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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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La culpa es de los políticos

Soledad Gallego-Díaz

Una de las cosas más chocantes de la crisis económica y financiera es cuánta gente sabía lo que estaba pasando y cuánta escribió sobre la inevitabilidad de una depresión si no se empezaba a ejercer control sobre la brutal especulación en marcha. ¿Quiénes fueron los responsables de que no se hiciera nada? Jürgen Habermas, el anciano filósofo y sociólogo alemán, considera que los culpables han sido, sin duda, los políticos. "Son los políticos, y no el capitalismo, los responsables de promover el bien público", asegura en una reciente entrevista recogida en Signandsight (www.signandsight.com). Las élites políticas sabían lo que estaba pasando, pero consideraron que la especulación salvaje era útil para sus propósitos. "Basta con leer el cristalino artículo que publicó en febrero de 2007, en Die Zeit, el ex canciller alemán Helmut Schmidt, titulado Regular los nuevos mega-especuladores, para comprobar hasta qué grado todos los políticos eran conscientes de lo que ocurría". Robert Kuttner, codirector de The American Prospect, publicó por las mismas fechas un famoso artículo en el que expresaba gráficamente su análisis: "Mira, mamá. Sin manos". "Todas las burbujas financieras están creciendo porque las leyes regulatorias son muy laxas, lo que se combina además con tasas de interés bajas. Exactamente lo mismo que en 1929".

Una de las cosas más chocantes de la crisis económica y financiera es cuánta gente sabía lo que estaba pasando
Lo más escandaloso, mantiene Habermas, es la injusticia social que van a sufrir los grupos sociales más vulnerables

Un escritor norteamericano, Michael Lewis, que se hizo famoso en 1989 con un libro titulado Liar's poker (Póquer de mentirosos), acaba de publicar The end (www.portfolio.com), un reportaje esclarecedor sobre ese mismo fenómeno en Estados Unidos. Lewis contó en Liar's poker su historia personal: un joven de 24 años de edad, sin experiencia ni interés particular en esos asuntos, que entra a trabajar en Salomon Brothers en 1985 y que se marcha tres años después mucho más rico de lo que entró. "Nunca comprendí bien por qué un banco de inversiones me pagaba a mí cientos de miles de dólares para calcular qué bonos y acciones iban a subir o a bajar". Pensaba que algún día alguien se daría cuenta y echaría del mundo de las finanzas a jóvenes como él que estaban apostando con el dinero de los demás. Pero resultó que sus jefes hacían lo mismo a lo grande y que cobraban por ello, no cientos de miles de dólares, sino millones.

En The end, Lewis recuerda que fue una oscura analista de firmas financieras la que el 31 de octubre de 2007 predijo que Citigroup tendría que pulverizar su dividendo o estallar. Meredith Whitney, que así se llamaba esa licenciada en Historia por la Universidad de Brown reconvertida en analista financiera, lo tenía claro y lo dijo públicamente: Citigroup estaba pésimamente gestionado.

Entre los expertos que públicamente explicaron lo que estaba pasando, ninguno más insistente que Steve Eisman. Se trata de un abogado, propietario de su propia empresa analista, que se molestó en acudir a muchas importantes reuniones con importantes representantes de los grandes bancos de inversiones para explicarles ante sus propias caras por qué eran mentirosos o idiotas. Su socio, Vicent Daniel, lo explica así: "Éramos tipos analizando compañías que sabíamos que tendrían que explotar". Para él, lo mejor de Eisman era que en mitad de una reunión era capaz de decir 30 veces de 30 maneras distintas que le explicaran algo que no entendía. (...) Quienes lo explicaban no sabían de qué estaban hablando.

El 18 de septiembre pasado, Eisman, Daniel y sus compañeros contemplaron el colapso total. "Salimos de la oficina a punto de sufrir un infarto y nos sentamos en las escalinatas de la catedral de San Patricio (en Nueva York), viendo pasar gente". Gente que iba a sufrir las consecuencias de lo que expertos y políticos sabían que terminaría por pasar y que ocultaban sin mover un dedo, con la esperanza de aprovechar todo lo que pudieran y tener la suerte de que no les tocara a ellos hacer frente al estallido.

Lo más escandaloso, mantiene Jürgen Habermas, es la terrible injusticia social que va a sufrir la mayoría de los grupos sociales más vulnerables, sobre cuyas espaldas recaerá el coste del fracaso del mercado. "Van a pagar en su existencia diaria", se indigna Habermas. Por eso es tan desagradable ver a los mismos políticos que evitaron cuidadosamente aprobar leyes reguladoras que impidieran esa feroz especulación hablar ahora de moral y de ética. No será posible creerles mientras que no pongan en marcha las leyes que hace tanto tiempo debieron impulsar.

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