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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | NBA
Columna
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Iverson y jugar sin entrenarse

Allen Iverson es famoso por muchas cosas: por sus tatuajes, por su velocidad, por su carrera frustrada como rapero... Pero tal vez sea mucho más conocido por una rueda de prensa en la que pronunció la palabra "entrenar" algo así como 24 veces en dos minutos. Y no se podría decir que ni una sola de las 24 veces lo dijera con reverencia.

Podría dar la impresión de que estoy tan distanciado de la personalidad de Allen Iverson como podría estarlo cualquier otro ser humano. Él es negro, yo soy blanco. Él es bajo, yo soy alto. Él es de ciudad, mi familia criaba vacas. Pero, por extraño que parezca, me da la sensación de que tengo algo en común con él: tampoco me gusta entrenarme.

Ahora bien, antes de que alguien se lo diga a los directores deportivos que conocéis -ésos que espero que no tarden en darme trabajo- hay algo que deben entender. Llamémoslo nuestro pequeño secreto. A ningún jugador de baloncesto le gusta entrenarse. Los entrenamientos son nuestras reuniones de personal de los lunes por la mañana. Sabemos que hay que hacerlo, pero eso no quiere decir que nos guste.

Somos conscientes de que tenemos mucha suerte. Sabemos que el hecho de que lo único que implique nuestro trabajo sea hacer ejercicio -algo por lo que mucha gente desembolsa grandes cantidades de dinero mensualmente a los gimnasios- debería bastar para que estuviéramos contentos. Pero no. Nosotros, los jugadores de baloncesto, somos unos ingratos amargados.

El problema radica en que no le vemos el sentido a entrenarnos. Bueno, debería aclarar esto. Entendemos que se supone que tenemos que entrenar. Eso es lo que hacen los equipos. Pero aprendimos el juego del baloncesto a base de jugar. En nuestra opinión, por simplona que sea, jugar al baloncesto es justo eso: jugar al baloncesto. Los entrenamientos vienen a ser tan útiles para nosotros como el ensayar antes de componer podría haberlo sido para Beethoven, quien o bien componía una obra maestra o no componía. No había ensayo que valiera.

Me doy cuenta de que mi punto de vista se podría malinterpretar como inconformista. Y a lo mejor lo es. Tal vez todos los jugadores de baloncesto seamos un poco inconformistas. Pero para eso tenemos entrenadores/directores/propietarios de equipos. Son el Steven Spielberg de nuestro Harrison Ford; el limitador de velocidad de nuestros ferraris; la gravedad de nuestra manzana. Son lo que controla nuestra naturaleza rebelde.

Me siento obligado a escribir sobre Allen Iverson y su aversión hacia los entrenamientos porque Iverson fue traspasado hace poco a los Pistons de Detroit, un equipo conocido por su duro trabajo y su disciplina. En los Pistons también presta sus servicios otro ex cascarrabias, un tal Rasheed Wallace que, cuando jugaba para los Trail Blazers de Portland, era mucho más conocido por sus faltas técnicas que por su juego (aunque puede que el mechón blanco de su pelo haya superado a ambos). La actitud de un club como los Pistons parece habérsele pegado a Wallace, y a lo mejor funciona también con Iverson.

O a lo mejor no. En tal caso, los fans de los Pistons se pondrán tristes. Y los puristas del baloncesto se pondrán tristes. Pero puede que los jugadores de baloncesto vean un rayo de esperanza en el supuesto fracaso. Si las cosas no van bien entre Iverson y Detroit, el anarquista que lleva dentro todo jugador de baloncesto, desde Adrian Dantley hasta Zarko Caparkaba, lo celebrará para sus adentros, sabiendo que, por una vez, los jugadores habrán ganado. (Aunque se darían cuenta de que algo así no es bueno ni para ellos ni para su deporte).

Somos gente muy complicada, ¿verdad que sí?

Allen Iverson, contra los Lakers.
Allen Iverson, contra los Lakers.EFE

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