Migraciones trágicas
La coincidencia en una misma semana de dos tragedias en las costas españolas relacionadas con las migraciones, con decenas de muertos (entre ellos, media docena de bebés), ha hecho recordar la fatídica crisis de los cayucos del año 2006. Cada vez que se reproducen esas sobrecogedoras imágenes, casi siempre en periodo estival, la inmigración adquiere un mayor protagonismo en las encuestas de opinión.
El que los caudales migratorios hacia Europa no parezcan disminuir, pese a que el continente -y nuestro país, una de las puertas de entrada estratégicas por su geografía- padezca una crisis económica que se manifiesta en crecimiento del desempleo y empeoramiento de las condiciones de vida, muestra lo equivocado (o lo demagógico) de denominar efecto llamada a lo que son, sencillamente, factores de atracción o un efecto salida, reflejo de que la frontera sur de Europa separa dos partes del planeta con las mayores diferencias de renta entre ellas.
El 3,5% de la población mundial, unos 220 millones de personas, participa de la actual ola migratoria
Esta primera década del siglo XXI es otro periodo de grandes migraciones, como lo fue el final del XIX y el principio del XX. Se estima que el 3,5% de la población mundial (alrededor de 220 millones de personas) está inmerso en diferentes movimientos de personas. Nuestro país es un actor principal en los mismos: según el último padrón, el número de extranjeros que habitan en territorio español es el 11,3% de la población total, más de cinco millones de personas. Además, se considera que entre 400.000 y 600.000 personas están sin papeles después del proceso extraordinario de regularización del año 2005. Si se amplía el foco, se manifiesta mejor el enorme cambio sociológico que ello ha supuesto: en el plazo de unas tres décadas, España ha pasado de tener alrededor del 10% de su población emigrada en otros países a recibir a un 10%-11% de inmigrantes de otros países. Es muy difícil encontrar precedentes del mismo tipo en la historia contemporánea.
A estudiar estos movimientos a nivel mundial -y en España-, y a analizar sus consecuencias económicas, dedica su último y muy pedagógico libro el economista Guillermo de la Dehesa (Comprender la inmigración, Alianza Editorial). Lo hace contemplando la inmigración como un capítulo más del proceso globalizador que estamos viviendo, que tuvo su origen en los años sesenta del pasado siglo y que se aceleró dos décadas después. De entre las causas que explican esta ola migratoria de principios de siglo, De la Dehesa destaca el desequilibrio demográfico: por una parte, hay una fuerza laboral decreciente entre la OCDE (los 30 más ricos) y en la Europa central y oriental ex comunista por el creciente proceso de envejecimiento de su población, por una baja tasa de fecundidad y una esperanza de vida cada vez más larga; por la otra, un exceso de población en edad de trabajar en casi todos los países en desarrollo, con excepción de China debido a su política de limitar la prole a un solo hijo por familia.
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