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Crónica:ficciones
Crónica
Texto informativo con interpretación

EL REGALO

l otro día revolviendo en unos cajones en casa de mis padres me tropecé con un pequeño paquete en cuyo interior había un colgante: una placa redonda de cobre con unas extrañas inscripciones sujeta por un cordón negro. Me lo envió mi amiga Alicia desde Ibiza y ya ni siquiera me acordaba de haberlo guardado.

A Alicia le encantaba todo lo hippy y lo auténtico, el yoga y la música reggae. Llevaba camisas de una tela tan tosca que parecía que se las hacía ella misma en algún telar escondido en su casa, faldas largas de algodón rizado, sandalias planas de cuero hechas a mano con una abertura por donde metía el dedo gordo, y en invierno botas de piel vuelta y jerséis anchos de pura lana virgen, y por supuesto nada de sujetador, y en toda temporada en lugar de bolso, cestos de paja como los de Jane Birkin. El pelo se lo alisaba hasta la extenuación. Lo tenía rubio natural y largo y cuando hacía un movimiento de cabeza todo él se desplazaba como un manto de seda.

SIEMPRE NOS ADELANTABA EN DECISIÓN Y VALENTÍA. FUE LA PRIMERA EN ACOSTARSE CON UN CHICO, LA PRIMERA EN LLEVAR UNA CAJETILLA DE TABACO EN EL CESTO DE PAJA

Por mucho que las amigas quisiéramos seguir sus pasos siempre nos quedábamos atrás. Alicia era una visionaria y buscaba una vida nueva con todas sus ganas. Así que cuando nos dijo que se marchaba a vivir a Ibiza casi no nos extrañó. Nada más nos preguntamos cómo habría podido convencer a su familia de semejante cosa, sólo tenía dieciséis años, uno más que yo, lo que seguramente significaba dejar los estudios, aunque los estudios nunca le habían preocupado porque decía que lo que le enseñaban no era lo que ella quería aprender.

Para ella Ibiza era un paraíso, allí estaba concentrado todo lo que deseaba en la vida. No nos dejó que fuésemos a despedirla al aeropuerto, pero nos prometió que en cuanto se instalase podríamos pasar una temporada con ella. Era julio y cada una de sus amigas tuvimos que marcharnos con nuestras respectivas familias con la cabeza baja y una gran nostalgia por la vida de Alicia, por su libertad y su gran aventura. Siempre nos adelantaba en decisión y valentía, fue la primera en acostarse con un chico, la primera en llevar una cajetilla de tabaco en el cesto de paja, la primera en fumar porros y la primera en beber alcohol como un hombre. Nos enseñó a escuchar a Bob Marley en la semioscuridad mientras nos imaginábamos cómo sería Jamaica y nos obligó a leer Hojas de hierba, de Walt Whitman. Ahora que lo pienso, Alicia fue una maestra y ojalá que no nos hubiese abandonado a nuestra suerte en este mundo sin norte. En cuanto ella se marchó, nuestra vida se volvió más sosa y anodina porque siempre la comparábamos con la vida que llevaría Alicia en aquella isla alegre donde siempre sería verano.

Menos mal que más o menos a los dos meses recibimos una carta suya que nos devolvió la ilusión. Nos decía que aquello era el paraíso y que en cuanto tuviese una casa de verdad podríamos ir a verla. Ahora se las arreglaba bajo una lona que había extendido sobre dos rocas, comía de lo que pescaba y había aprendido a hacerse ella misma pendientes con las pepitas de oro que encontraba entre los guijarros de la playa. Decía que todas las mujeres de la isla eran bellas y naturales como María del Mar Bonet y que ella estaba mejorando mucho con la guitarra.

Sabíamos que exageraba, pero también que en el fondo era verdad y esto nos producía una gran melancolía. El problema es que no era fácil ser como Alicia, había que desear hacer lo que ella hacía sin concesiones ni titubeos. Y casi nos vino bien no volver a tener noticias suyas durante un año y seguir con nuestra vida, una vida desperdiciada prácticamente en todos los aspectos. Alguna vez se nos pasó por la cabeza llamar a su casa interesándonos por ella, pero nos daba cierta aprensión interferir en su vida por las buenas porque estábamos bastante seguras de que nos mentía. A Alicia había que conocerla e interpretar lo que decía porque no es que tratara de engañar a nadie sino de dar la imagen más fiel posible de lo que sentía inventando lo que fuera necesario.

Y de hecho en su siguiente carta tuvimos que leer entre líneas. Decía que le había ocurrido algo maravilloso, increíble. Se había perfeccionado tanto en la guitarra que la contrataban en los mejores locales de copas. Y decía que una noche estaba tocando una canción compuesta por ella misma cuando, no nos lo podríamos ni imaginar, cuando entró en la sala Bob Marley con su banda y estuvieron escuchándola muy atentamente hasta que terminó. Luego Bob se acercó a ella y le dijo que le encantaría que entrase a formar parte del grupo y que podría alternar Ibiza con Jamaica si le parecía bien. Era como un sueño, pero Alicia se lo iba a pensar, ¿qué nos parecía a nosotras, debía seguir siendo libre o debía aceptar y meterse en el sistema? No nos creímos lo de Bob Marley, pero dedujimos que se encontraba en una encrucijada y que debía decidir algo importante. Y le habríamos contestado diciéndole que no perdiera esta oportunidad, fuese cual fuese, si su carta hubiese tenido remite.

Después, antes de que nos diésemos cuenta, el tiempo pasó y nuestras vidas se volvieron más complicadas. Alicia pasó a ser aquella amiga de la adolescencia que un día se marchó a su sueño dorado, Ibiza, y que, como tantas personas, se había quedado en el recuerdo, en el ayer. Hasta que unos días antes de casarme, cuando aún vivía en casa de mis padres, recibí aquel pequeño paquete con este colgante. Cuando lo recibí iba a casarme y no era el momento de darle importancia, creí que se trataba de un pequeño recuerdo comprado en cualquier mercadillo que a Alicia le había dado por enviarme. Pero ahora lo estaba mirando con más detenimiento: no venía envuelto en papel de regalo, sino en una hoja de periódico y no era nuevo, el cordón estaba usado, y el medallón era demasiado pesado y con aspecto antiguo.

Me senté un momento tratando de dejar la mente en blanco, me concentré en un punto de la pared y de pronto me vino a la mente la idea de buscar alguna foto de Bob Marley en Internet. Agrandé una en la que se le veía, entre la ropa y las rastas, un colgante. Lo agrandé. A no ser que se tratara de una broma de Alicia, era el mismo medallón que yo tenía en la mano, con dios sabe qué significado grabado. Después he podido averiguar que lo llevaba siempre en sus actuaciones y que desapareció el día de su muerte. Y ahora está aquí, ante mis ojos, por lo que no puedo dejar de preguntarme cómo lo conseguiría Alicia y por qué me lo enviaría a mí.

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