"Desde que tengo uso de razón busco caracolas"
Àngel Pruna atesora miles de conchas de mar que identifica con el microscopio
La profesión de Àngel Pruna (Arenys de Mar, 1962) no es nada corriente: especialista en trabajos de altura, un oficio que no se aprende en ninguna escuela de formación profesional ni en la universidad. Pero el círculo privado que rodea a Àngel Pruna no se sorprende de que se pase horas, días y semanas colgado de una cuerda a varias decenas de metros del suelo o ideando estructuras en altura, sea en las calles, en teatros o en escenarios de rodajes de películas para que los especialistas de turno realicen las piruetas, siempre en altura, que dicta el guión. Esta manera de ganarse el pan le llegó a Pruna porque una de sus aficiones deportivas es la escalada y el alpinismo. El manejo de las cuerdas, arneses y el resto de material de montaña le llevó a emprender un negocio minoritario en España, pero bastante extendido, por ejemplo en Inglaterra y Estados Unidos. Pruna es un tipo autodidacta, siempre en constante formación en lo que le ha interesado, en Los Alpes y en Himalaya, intentando un ochomil, como en las infinitas inmersiones a pulmón libre que ha efectuado en el mar, o como cazador de setas, considerado también un notable especialista. Con este perfil, no es de extrañar que una de las principales aficiones de Pruna sea coleccionar conchas de mar, una actividad que guarda con sigilo y que sólo conocen sus allegados más íntimos.
Hace 40 años se encontraban todo tipo de conchas. Ahora la contaminación ha acabado con casi todas
"Todos los coleccionistas estamos un poco locos", asevera Pruna. "Y si uno almacena conchas, aún lo está más. Pero no me importa. Adoro esta pasión que comencé de niño sin darme cuenta". Pruna se declara un coleccionista atípico porque ignora cuantas cáscaras de moluscos de mar tiene almacenadas y archivadas en su casa de Arenys de Munt. "No las cuento", abunda Pruna. "¿Mil? ¿Dos mil? ¿Tres mil? Ni idea. Si digo una cifra será errónea".
Y es que a Pruna no le importa el número de conchas. Le apasionan los colores y las formas. Y, muy especialmente, las microscópicas, invisibles al ojo humano. De esas diminutas conchas expone: "Vistas al microscopio, son torres de marfil, con unas formas gaudinianas maravillosas". No le falta razón. Cualquier ignorante que mire por el microscopio certificará la afirmación de Pruna.
Su vínculo con el mar, con la arena, le viene de niño. Por algo nació en Arenys de Mar. Su padre, Àngel, era pescador y fue el culpable de que su primogénito se aficionara a las conchas. "Desde que tengo uso de razón busco caracolas de mar", cuenta. "Cuando mi padre elegía los mejillones al final de la jornada de recolecta, yo guardaba las conchas. Era la afición de los niños".
Así, año tras año, Àngel Pruna fue sumando conchas de todas las especies del Mediterráneo. Desde las costas de Marruecos hasta las de Croacia, una labor en la que hace algún tiempo no está solo. Sus amigos más cercanos, los que conocen su afición, le ayudan en el tesoro al recolectar conchas en la costa de turno que visitan durante las vacaciones. Las mejores playas son aquellas que presentan fuertes mareas y el mejor momento para encontrar los ejemplares menos comunes es tras periodos de tormenta. Desgraciadamente, las conchas recogidas en la playa suelen estar bastante deterioradas. Algo que sí es de gran interés es la recogida de detrito, que también puede llamarse cascajo. El cascajo es esa arena conchífera que abunda en determinadas playas; si uno se acerca un poquito a esa arena se observa que realmente está compuesta en una proporción importante por restos de conchas finamente trituradas. Este tipo de material es ideal para investigar bajo las lentes de una lupa binocular o un microscopio óptico y separar gran diversidad de lo que se denominan micromoluscos (moluscos de un tamaño inferior al milímetro). "Se requiere mucha paciencia, muchas horas de encierro para estudiar estas conchas, todas las especies, un tema del que me he empapado mucho con libros científicos", explica Pruna. "A veces, me dan las tres de la madrugada. Pero es una actividad que me relaja".
Su laboratorio de investigación está ubicado en una sala de la planta baja de un viejo caserón rehabilitado donde reside en Arenys de Munt. Es el único lugar en el que sus tres hijos -Eduard, Irene y Maiol- tienen la orden de no jugar ni tocar nada del tesoro que guarda su padre. ¿Y por qué hace Pruna este estudio de las conchas? "Esa pregunta me la he hecho varias veces", responde. "Y si sigo clasificando todas estas miles de piezas es para darle a la colección un aire científico". Pero también tiene otro argumento sentimental. "Prosigo con la colección para que mis hijos se den cuenta de que el mar lo tienen al lado. Hace 40 años, en la costa de Arenys de Mar, se encontraba todo tipo de especies conchas. Ahora los niños no pueden buscarlas porque no las hay. La contaminación ha acabado con ellas".
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