son interesados, egoístas y falsos. Y entre copa y copa, sigue: "Como niño era más bien soso. Fui buen estudiante hasta la facultad. Hice ciencias, no aprobé ni una; luego periodismo, casi acabo segundo y al final decidí irme a la mili, ya en el 74".
¿Y su padre le llama? "Bueno, tenía una novia azafata de Iberia. Estaba destacada en Torremolinos y me fui a vivir con ella. Le dije a mi padre que me buscara un trabajo allí, de algo del ministerio, pero no había nada. Estuve unos meses, que si esquí acuático, que si montar en motora... Era lo que se dice de los novios de las azafatas, un chupa dietas. Luego lo intenté como diseñador industrial. Saqué la oposición en el 78. Pero ya en el 80 mi padre me llevó al despacho del director y le dijo: 'Este es mi hijo. Yo me voy, se queda él con las mismas condiciones que yo'. Y me quedé".
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