Racistas contra enfermizos
"Quiero matar a todos los jugadores del Arsenal y quemar su estadio". Hincha del Tottenham citado en libro The glory game.
Se ha convertido en un tópico en Inglaterra. Ya nadie lo cuestiona. Los españoles son unos racistas. Empezó con aquel España-Inglaterra en el que algunos aficionados emitían sonidos de mono cada vez que un jugador negro inglés tocaba el balón y el prejuicio se consolidó de una vez por todas cuando Luis Aragonés se refirió en privado a Thierry Henry como "un negro de mierda".
Comparen aquello con la letra de este cántico, habitual hace años entre un grupo de aficionados ingleses: "Sol, Sol, caerás en la locura y no nos importará una mierda cuando te cuelguen de un árbol, Judas, hijo de puta con SIDA". La rima funciona mejor en versión original, pero la idea es la siguiente: dañar en sus puntos más vulnerables a Sol Campbell, ex central negro de la selección inglesa que ha luchado contra la depresión y que, se rumorea, podría ser homosexual. Los aficionados del Tottenham Hotspur llevan años dedicándole esta canción, inventada en un pub por unos pocos, se supone, y desde hace cinco años convertida en todo un himno de la afición. Logran mofarse, con una economía que sería admirable si no fuera tan brutal, de la que ha sido su precaria condición mental, de su posible tendencia sexual y de su negritud. Lo del árbol recuerda con clara intención los linchamientos del Ku Klux Klan.
El pecado de Campbell fue haber abandonado al Tottenham hace siete años por su histórico rival del norte de Londres, el Arsenal. El hecho de que hoy juegue para el Portsmouth no ha cambiado nada. Los aficionados del Tottenham cantaron la canción con tan envenenada pasión cuando los dos equipos se enfrentaron la semana pasada que la policía ha iniciado una investigación.
Los del Tottenham no son los únicos hinchas ingleses que descienden a este nivel de barbarie tribal. Ellos hasta tienen cierta excusa: mucho rencor acumulado. El Tottenham tiene fama de ser un club judío y, como consecuencia, hace décadas que tienen que soportar cánticos de aficionados rivales en los que se propone el deseo de que Hitler los envíe a todos a las cámaras de gas.
Los musulmanes no se salvan tampoco, desde luego. Mido, el delantero egipcio del Middlesbrough, se ha tenido que acostumbrar a una cancioncita que dice: "Mido tiene una bomba, sabes; Mido tiene una bomba".
Siempre se apunta, con la máxima crueldad posible, a la herida más abierta. La hija recién nacida de Steven Gerrard, capitán del Liverpool, tuvo problemas médicos serios: pues ella se convirtió en objetivo; a Glenn Roeder le diagnosticaron un tumor cerebral cuando era entrenador del West Ham United y, por supuesto, la invención de los aficionados rivales se concentró en este punto.
A diferencia de los aficionados españoles, cuyos impulsos racistas suelen ser precisamente eso, impulsos, los ingleses calculan y calibran sus insultos con mucha antelación. Es un proceso creativo parecido al que se vería en una agencia de publicidad -elegir las palabras idóneas, ponerles música-, pero con más cervezas y más odio de por medio.
Quizá sea verdad que en el fútbol español hay demasiado racismo. En el inglés hay algo más enfermizo, y peor.
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