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Columna
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Soñar olímpicamente

Jesús Ruiz Mantilla

Es un cuidadoso ejercicio que muchos realizamos cada cuatro años. Estar pendiente de los Juegos Olímpicos... Las 24 horas del día, a poder ser. Acompañando por esos mundos de Dios a atletas míticos, nadadores que retan el reino de Neptuno en una piscina; equipos de lo que sea: de waterpolo, baloncesto, voleibol, jockey hierba, balonmano; individuos que luchan a fondo con el fantasma de sus oscuras barreras y consideran al adversario un espejismo más que un contrincante; yudocas, remeros, ciclistas, espadachines, tenistas, gimnastas que pelean por hacerse un hueco entre las leyendas. Aquellas que se rememorarán puntualmente con su épica cronometrada a cuestas cada cita olímpica a escala global.

"Copiemos los buenos ejemplos. Barcelona sin ir más lejos. Cambió, se transformó"
"No sigamos dejando en manos de mendrugos con mal gusto los grandes proyectos"

Pendientes de qué récord se ha batido, comprensivos y frustrados con las derrotas que produce el mal fario, más nerviosos que ellos en ocasiones, soportando la tensión previa de las finales, con las uñas bien repasadas antes de la llegada a meta. Pese a que muchos nos las tengamos que comer en diferido esta vez porque en Televisión Española dan más énfasis a las limitadas hazañas patrias que al rastro de la verdadera gloria. Se están luciendo con las retransmisiones, de verdad. Son capaces de prestar más importancia a cualquier mindundi, por muy español que sea, que al asombroso Michael Phelps. Lo suyo es el contumaz triunfo del periodismo paleto, ése en el que abundan comentarios de chichinabo y valoraciones de patio de colegio.

Con cada olimpiada hemos reforzado nuestros siempre básicos conocimientos en geografía, aunque sólo sea mirando en el mapa dónde queda Trinidad y Tobago o Botsuana y nos hemos preocupado por la situación política de según qué sedes. Ahora vivimos la fiebre china. Nos queda Londres para 2012 y si somos lo bastante hábiles para no perdernos en atrabiliarios fracasos quijotescos, Madrid será olímpica en 2016.

Pero antes de que empecemos a soñar vamos a tener que sufrir unas cuantas pesadillas. Nos quedan por batir en Madrid unos cuántos récords de surrealismo, por lo que se ve. Consuela hacerse a la idea de que quienes inauguren esos juegos serán, a tantos años vista, cadáveres políticos. Empezando por ella, la innombrable en una crónica olímpica que se precie porque lo suyo son las marcas de otro pelaje. Antes de ver nuestro sueño cumplido, no nos hagamos ilusiones. Se llevarán por delante unas cuantas conquistas de la cosa pública. Desde la sanidad y la educación, ya desmanteladas, tísicas y en los huesos, a la buena fama de la esencia madrileña. Antes querrán encerrar la ciudad entre una muralla de provincianismo, un bastión de esencias en guerra. Vacunarla contra el cosmopolitismo y la cara mestiza que debe lucir cualquier capital europea de pro a base de ese chotis ultraliberal que nos quieren hacer bailar a todos, con rosario y misas incluidas.

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El alcalde no parece estar por esa labor. Cierto. La mera ambición olímpica es una prueba. Pero me sobran ejemplos de interfectos empeñados en empequeñecer las aspiraciones nobles de esta ciudad abierta y moderna, libre y pujante. El lado oscuro de su propio partido ha demostrado que así es. Va a tener que afilar su vena diplomática, sus dotes versallescas y su colmillo maquiavélico para evitar la meningitis que le amenaza con sus contrincantes políticos internos. Contar más con el apoyo de una oposición narcotizada y fantasmagórica que con los suyos. Lo sabe él mejor que nadie, aunque lo disimule bien.

Esperemos además que el proyecto de 2016 sirva para ir forjando en el camino transformaciones cruciales para una capital arrasada por la barbarie urbanística y el mal gusto de sus arquitectos. Copiemos los buenos ejemplos. Barcelona sin ir más lejos. Cambió, se transformó sabiendo utilizar entornos con los que vivía de espaldas. No inventemos, por favor. Más, no. No sigamos dejando en manos de mendrugos con mal gusto los grandes proyectos, ni caigamos en el deslumbramiento de torres faraónicas que rompen la silueta y las proporciones de la ciudad. Sobre todo, cuando ésta nunca ha soñado con ser Manhattan ni Hong Kong. Merecemos una ciudad más cercana, más íntima, más cálida, a escala del hombre, no de las máquinas.

Mientras acariciamos el sueño de poder disfrutarlo en directo por una vez, por ahora seguiremos pendientes de lo que pasa en China. Fascinados por el regocijo de la perfección estética que nos regalan todos los cuerpos entregados al esfuerzo, admirados por la voluntad y el tesón de los héroes. Emocionados ante el espectáculo que ofrece cada jornada olímpica el hombre desafiando sus propios límites.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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