_
_
_
_
Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La calle de la Democràcia

A la calle de la Democràcia, en la zona de los planetas, en Badalona, he ido esta mañana de diciembre, que es una mañana de calles vacías porque la gente está trabajando o sencillamente no está, y es también una mañana de un sol milenario y rígido como aquel cadáver del hombre primitivo que encontraron en un glaciar de los Alpes (y que había muerto asesinado). La parte de los planetas es un sitio donde Badalona hace frontera con Santa Coloma, y la llaman así porque todas sus calles (Mercuri, Venus, Urà, Sirius, Orió...), llevan nombres de planetas, estrellas, constelaciones, exceptuando la más terrícola, la más humana y, tal vez, no la más cochambrosa, a la que pusieron el nombre de Democràcia.

A la calle hay dos formas de llegar: recorrer una cuesta o remontar una impresionante escalera

He ido a la calle de la Democràcia llevándome en los cascos una vieja canción de los Surfin' Bichos, que este año también anda de aniversario. El vigésimo. La canción, a la que me entrego cada vez más fanáticamente, está escrita con rabia y transforma en símbolos y en metáforas la historia de unos chavales sin suerte (o acaso sin opción a la suerte). Es decir, es puro rock and roll. Se titula Gente abollada; no es un título muy grato, pero también es cierto que no está compuesta por gente que pida turno para comer en el Bulli, y esas cosas.

A la poco accesible calle de la Democràcia hay una manera relativamente sencilla de llegar, que es recorriendo la larga cuesta que traza, en un barrio lleno de cuestas donde las viejas van apoyándose en los coches aparcados para poder subirlas. Y asimismo hay otra manera de llegar más diabólicamente espinosa, que consiste en remontar una impresionante cascada de escaleras de hormigón, flanqueadas por casitas de puerta de madera a las que llaman tocando con la mano muchachas árabes de pañuelo y vaqueros. En la calle de la Democràcia, algunas fachadas están tiznadas por el fuego de un transformador de la luz que ardió en la acera, y también hay otras viviendas que en vez de cristales tienen en las ventanas una especie de cortinas hechas con plástico de burbujas. Por una de estas ventanas asoma una fregona como una vieja loca. Se encuentran también casas abandonadas de puertas tapiadas con ladrillos y de ventanas enrejadas y selladas con cemento. En un cartel escrito en chino, se lee en castellano un rótulo que dice "Fincas La Confianza". La calle de la Democràcia empieza con una señal de dirección prohibida fijada en su parte izquierda. Dos tipos de aspecto curtido avanzan juntos por la calle hablándose a voces, cada uno desde una acera. Les sigue un paquistaní que gargajea sonoramente su resfriado. Y hacia el fondo anda solitario un moro con los pantalones metidos por dentro de los calcetines. En un bar, conversa un grupo de payos ociosos, que se están trincando unos tubos de menta y unos chupitos de licor de algo. La barra la atiende una muchacha rubia y gorda, con gafas. Los colorines cantan en sus jaulas sobre la cesta de Navidad, que este año trae aceitunas, paté de jabugo y dos botellas de cava Castillo de Perelada. En las paredes han puesto pósters en blanco y negro del Nueva York de los rascacielos. Una gitana arrugada, con los ojos hundidos, va por los bares vendiendo a un euro ropa hecha en China. Se detiene en una esquina de la calle un superdeportivo, un Corvette Z06 amarillo, modelo del año pasado. La gitana mira el coche y el coche la mira a ella, acelera y se va a toda castaña de la calle de la Democràcia. Busco en el MP3 la canción, y sé que eso va a hacer que me sienta más viejo. Rodea la calle de la Democràcia una tranquilidad de microbuses de barrio.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_