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Columna
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El pingüino friolero

Como es bien sabido, el Polo Norte del planeta tierra está situado en el Océano Glacial Ártico, y por tanto en un punto en el que el mar está cubierto de hielo. Como el casquete polar o banquisa flota sobre el agua y se desplaza, resulta imposible fijar, en superficie, la ubicación exacta del polo norte geográfico; de hecho no ha sido hasta hace un par de años que dos batiscafos rusos han fijado en el lecho marino, justo en el polo norte geográfico, una bandera rusa y un mensaje encapsulado para las generaciones venideras.

El desplazamiento de la banquisa y los vientos pueden llegar a ser tan intensos que alcanzar por tierra el polo norte se vuelve, en ocasiones, una misión imposible: por más que avance al final del día el caminante puede encontrarse en un punto tan o más distante del polo del que partió por la mañana.

No moverse implica abandonar el centro y alejarse de las preferencias del votante

El polo norte, definido como el lugar en el que el eje de rotación del planeta intersecta con la superficie, y por ello punto en que convergen los meridianos, ocupa, desde el punto de vista espacial, un lugar central.

Un centro, en el espacio físico, que rememora a otro, en el espacio político, al menos por lo difícil que resulta localizar y permanecer en su exacta ubicación: el centro político es el lugar en el que se sitúa el votante mediano (en el sentido matemático del término: votante situado en una escala ordenada de valores crecientes de forma que la divide en dos partes exactamente iguales).

De esta forma, al igual que el polo norte sobre la banquisa de hielo, el centro político se desplaza a lo largo del tiempo, al mismo ritmo que varían los valores y las preferencias del conjunto de ciudadanos que participan políticamente en una comunidad.

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Dado que está amplia y empíricamente contrastado que el partido político que con sus propuestas se aproxima más a las preferencias del votante mediano tiene más posibilidades de éxito electoral, no debe resultar extraño que, al igual que las tan en auge empresas de turismo alternativo ofertan viajar al centro geográfico del ártico para mayor satisfacción de quienes nietzscheanamente asimilan éxito con aventura, la disputa por el liderazgo en los partidos políticos gire en torno a la promesa del viaje al centro político, esta vez con el objetivo de dar satisfacción a las amplias mayorías sociales que, más hobbesianas, prefieren alcanzar la paz y la tranquilidad, dentro del orden que impone la ley, a través del pacto que fundamenta la convivencia en una sociedad libre.

Resulta sumamente significativo, en este ámbito de la búsqueda del centro político, el contraste entre los discursos pronunciados en el último Congreso del Partido Popular por su actual Presidente y su inmediato antecesor en el cargo. Dijo el actual presidente del PP (coincidiendo, por cierto, con el que fuera su fundador y primer presidente): "Somos un partido de centro, un partido moderado, un partido cercano a la gente que agradece todas las ideas que nos ayuden a cumplir mejor nuestros objetivos (...) unos objetivos que nos dictan cada día los deseos y las necesidades de los españoles".

Dijo el anterior presidente del PP: "Nunca he comprendido y sigo sin comprender esa idea del centro como el final posible de un viaje interminable... no vamos al centro, estamos en el centro desde hace muchos años; como mínimo desde 1989..."

No es extraño, en fin, que fuese el primero, y no el segundo, el discurso muy mayoritariamente apoyado por los compromisarios (en el caso de los gallegos, de forma unánime) del Congreso: siendo cierto (más que en 1989) que entre 1996 y 2000 el Partido Popular se situó en el centro, el hecho es que, desde entonces, y al igual que la banquisa ártica, la sociedad española no ha dejado de desplazarse, resituando al votante mediano. Moviéndose, como ocurre en el ártico, alcanzar el centro puede hacerse difícil, incluso imposible. Pero no moverse implica, lisa y llanamente, abandonar el centro y alejarse de las preferencias del votante mediano.

En uno de los deliciosos cuentos que la factoría Disney producía en nuestra infancia se narra la historia de un pingüino friolero, Pablo. Vive en el Polo Sur, continente de tierra firme en el que por ello el desplazamiento del hielo es más lento, pero igualmente significativo, hasta el punto de que cada noche de fin de año se cumple con el ritual de cambiar de ubicación de la placa ceremonial que lo señala.

No compartiendo las preferencias antárticas de sus congéneres, un buen día Pablo decide emigrar a zonas más cálidas, para lo que se sube a un témpano. Sin moverse, deja que las corrientes lo arrastren hasta que su aventura acaba bien lejos del centro geográfico preferido por sus congéneres: en una isla del Caribe, en la que desde entonces vive, caliente y encantado.

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