La devoción de Carolyn Carlson
Aunque borrosos, todavía quedan algunos rasgos hippies en esta altísima e imponente mujer, de voz rotunda, risa franca, ropas floridas y misteriosas joyas con emanaciones que, como pocas, asimiló la intensidad del flower power, el pensamiento libre y los ideales cósmicos de la Era de Acuario en la vorágine norteamericana de los sesenta. Pero antes que hippie o mística, poeta o pintora, Carolyn Carlson (Oakland, California, 1943) ha sido, es y seguirá siendo mujer de danza. La ha bailado, coreografiado, enseñado, divulgado, protegido y vivido durante las últimas cuatro décadas. Y a pesar de que ha formado parte de su historia, ayudándola en su cruce desde Estados Unidos a Europa y ahora en su paso del siglo XX al XXI, sigue refiriéndose a ella, a la danza moderna, con un respeto y devoción iguales a los que la beata profesa a su Dios. Fue jovencita inquieta Carolyn Carlson. Salió de Oakland queriendo ser prima ballerina, estrenándose con el San Francisco Ballet, pero ser cisne trémulo o doncella en cautiverio no parecía en sintonía con sus intereses que más que en el castillo encantado por la bruja estaban en la efervescencia de la calle durante aquellos años locos de rebeldía, Vietnam, las drogas y la conexión con el cosmos. Quizá por eso cayó fulminada cuando conoció a Alwyn Nikolais, prestidigitador de la danza, al que muchos atribuyen la paternidad del arte psicodélico. "Conocí a Alwyn en Utah. Yo tenía 22 años, tomé una clase y luego hice con él un taller de apenas una semana, pero fue tan intenso", suspira. "Teníamos clases de diez de la mañana a siete de la tarde y trabajábamos en la parte alta de una iglesia enorme. Decidí de inmediato que seguiría con él. Estaba fascinada, no era solamente danza y técnica. Nos hablaba de la física, de las leyes del tiempo, del espacio, de Newton y de cómo todo eso se podía aplicar a la danza. Con el tiempo me he alejado de su concepto pero siempre será mi maestro, me otorgó una visión de la danza que hasta hoy sigue conmigo".
Y es cierto. Algo de esa visión, la de una danza libre, global y sin fronteras, sigue presente en eau (agua), su trabajo más reciente para el Centro Coreográfico Nacional Roubaix Nord-Pas de Calais, que dirige en Francia. Fue estrenado en abril pasado en la Ópera de Lille y la próxima semana llega, cómo no, a la Expo Zaragoza 2008, gracias a su temática líquida, su inmersión total. Dividida en cinco partes que recrean distintos estados emocionales del agua, eau fluye teniendo como hilo conductor la poesía del cuerpo de sus 12 intérpretes, los poemas del libro L'eau et les rèves, de Gaston Bachelard, los sugerentes vídeos de Alain Fleischer y la música, potente e ilustrativa, de Joby Talbot, pero sobre todo el agua en todas sus facetas como protagonista: el agua tranquila de un manantial, el agua contaminada por la mano del hombre, el agua necesaria para el cuerpo y el agua salada que brota de un ojo triste pero también el agua enfurecida, asesina y voraz de un tsunami en tierra. "Somos agua. Es un tema vital. Necesitamos beberla, está presente hasta cuando lloramos", justifica. En cualquier caso, tampoco es un tema nuevo en su trayectoria, que abarca más de 60 piezas estrenadas. El elemento líquido aparece en obras como Wind, Water, Sand (1973), Still Waters (1986), Writing on Waters (1999) y una pieza clave, su solo Blue Lady (1983), que será retomado por el bailarín y coreógrafo finlandés Tero Saarinen este septiembre dentro de la Bienal de la Danza de Lyon.
Carolyn Carlson pudo perfectamente desarrollar su carrera en Estados Unidos. Después de todo bailaba para Nikolais, que brilló como estrella durante los años que pasó con él, desde 1965 hasta 1971, justo cuando estallaba la efervescencia de la nueva danza en aquel Nueva York de los artistas. Era un momento perfecto para que una bailarina y aspirante a coreógrafa inquieta y creativa como ella accediera al sueño americano. Pero se vino a Europa. Quizá sea su espíritu aventurero, a lo mejor tenga que ver el hecho de que sus padres sean finlandeses o la influencia de su espiritualidad y su creencia en la predeterminación, pero lo cierto es que desde el otro lado del océano ella creía oír la voz de este continente reclamándola. "Estuve con Nikolais mucho tiempo actuando en París y todavía recuerdo perfectamente un día en el que venía caminando con John Davies, el diseñador de luces de la compañía, y le dije convencida: 'John es aquí donde quiero venir, siento que aquí es donde debería trabajar'. No lo puedo explicar, pero ya sabía que era mi destino".
A la danza de Europa en aquellos años le eran ajenos y desconocidos términos como danza posmoderna, gestos como el de Trisha Brown, que invadía con su baile museos y azoteas de Nueva York o inquietudes como las de Merce Cunningham, que experimentaba con el espacio e invitaba a pintores y músicos a participar en su danza. Carolyn Carlson traía esa información metida en su cuerpo y llevaba en la cabeza sus propias ideas coreográficas. Y las instauró, nada menos que en el Ballet de la Ópera de París, templo del clasicismo que, bajo la dirección de Rolf Liebermann, un director de orquesta suizo con ideas avanzadas, empezaba a girar la cabeza hacia la nueva danza. "Estuve allí durante mis primeros años europeos. Yo había tratado de conseguir dinero en Nueva York para crear una compañía, pero resultó muy difícil, así que Liebermann me encargó un solo y me pidió que diera clases a los bailarines de la Ópera. Me pareció un reto interesante. Empecé emocionada con 30 alumnos, al día siguiente vinieron 15 y al tercer día di la clase con tres. Fue un fracaso, era muy complicado que se interesaran, todos venían del clásico, así que le dije a Liebermann que aquello no estaba funcionando pero él insistió y me dijo que buscáramos gente de fuera, otro tipo de bailarín. Así que el primer día de clase tuve 15 y al mes tenía 100 estudiantes. Nadie pagaba por las clases, salvo una contribución para el salario de los músicos que muchas veces eran artistas que escuchábamos tocando en el metro. Toda esta algarabía y novedad fue una pequeña revolución en la Ópera. Con frecuencia venían a pedirnos silencio porque perturbábamos las clases de ballet".
Así fueron sus inicios europeos, continente donde eclosionaría como coreógrafa estrella de la misma Ópera de París (1974), directora artística de La Fenice, en Italia (1980-1994), y del Cullberg Ballet, en Suecia (1995), residente del parisino Théâtre de la Ville (1985-1991) y de los finlandeses Helsinsky City Theater y Finnish National Ballet, presidenta de la sección de danza de la Bienal de Venecia (1999-2002) y desde 2004, como directora artística del Centro Coreográfico Nacional Roubaix Nord-Pas de Calais. Sedujo su persona, en sus célebres solos, atrajeron sus ideas, tan originales y novedosas, inquietaron sus preceptos, sin duda herederos del viejo maestro Nikolais.
En las obras de Carolyn Carlson la belleza es calculada. Ha sido siempre una perfeccionista, gusta de las imágenes de impacto (su manera de congelar la escena durante unos segundos forma parte de su rúbrica y alcanza enorme plasticidad en eau), la música que conmueve (durante años ha colaborado con el prestigioso y emocionante compositor francés René Aubry) y los bailarines que la sorprenden. A ratos recuerda al director escénico de culto Bob Wilson, a quien admira, pero ese carácter místico y cosmogónico tan presente en toda su obra es aportación propia. "He seguido un poco la filosofía zen que se refiere a vivir el momento, se concentra en vivir el presente aceptando las cosas por lo que son. Me intereso por los pensamientos budistas. Tengo una visión mística. Alguien llamó mi trabajo tragedia espiritual y me encantó; en realidad, mi trabajo puede ser ordinario y extraordinario... me gustan esas dos palabras". Dice no arrepentirse de nada y siguiendo su máxima zen, no mira el pasado con añoranza, tristeza ni ira. "Yo pienso que la emoción más horrible es la culpa, no debería existir", asegura convencida. "Nuestra sociedad estimula los sentimientos del miedo y la culpa, especialmente estos días con la situación de Bush y la guerra, pero al final son dos de las emociones más venenosas y más inútiles. Hay que tomar las decisiones con el corazón y vivir el momento". Y eso lo subraya. "Vivir el momento". -
eau. Expo de Zaragoza. Palacio de Congresos. Del 5 al 7 de agosto.
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