Un ejercicio un millón de veces repetido
Gervi tiene perfectamente automatizado el minuto y medio de acrobacias - Más nervioso de lo habitual, clavó todas las diagonales, pero tuvo un fallo tonto
Se puede ganar de muchas formas. Se puede ser el mejor sin discusión, como Michael Phelps en la piscina de Pekín; beneficiarse de los fallos de los demás o, simplemente, sacar lo mejor de uno mismo en el momento preciso y cruzar los dedos. Gervasio Deferr sabe que no es el mejor gimnasta del mundo, aunque está entre ellos, y que su ejercicio de suelo tampoco es el más difícil. Pero también sabe que su temple habitual, su frialdad, que anuncia siempre con el ceño fruncido y un gesto agresivo justo antes de competir, le han salvado en más de una ocasión. Le hicieron de oro en Atenas y Sidney. Ayer, de plata.
Pero en su tercera final olímpica consecutiva, la primera en su gran especialidad, el suelo, se le hizo un nudo en el estómago. El nudo de la ansiedad. Lo reconoció después, pero se le vio en la cara mientras salían sus rivales. En sus paseítos nerviosos. En sus breves comentarios con Alfredo Hueto, su entrenador de toda la vida, el que le descubrió dando brincos a los cinco años en Barcelona.
Deferr había dormido mal la noche anterior. Tal vez pensaba en lo duro que ha sido este último año para él y para su entorno. En enero, cuando aún se ejercitaba en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, en Barcelona, donde se ha hecho como gimnasta, alejado de su mejor forma y muy por debajo del peso ideal, no era capaz de hacer este ejercicio de suelo entero. Hacía el doble en plancha de la última diagonal, partes sueltas...
Incluso un mes antes de volar a Pekín, cuando ya estaba concentrado en Madrid con todo el equipo español, tuvo que parar unos días y recurrir al Voltarem. Se resintió de los tobillos, castigados una y otra vez por los repetidos aterrizajes. Los gimnastas soportan varias veces su peso cuando tocan suelo tras sus mortales prodigiosos y Deferr, además, tiene una forma peculiar de aterrizar, como dando una fuerte patada al suelo en cada caída, que le hace más vulnerable. Le salvan sus prodigiosas piernas.
Con 27 años cumplidos, una edad a la que la mayoría de los gimnastas tienen el cuerpo reventado por las lesiones, todo se ha hecho más difícil este año para el gimnasta español. Salvo la parte técnica. Se sabe este ejercicio de memoria. Cuándo respirar, cuándo relajarse, cuándo atacar la siguiente dificultad. Lo podría hacer hasta con los ojos cerrados.
"Lo he repetido millones de veces", reconocía ayer. Es el mismo con el que logró la plata en los Mundiales de Stuttgart del año pasado. Con una gran dificultad de entrada. Su nota de partida es de 6,5 puntos y ahí se explica en parte la derrota de ayer. El del chino Zou Kai, el hijo del terremoto de Sichuan, parte de 6,7 puntos. Aunque su ejercicio no es tan espectacular ni sus mortales tan altos, su ejecución ayer fue la mejor de toda la final. Y así lo entendieron los jueces, que le dieron 16,050 puntos. Deferr sabía que no podía competir con esa nota. Hizo su ejercicio sin fallos, salvo uno muy tonto; se llevó las dos manos a la boca y lanzó un beso de despedida. Un minuto y medio que valió 15,775 puntos y una medalla de plata.
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