DíAS SIN HUELLA
Hace unos meses, luego de dar largas durante 20 años, el FBI desclasificó los archivos secretos de John Lennon. Lo que contenían esos archivos era un petardo; resulta que Lennon ni era una amenaza para la estabilidad de Estados Unidos, ni era el gran fustigador del imperio, es más, en los archivos consta que, en los años setenta, dos prominentes izquierdistas le pidieron ayuda para montar una librería de títulos subversivos y que Lennon, sin más, les largó un no rotundo.
Los grandes hits de John Lennon no estaban en los archivos del FBI, han estado siempre a disposición de quien quiera enterarse de su lado oscuro, ese que puede desmitificar al ídolo o catapultarlo al parnaso de las leyendas verdaderas, las de carne débil y vida loca.
Revisemos un solo capítulo, que por cierto tiene reminiscencias cinematográficas: para zanjar una crisis matrimonial, Yoko Ono envió a John Lennon a casa de May Pang, la secretaria de ambos; la idea era que Pang tranquilizara al marido y lo devolviera unas horas después; pero John halló en la secretaria ese charm oriental que en Yoko estaba ya un poco desvaído, y decidió instalarse en su casa y llevar vida de pareja con una plenitud que fácilmente calificaba como delito sexual. Esas horas de terapia tranquilizadora que había calculado Yoko, se convirtieron en 18 meses de relación tórrida, y hórrida, que Lennon bautizó, con toda modestia, como su lost weekend, un fin de semana de 18 meses del que luego, debido a la cantidad de sustancias que tuvo a bien consumir, no recordaba absolutamente nada.
The Lost Weekend, como bien sabrán ustedes, es una película de Billy Wilder, que en España se llama Días sin huella, donde se narra el tour de force, de bar en bar, de Don Birnam, un escritor alcoholizado que protagonizó, con inolvidable maestría, Ray Milland.
John Lennon no recordaba nada pero May Pang sí, y con el tiempo ha ido contando ese lost weekend donde trataba de armonizar su trabajo secretarial con las golpizas que le daba el patrón, que era su amante, y con las demás golpizas que el músico protagonizaba en la calle, en el estudio de grabación o como punto final para una cena en casa de amigos. Setenta y dos semanas más tarde, cuando May Pang ya había resistido seis intentos de estrangulamiento (como modalidad erótica, se entiende), llegó Yoko Ono a recoger a John, ese hombre que desde entonces ya formaba parte de su patrimonio.
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