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Columna
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Cambalache

Manuel Rivas

Cuando era un ángel de la guardia y director general de la Benemérita, Luis Roldán no consiguió nunca ser entrevistado a fondo y en prime time en televisión. Ése era su verdadero anhelo. Lo intentó por todos los medios, pero sólo obtuvo displicencia. Un día tuvo una revelación. Se le apareció en sueños Alfred Hitchcock y le dijo: "Escucha, Rol, muchacho. Cuanto más elaborado sea el malo, mejor será la película". Desde entonces, se aplicó a la tarea, desarrolló lo mejor que supo lo peor de sí mismo, derrochó talento para hacer bien el mal, se sacrificó incluso en penosas orgías y desagradables dispendios, hasta conseguir, no sin alguna incomprensión en este país de la envidia, una meritoria condena de 31 años de prisión por delitos propios de una encomiable voluntad de estilo, como malversación, cohecho, fraude y estafa. Y todo por conseguir una entrevista en hora de máxima audiencia. El guión de Luis Roldán no se entiende de otra forma. Con todos los matices y diferencias pertinentes, ése es también el caso de otros esteticistas como Mario Conde o Julián Muñoz. Por fin empiezan a ser comprendidos.

La crisis los humaniza, les devuelve esa condición de personajes que no son malhechores sino que se han limitado a interpretar el mal. Tal vez la "mano invisible" no guía con la eficacia debida el mercado, pero hace maravillas con el mando a distancia. Había incautos que esperaban que esta crisis llevase a la pantalla a aquellas mentes lúcidas que la vieron venir y no especularon con la mentira. Podría ser un espectáculo rentable oír por fin en entrevistas o debates a gentes como Joseph Stiglitz, Noam Chomsky o la mismísima Susan George. O a nuestros últimos mohicanos, como Viçens Navarro, José Luis Sampedro o José Vidal Beneyto.

Es una pena que esta gente talentosa no montase una banda de atracadores. Ahora serían entrevistados en la hora punta.

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