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Tentaciones
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Reportaje:EN PORTADA

AMANDA SEYFRIED O EL PLACER CULPABLE

"¿CÓMO me queda el vestido? ¿Me hace muy mayor?", son las preguntas que asaltan a Amanda Seyfried en pleno trance promocional. El vestido le queda muy bien, es un Hervé Léger sin mangas, perfecto para combinar con el rojo cangrejo que se ha pillado en las costas griegas, donde nos encontramos. Y, de no preguntar, su indumentaria sería lo último en lo que te fijarías. Salta a la vista que en este momento lo último que le preocupa es el aspecto, pero necesita sentirse aceptada. Transpira ansiedad por cada poro, su respiración es agitada, y habla como una metralleta. Sus enormes ojos imploran "quiéreme un poquito". Seyfried intenta caer bien, y no es de extrañar. Al igual que ocurrió con Mamma mia!, el musical con canciones de ABBA que ha recaudado unos 2.000 millones de dólares (unos 1.300, en euros) a lo largo de una década de funciones por todo el mundo, y que ha contagiado la melodía de Dancing queen a 30 millones de personas, la traslación al cine que ahora se estrena en España tiene al personaje de la joven Sophie como principal reclamo. Y en la película Mamma mia! Sophie es encarnada por una actriz prácticamente desconocida, Amanda Seyfried, cuya carrera no puede competir con la del reparto de estrellas que encabezan Meryl Streep, su madre en la ficción, y Pierce Brosnan, Colin Firth y Stellan Skarsgård, sus potenciales padres. ¿Cómo no estar nerviosa?

"No tiene nada que temer", comenta después con pachorra Skarsgård de su compañera de reparto más joven. "Es una chica extremadamente divertida, de quien oiremos mucho en el futuro". Meryl Streep la compara con su propia estirpe. "Desde el momento en que abrió la boca parecía una de mis hijas carnales. Deliciosa es la palabra que me viene a la cabeza, un término que a menudo utilizo para describirlas a ellas. Es una persona muy pequeña para la fuerza que tiene", se explaya, como siempre, buscando las palabras adecuadas. Todo un caballero, Brosnan habla de una "belleza tangible" y de una "efervescencia interior que expresa con perfecto ritmo y precisión". "No tiene ni un pelo de presuntuosa, pero cuando abre esa boca sale un sonido extraordinario. Es que lo borda", se admira Firth. En resumen, todos babean con Amanda, pero ella no puede dejar de preocuparse. Por el vestido o por lo que sea.

"Es que aún no me lo creo. No me parece que esto me esté pasando a mí. Es un sueño hecho realidad", amontona tópicos como quien se pellizca para creérselo. En su lugar, Seyfried recibe en el móvil las fotografías que le mandan sus amistades desde Times Square. "Cada vez que pasan por delante de ese gigantesco póster de Mamma mia! con mi foto me vuelven a enviar la misma imagen. ¡Y yo entiendo el concepto de la campaña publicitaria, pero todavía no me cabe en la cabeza que me escogieran a mí en ese mar de actrices!". Pero más que un mar, los productores de la película aseguran que se sumergieron en un océano de miles de actrices, las que se presentaron al casting para formar parte de este éxito anunciado que agrupa algunos de los temas más populares del supergrupo de pop sueco. Ése que, desde los setenta y generación tras generación, odiamos amar.

La trama de enredos amorosos y paternofiliales urdida por Catherine Johnson para el libreto original bebe directamente de la comedia de los sesenta Buona sera, señora Campbell, protagonizado por Gina Lollobrigida. "El papel de Sophie es de gran importancia en toda la película. Por eso, una vez que tuvimos a Meryl Streep comenzamos la búsqueda de su hija por todo el mundo. Amanda ofrecía no sólo un aire isleño, sino un toque angelical y, lo más importante: una voz vulnerable y adorable. Que fuera una perfecta desconocida la convertía en el complemento perfecto para Meryl", explica la productora Judy Craymer, creadora de este Frankenstein musical construido en base a 22 canciones y otros tantos exorbitantes números.

Por mucho que los productores insistan, mentiríamos si decimos que Seyfried, de 22 años, sale de la nada. Siendo muy niña interpretó su primer papel, Pumpernickel Greennickle, un invento propio con el que disfrazarse a cada momento y hacer el mico "para entretener o aburrir a toda la familia, desde mis padres, que tanto me quieren, hasta mi hermana mayor, que me trata como una mierda", apostilla. Había nacido una estrella de andar por casa. "Es que desde pequeña sabía que quería interpretar, más que nada en el mundo, como fuera, en lo que fuera", añade risueña, pero con su tono suplicante, mientras repasa de carrerilla sus primeros pasos en la industria del entretenimiento: obras de teatro en la escuela o sesiones como modelo. Rubita y menuda, su buen físico se sumó a sus ansias por cambiar de entorno. Dejó atrás el ambiente de pueblo suburbial en el que se crió en Allentown, Pennsylvania, por el brillo de la Gran Manzana.

Hasta aquí ninguna diferencia con miles de otras chicas con los mismos sueños y ambiciones. La verdadera oportunidad le llegó con Chicas malas, la incorrecta cinta adolescente perpetrada por la humorista Tina Fey, que protagonizó junto con Lindsay Lohan y Rachel McAdams. Antes de quedarse como la rubia unineuronal del trío, con un don natural para predecir el tiempo gracias a ¡la sensibilidad de sus senos!, fue seriamente considerada tanto para el papel de la inocente Cady (Lohan) como para el de la reina Regina (McAdams). La prueba tangible de una predestinación al éxito que este mismo verano constata la revista Vanity Fair, brújula del star system estadounidense, desde su portada. En ella, Seyfried, Kristen Stewart, Blake Lively y Emma Ro-

berts encabezan el epígrafe "La nueva ola de Hollywood. 27 chavales que serán los dueños de la próxima década". Aunque siempre queda alguna arruga por planchar. Eso lo vio más que de cerca con la ascensión y caída de su ex compañera de reparto Lindsay Lohan. "No te puedo prometer que en cinco años no me convierta en el nuevo desastre de Hollywood", afirma alguien que no se avergüenza al reconocer que Britney Spears fue su "heroína" durante años. Pero eso fue antes. "Ya no tengo 18 años y sé lo que quiero. Quiero ser como Meryl. Aunque suene a tópico, ahora que la conozco puedo decir que es una mujer con conciencia de sí misma, sexy, brillante, feliz interpretando y que sabe cuándo llega el momento de irse a casa", concluye Seyfried. Y si junto a ser como Meryl Streep, en el mismo paquete se incluye la posibilidad de recibir gratis algunos obsequios de Miu Miu o Burberry Prorsum, mejor. "Ahora me estoy trabajando a Stella McCartney", remata delatando que un buen modelo es uno de esos aspectos de la fama a los que no está dispuesta a renunciar.

Los caminos del triunfo son inescrutables. Mientras Lohan daba el salto al hiperespacio de la fama, Seyfried se desvió al mundo de la televisión. Un episodio de Veronica Mars por aquí —que, al menos, sirvió para que alguien la tildara como "la nueva Laura Palmer"—, otro de House por allá, alguno de Ley y orden o CSI… Poco donde rascar. Hasta la llegada de Big love, estupenda serie de la cadena HBO sobre una familia polígama donde se convirtió en la hija mayor de Bill Paxton y Jeanne Tripplehorn. "Tendrías que haberles visto. Son como mi segunda familia, me conocen en el trabajo desde que era una niña. Cuando me dieron el papel de Sophie, Bill me dio un abrazo de oso y casi me tira por los aires mientras gritaba cosas como '¡Es tu momento!" o "¡Te lo mereces más que nadie!", recuerda casi llorando.

Hay quien asegura que hay gato encerrado en su elección; que lo del "mar de actrices" queda reducido a tan sólo unas gotas al descubrir que la productora de Big love es la misma que la de Mamma mia!, Playtone, propiedad de Tom Hanks y su esposa, Rita Wilson. "Mi elección no dependía de Tom necesariamente", comenta la hasta ahora mosquita muerta, tuteando al dos veces ganador del Oscar y productor de las dos piezas más conocidas de su carrera como actriz. "No niego que hubo alguna conexión, porque quizá estuve más informada de las pruebas de casting que otras chicas. Pero hubo una conexión personal con Phyllida [Lloyd, directora tanto del musical como de la película]. Y cuando supe que habían escogido a Meryl para el papel de Donna sabía que yo daba físicamente la talla para ser su hija. Y que Benny [Andersson, uno de los cuatro componentes de ABBA] estaba buscando una voz que no hubiera escuchado nunca", justifica Seyfried de corrido, sin poder disimular un sonrojo que aumenta el tono colorado de su piel. En buena parte, eso se lo debe a las clases de canto que tomó entre los 11 y los 17 años. "Me apunté cuando quise presentarme al revival de Annie en Broadway". No salió, pero Amanda le cogió el gusto a la música. "Me dio hasta para cantar arias", afirma de algo que ahora sólo hace en la soledad de su ducha. Tampoco le da al karaoke. Ni se atreve a decir nada malo de la música de ABBA más allá de que no es la de su generación. Ella prefiere llevar en su iPod las canciones de la británica Leona Lewis y del grupo folk Hem. "De ésas sí que me bajo la versión en karaoke del iTunes, pero sólo las canto cuando nadie me ve", insiste.

Bromas aparte, lo de ABBA tampoco estuvo nada mal, asegura. "¡Acabó siendo una borrachera de spandex y lentejuelas!", admite aún intoxicada con su experiencia cinematográfica. A juzgar por el brillo en los ojos y la sonrisa de oreja a oreja, el rodaje no pudo ser mejor. Para empezar, borró de un plumazo todos sus temores (al menos hasta que llegó el tema del póster). Según recuerda, en su primer día con Meryl Streep, la mujer que más admira sobre la faz de la tierra, el pánico bajó de "cien a cero" en un segundo: en cuanto la veterana actriz le confesó lo mucho que le aterrorizaba cantar en la película. "Si Meryl tiene miedo, yo también puedo tenerlo", fue su filosofía. Brosnan también tenía miedo, pero de toparse vestido de dominguero playero con Daniel Craig, el nuevo Bond, mientras ambos rodaban parte de sus respectivas películas en los mismos estudios de Londres. Y tanto Skarsgård como Firth los tenían por corbata durante la filmación de esa escena en la que tuvieron que saltar en caída libre al mar Egeo desde una peña, un pánico compartido por el resto de sus compañeros de escena, Seyfried y Brosnan. "Pierce, con todo lo que sabe como 007, dijo que era lo más arriesgado que había hecho nunca", se consuela Seyfried. Convivir con tal reparto estelar se convirtió en pan comido. "Es que si no nos lo hubiéramos pasado tan bien, esta peli no sería ni la mitad de buena", resume con todo su entusiasmo, insistiendo en que sus mayores se comportaron en todo momento "como niños".

Vista la recepción que ha tenido la película en su estreno en Estados Unidos, va a ser cierto que en esta explosión de lentejuelas y spandex ha nacido una estrella. Mamma mia! ha facturado 62,6 millones de dólares (más de 40 millones de euros) en dos semanas y se mantiene tercera en la taquilla en un verano lleno de testosterona y superhéroes. De ahí que a Seyfried se le acumulen los proyectos. Ha rodado ya una segunda película con Skarsgård, Boogie woogie (una comedia ácida situada en la escena londinense del arte contemporáneo); continúa con la tercera temporada de Big love, y en 2009 estrenará la comedia Jennifer's body, escrita y dirigida por Diablo Cody, la revelación hecha Oscar por el guión de Juno. "Es otra mujer a la que admiro tanto como a Meryl", dice estableciendo una extraña comparación entre esa actriz que muchos tachan de gélida con esta guionista que antes de ganar el Oscar se dedicó al strip-tease. "Ninguna va dándose aires de nada, ambas son como niñas. Y aunque la sola idea de conocer a cualquiera de las dos dispare los nervios, enseguida se revelan como dos artistas muy humanas", se explica.

Mamma mia! se exhibe en cines de toda España.

Amanda Seyfried se confiesa insegura. Todavía le sorprende haber sido elegida "entre un mar de actrices" para coprotagonizar <i>Mamma mia</i>, pero su interpretación supura encanto a raudales.
Amanda Seyfried se confiesa insegura. Todavía le sorprende haber sido elegida "entre un mar de actrices" para coprotagonizar Mamma mia, pero su interpretación supura encanto a raudales.

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