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EXTRA PORTUGAL

Por tierras del garapito trinador

Las islas de la ría Formosa, un hábitat extraordinario para hombres y aves

Al poco de cruzar por Ayamonte, la linde entre España y Portugal, desde el puerto de Olhão se divisa una cadena de islas que en realidad son dunas que emergieron del mar y parecen unidas, pero no lo están. Como una barrera protectora, discurren paralelas al litoral del continente y entremedias conforman una ría natural, al abrigo de los embates del océano, que es a la vez reino de la biodiversidad y un hábitat humano diferente.

Sendereando por la marisma lacustre de Ludo, avisto en un rato chorlitejos, agujas colinegras, gaviotas reidoras y garzas. Archibebes con sus patas rojas, vuelvepiedras y un garapito trinador. Flamencos adultos con sus alas de fuego, un gran bando de focha común posado en agua dulce y el calamón, ave rara y fugitiva, que es el símbolo del parque natural de Ría Formosa, espacio protegido que se extiende por la costa de sotavento a lo largo de 60 kilómetros y ocupa cerca de 18.400 hectáreas. Amparado por la sierra, en invierno la temperatura oscila entre 10 y 14 grados, y en el mar puede llegar hasta los 25 grados.

Atravesando un puente, estoy en la isla de Faro. Pegada al continente, tiene 500 habitantes y su población se duplica en verano. Mide seis kilómetros, pero por el frente del océano es toda playa. Estos inmensos arenales son el factor común de todas estas islas. Al borde de la ría hay algunos restaurantes interesantes, como Camané, pero prefiero comer al último sol de otoño en el club náutico, mientras observo las maniobras de los alumnos del Centro de Vela del campeón portugués Hugo Rocha. Navegando en un barco tradicional se ven las aves a cortísima distancia, que a veces levantan perezosamente el vuelo, individuos solitarios que pescan con caña doradas y robalos, que aquí son tan ricos como los pescados de estero, y criadores de almejas en sus viveros. Aquí se produce el 80% de las almejas que exporta Portugal.

Señales de un faro rojo

En la punta donde termina Faro entra el mar bravío abriendo un canal entre esta isla y la siguiente. En Deserta no vive nadie y no suele haber casi gente porque para explorarla hay que conocer las mareas y arrostrar la corriente después de caminar dos kilómetros, salvo que se arribe en barco. En el extremo opuesto hay un único restaurante, el famoso O Estaminé, de espléndida arquitectura contemporánea y situado sobre el estrecho que separa Deserta de la isla do Farol, con su faro rojo como un dibujo naïf y seña de identidad, su atracadero, su núcleo de casas de colores y el chiringuito À do João, donde se come deliciosamente pescado a la plancha y marisco, bien regados con vinos portugueses.

Hecho el pedido, da tiempo a bañarse antes de comer bajo el sombrajo. En invierno está guarecido entre cristales, y la playa se convierte en lo que en verdad es, un paseo marítimo inigualable. Allí a los ejecutivos les sale su vena robinsón y, codo con codo con la gente del lugar (60 habitantes permanentes), hay mucho artista, windsurfero, navegante y otra gente de buen vivir. De despedida, me encuentro con Jofer, un maestro jubilado que disfruta su retiro en esta isla, cuenta muchas cosas y resume: "Es un paraíso".

En la travesía nos arrimamos a una barca con pescador a bordo, le pregunto cómo va la vida en estos andurriales y por toda respuesta abre los brazos señalando hacia abajo. En la quilla pintada de rojo pone: "somos felizes", escrito así, en portugués. En la isla de Culatra, la más pescadora, hay escuela, dos puertos, uno lleno de veleros, dos bares, dos minimercados y una playa de ocho kilómetros a la que se accede caminando por una larga pasarela sobre la marisma. Entre la población local se han instalado algunos extranjeros y también nacionales, como la artista y decoradora de interiores Cristina Poulido, que es portuguesa y vivió 27 años en Canadá, hasta que tomó la sublime decisión de asentarse aquí para pintar y esculpir.

En este rosario de islas hay casas que se han construido con licencia, como en todas partes, y otras ilegales que están amenazadas de derribo. Ello no quita para que de hecho se vean a las claras carteles de "se alquila" e incluso algunos de "se vende" sobre viviendas mal equipadas y de dudoso gusto; un cutrerío fruto de la improvisación y el vive como puedas.

Después de este navegar, opto por dormir en un hotel urbano, renovado y confortable en el centro de la ciudad de Faro, lo que me permite deambular por su delicioso casco histórico y ver la ría Formosa desde su azotea. Como cuesta separarse de este archipiélago largo y estrecho, dilato el retorno todo lo que puedo y me refugio, como marinera en tierra, en un resort en lo alto de un monte, rodeado de encinas y olivos, con spa y hammam y vistas al océano. Y a modo de fastuosa despedida, allí me surge la oportunidad de obtener una visión de altos vuelos, en panorama y con zoom. A bordo de un moderno helicóptero: el paisaje hecho geometría, la aldea de Cacela encerrada entre murallas, las caras de la gente y el excitante privilegio de volar en paralelo con un bando de flamencos, en primer plano y en acción.

Más propuestas e información práctica en la Guía de Portugal

GUÍA

Dormir

» Hotel Faro (00 35 12 89 83 08 30; www.hotelfaro.com). Praça D. Francisco Gomes, 2. Faro. La doble, 82 euros.

» Vilamonte Resort (00 35 12 89 79 07 90; www.vilamonte.com). Sito dos Caliços. Moncarapacho. La doble, 100 euros.

Información

» Turismo do Algarve (00 35 12 89 80 04 00; www.visitalgarve.pt). 5 de Outubro, 18. Faro.

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