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Crítica:LIDIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Caricaturas

Antonio Lorca

Un cartel de tronío, una plaza legendaria y una ganadería de postín auguraban un gran espectáculo en El Puerto de Santa María, pero todo quedó reducido a una vergonzosa caricatura. ¡Hay que ver cómo está el toreo...! Ponce, El Cid y Castella no se parecieron en nada a una figura del toreo. Qué comodidad, qué sentido más acusado del alivio, qué ventajistas los tres, qué toreros más insulsos...

Este coso fue legendario, y ha quedado convertido en una plaza de pueblo de donde ha desaparecido la exigencia, y los tendidos han sido ocupados por un público triunfalista y aplaudidor que hace un flaco favor a la historia de este albero. ¿Y los toros? ¡Vaya la corrida de Torrestrella! Toros chicos, inválidos, descastados y sin pitones... Bueno, con pitones romos y sospechosos de haber sido manipulados fraudulentamente.

Torrestrella/ Ponce, El Cid, Castella

Cinco toros de Torrestrella y uno -el tercero- de La Palmosilla. Enrique Ponce: palmas y ovación. El Cid: oreja y ovación. Sebastián Castella: ovación y silencio. Plaza de El Puerto de Santa María. 20 de julio. Media entrada.

Total, que hubo muchos aplausos, pero lo que allí ocurrió nada tiene que ver con el toreo. Quedó reducido a una vergonzosa caricatura. Producía un rubor indescriptible ver a Ponce -que dio la impresión de estar de despedida- hacer alardes ante un proyecto de cadáver, como fue su primero. No mejoró ante el cuarto, soso y con cierta calidad, al que toreó fuera cacho, sin cruzarse nunca y muy despegado. Dejó una pobre imagen, impropio de una figura.

El Cid también llegó con intención de sestear. Capoteó por chicuelinas a su primero, y mejor que no se prodigue, porque el resultado careció de brillantez. Se alivió sobremanera ante un toro primero descastado y con poca clase que no le permitió confiarse. Y eso que era un novillote... Mejoró ante el quinto, y alguna tanda, sobre todo con la mano derecha, resultó airosa y recordó al Cid poderoso y artista, pero dio un lamentable mitin con la espada, a pesar de lo cual lo ovacionaron.

Y cerraba cartel Sebastián Castella, que desde que se separó de José Antonio Campuzano está desconocido. Sigue siendo valeroso, pero su sentido del toreo es insípido, superficial e incoloro. Naufragó ante el tercero, y dijo muy poco ante el sexto. Lo mejor de la tarde, las banderillas de Curro Robles, Manuel Molina y Curro Molina. Todo lo demás, una caricatura del toreo auténtico. Alguien parece haberle perdido el respeto a esta fiesta.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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