Tres 'victorinos' y dos toreros
Tres toros de Victorino mostraron una gran bravura. Los corridos en tercero, cuarto y quinto lugar dieron un juego excelente. Tenían fijeza, movilidad, bravura y nobleza. Ya se sabe que a más bravura, más nobleza. El primero enseñó más peligro. No era tan avieso que Torquemada, pero se le parecía. Al segundo y al sexto, sin ser de primera, se los podía haber toreado mejor. Cierto que "había que tragar", quedarse quieto y poner la muleta en los lugares debidos.
A los tres toreros les tocó un toro bueno a cada uno. Arrancó Diego Urdiales con éxito. Toreó al tercer toro de la tarde con calidad. Instrumentó una faena con las dos manos, en especial con la mano derecha, todo ello trazado con fundamentos del toreo clásico. Hubo largura y hondura en los pases. Templó y derrochó gusto y torería. Al final de la faena bordó unos derechazos ligados y ceñidos. Remató con trincherazos pintureros. Mató bien. Una parte del público pidió las dos orejas. El presidente aguantó y rehusó conceder lo que es atribución suya. En el que cerraba plaza, Urdiales no pudo con el toro. Dudó y no completó ninguna serie.
Victorino / El Fundi, Ferrera, Urdiales
Toros de Victorino Martín, bien presentados, en tipo. Tercero, cuarto y quinto excelentes.
El Fundi: pinchazo, bajonazo y descabello (ovación); gran estocada (oreja). Antonio Ferrera: estocada y dos descabellos (silencio); pinchazo y estocada (vuelta al ruedo).
Diego Urdiales: estocada (0reja y petición de otra); pinchazo hondo y estocada -aviso cuando cae el toro.
El Fundi, en su segundo toro, cuarto de la tarde, estuvo muy torero. Derrochó valor. A su faena hay que darle mucho mérito. Cierto que el toro era bueno, pero no es menos cierto que era un toro exigente. En una de las series con la mano derecha le tiró por los aires. En vez de afligirse, siguió toreando, entregándose, para acabar con una estocada extraordinaria, tal vez la estocada de la feria. Obviamente, en su primero no pudo hacer nada sino matarlo, por cierto, y no de manera ejemplar.
Antonio Ferreras se aprovechó de un toro de bandera. Con ese animal no se puede defraudar. Cuando se tiene enfrente a un toro que desea que lo toreen bien (porque, según dicen los que saben de esto, los toros buenos quieren que se los toree bien), hay que entregarse y realizar una faena como Dios manda. Y no fue así. En su lugar, la labor trazada fue un compendio de pérdidas de pasos, falta de ligazón, demasiado movido, todo hecho con prisa. Un quiero y no puedo. A lo mejor el torero creyó que ya le valía con haber estado espectacular con banderillas y en aquello que el público empezó a delirar al verle correr para atrás con la mano en el testuz. Haría falta la varita del zahorí para averiguarlo.
Cuando un toro embiste como los tres de ayer es imperdonable no cortarle las orejas.
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