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Reportaje:MÚSICA CONTEMPORÁNEA | Los compositores

Un silencio atronador

Juan había escalado con gran esfuerzo una montaña en los Picos de Europa. Al llegar a la cima, la agitación se fue calmando mientras observaba la inmensa soledad del paisaje, pero de pronto una sensación atroz le hizo llevarse las manos a la cabeza. "Tuve una experiencia aterradora. De pronto sentí que me pitaban los oídos de una forma espantosa, insoportable por la intensidad del silencio que había", recuerda. "Y es que en las ciudades nacemos y vivimos envueltos en una contaminación sonora tremenda y casi continua. El órgano auditivo no descansa jamás. Ni siquiera mi oído de músico me preparó para algo así". El compositor Juan Pistolessi (Madrid, 1960) estrenó hace un par de semanas Silentium en el Festival de Música Contemporánea de Alicante, "un tributo al silencio necesario", esa ausencia de sonido que "es la madre de la música".

La música contemporánea tiene algo de aventura. De riesgo. De exploración en busca de distintas formas de percibir el sonido
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Rigel
Fugaz
S.Q

La música contemporánea tiene algo de aventura. De riesgo. De exploración en busca de distintas formas de percibir el sonido. Echa mano de materiales prehistóricos como el silencio o el azar, junto a los sonidos tecnológicos y una estética desafiante a través de diversos procesos de desintegración de las formas musicales tradicionales. Pese a su actitud de ruptura, esta música de creación no se entiende si no es como continuación de un proceso evolutivo asentado en los territorios de la llamada música clásica, que cambió de rumbo, removida y conmovida por el estruendo del siglo XX.

El fin de la armonía, sí. El casi inamovible principio de la armonía tonal que había regido tres siglos de música se vino abajo. Las vanguardias inventaron nuevos lenguajes sobre un suelo de cristal. Por encima siguen andando sólo los que creen en sus propios pasos.

Las generaciones más recientes de compositores se abren camino sin prejuicios. "Da igual que hagas música con dos piedras o con ordenadores. Lo que prima es el arte de la música. Transmitir emociones. La tecnología no es fría, como se piensa. Con una orquesta se puede hacer una música cerebral y afilada. A mí me interesan las emociones, mi personalidad artística es así. La creación es un proceso emocional, no sólo mental", afirma Zulema de la Cruz (Madrid, 1958), que ha desarrollado su carrera en el campo de la música electroacústica. A finales de noviembre estrena una nueva obra, titulada Tres culturas, con la orquesta de RTVE, un concierto para violín y orquesta sinfónica.

Para César Camarero (Madrid, 1962), premio Nacional de Música de 2006, cada vez importa más crear acontecimientos sonoros. "Creo que hay algo que me distingue como compositor y es que la partitura no me interesa", afirma. "Lo que cuenta para mí es lo que sucede en el escenario. La obra es el concierto. Lo que percibe el oyente sensible, sin necesidad de que sea un experto", comentó en el reciente festival de Alicante, donde participó junto a una veintena larga de compositores españoles en el II Foro de la Música Contemporánea.

"En mi música hay una gran influencia de la poesía", continúa Camarero. "Empecé a leer poesía a los 31 años y creo que si volviera a nacer me habría hecho poeta. En mis composiciones más recientes no se canta, se habla. Poemas que escojo de forma instintiva. También hay proyecciones de imágenes. La puesta en escena no cambia la música que yo compongo, es la misma, pero llega mejor".

Las músicas de las distintas culturas han dado pie también a algunos compositores para desarrollos contemporáneos. Gabriel Erkoreka (Bilbao, 1969), discípulo de Bernaola, se interesó en un principio por la música vasca y luego por el folclor de otras latitudes, como el de China o Armenia. "El folclor fue para mí sólo un punto de partida, un pretexto para la experimentación", dice ahora. "Me interesaban los arquetipos melódicos y la sonoridad que aparece ligada a un lugar determinado. Pero la idea era ir más allá y aportar elementos del lenguaje contemporáneo a esa música. No es que el resultado sea folclórico, ni mucho menos, pero permitía que el público pudiera interpretar de maneras distintas esa conexión. Al partir de un material preexistente, quedaba más claro el proceso compositivo que yo había seguido. La clave era persuadir sin ceder en los principios".

Erkoreka tiene una de sus más recientes piezas, Fuego, entre las finalistas del Premio Reina Sofía, que se falla el 10 de octubre, y varios encargos. "Mis obras recientes son más mentales, más abstractas. Intento plasmar procesos cerebrales que tengan que ver con el tiempo y el espacio".

José Manuel López López (Madrid, 1956) también extrae de la poesía esencias para sus composiciones. "Al principio escribía más música pura. Con los años, el contacto con las tecnologías, los diversos intérpretes, la pintura o el cine han alimentado formalmente mis composiciones. Una fusión que surge a veces a partir de la lectura de un poema o el impacto de una imagen. Ahora estoy trabajando sobre poemas de Dionisio Cañas, y combino recitación, imágenes y música. He trabajado con pintores como José Manuel Broto o con el videoartista Pascal Auger. También estoy componiendo una ópera sobre Las ciudades invisibles, de Calvino".

Nuria Núñez (Jerez de la Frontera, 1980) estrenó en Alicante la obra Ao fogo asperso que alastra no horizonte, que toma el título de un poema del portugués António Ramos Rosa. Pese a su juventud, tiene una veintena de piezas estrenadas en España. "He tenido suerte", dice. "Me di cuenta de que la interpretación no era suficiente y de que me interesaba la parte teórica. Desde el principio empecé a componer y he tenido la oportunidad de seguir una serie de cursos. Un compositor no puede quedarse aislado, tiene que conocer bien los instrumentos para saber cómo utilizarlos". La generación a la que pertenece conoce a fondo el trabajo de los que les precedieron. "Conocemos sus obras y partimos de ellas buscando sonoridades distintas, dándoles otro enfoque. No hay una ruptura con ellos, quizá una continuidad".

Dentro de estas líneas generales transcurren algunos de los campos para la composición actual. "Los maestros como Francisco Guerrero, Luis de Pablo o Bernaola siguen siendo referencias importantes para los de la generación siguiente pese a las individualidades que hayan cultivado. Lo que domina son las relaciones entre música y poesía, la irrupción de la imagen y la electrónica, o la incorporación de las músicas étnicas", apunta López López.

Pero los autores de hoy son conscientes de que no viven aislados y que han de afrontar ciertos problemas y amenazas. "También dentro de la música de vanguardia se ha rendido ese culto a la novedad que normalmente se asocia a la moda y a músicas pop", advierte David del Puerto (Madrid, 1964). "Esa necesidad de producir ha marcado mucho a la música culta también. Ahora hay muchísimos más compositores e intérpretes que nunca, y todos están en pos de una renovación constante, lo que lleva a juzgar el arte por su superficie estética. Es la antítesis de la profundidad y de lo duradero. Es la paradoja de las paradojas, el que ejemplos de la música llamada 'efímera', como el rock o el jazz, pasados 30 o 40 años tienen total inmersión social, mientras la música culta no despierta interés, a veces, ni entre los propios intérpretes". El 30 de noviembre Eugenio Tobalina ofrecerá en Valencia un concierto monográfico con la música de David del Puerto para guitarra sola, y tiene pendiente una nueva obra encargada por el festival de Nueva York para 2009. Del Puerto es otro de los compositores que reniega del culto a la partitura. "El papel en el que se escriben las obras musicales es sólo un soporte simbólico para la música. La complejidad en la escritura no significa nada, como se pensó durante mucho tiempo en las vanguardias. Hoy es inexcusable trabajar estrechamente con los intérpretes".

Si bien se ha expandido el horizonte para los compositores españoles en el extranjero, queda pendiente conquistar al público local. José Manuel López López, además de destacado compositor, es director artístico del Auditorio Nacional, de Madrid, donde ha empezado una política de programación que favorezca el repertorio contemporáneo. "En mi labor al frente del Auditorio Nacional quiero que los compositores españoles estén presentes. Los hay jóvenes y no tan jóvenes que son buenísimos y hace falta divulgar su obra. No se puede programar sólo a Brahms y Beethoven. Hay gente que quiere lo de siempre, y ciertamente son obras cumbre de la música, pero es como si me gusta la tortilla de patatas y me la dan todos los días. Lo que tengo claro es que el Auditorio Nacional está para hacer cultura, no negocio. Y ha dominado demasiado tiempo un repertorio sin ningún riesgo que, en ocasiones, ha sido de calidad más que dudosa".

"Se ha creado un estigma en torno a esta música. Tanto que a muchos les resulta cool decir que no les gusta. Es difícil salir de este círculo vicioso", lamenta Erkoreka.

"España es un país de estrenos, es difícil que las obras de compositores vivos se repongan", señala Zulema de la Cruz. "En Francia se toca mucha música francesa. Aquí casi nada, sólo a los muertos. Y no es por el público, creo yo. Son los programadores los que tienen miedo. Se piensa que el público es conservador, pero yo lo he visto reaccionar de forma inusitada muchas veces. Es importante reponer las obras porque a la primera escucha quizá no lo aprecias del todo, pero a la quinta puedes descubrir que te gusta mucho. Recordemos la incomprensión ante una obra como La consagración de la primavera, de Stravinski, que terminó siendo un clásico".

La mayoría de los autores españoles no piden tanto. La incomprensión suele venir del desinterés por escuchar. Y a veces la repetición ilumina el sentido. Se puede partir del silencio y convertirlo en regalo para oídos sordos. Lo que no se puede es subir a la montaña y creer, desde la cima, que el eco es la respuesta del otro. -

Imagen de la obra <i>Instrucciones para dejarse caer al otro lado del vacío</i> (2006), de César Camarero.
Imagen de la obra Instrucciones para dejarse caer al otro lado del vacío (2006), de César Camarero.

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